Lc 8, 3-15
Esta parábola del Sembrador ya la oímos este año en otra ocasión. Esta parábola nos presenta los distintos terrenos y los distintos resultados, luego la pregunta de los discípulos: «¿Qué significa esta parábola?» Y, por último, la explicación de Jesús.
«La semilla es la palabra de Dios»
De nuevo se nos propone la pregunta: ¿Yo, qué clase de terreno soy? ¿Está la Palabra produciendo fruto en mí?
Los terrenos de la parábola difícilmente podían cambiar: una tierra dura, apisonada por la gente que pasa una y otra vez, el terreno lleno de piedras con muy poca o ninguna tierra húmeda, el terreno lleno de maleza.
Pero nuestro corazón puede cambiar. Esto es fundamentalmente un don de Dios que debemos pedir siempre. Pero el Señor insiste en nuestra apertura a su don, en nuestra puesta en obras de sus mandamientos y ejemplos, en una lucha continua contra el Malo y contra el mal, en la perseverancia, en la lucha contra los ataques y las tentaciones.
Hoy, sábado, podemos recordar el elogio que se hizo a María: «Dichosa tú que has creído porque se cumplirá todo lo que el Señor te prometió».
Con la fuerza del sacramento seamos buen terreno para que la Palabra dé óptimos frutos de caridad.