homilía para el 10 de enero de 2019

Lc 4, 14-22 

Amar a Dios quiere decir ponernos en la perspectiva de Dios, que ama todo lo que ha creado y que no dudó en entregar a su Hijo unigénito para la salvación de todos los seres humanos.

Cuando aumentan las dificultades y los problemas, cuando tenemos más enfermedades y crisis económicas, buscamos las soluciones que nos ofrecen los sistemas humanos, pero frecuentemente encontramos soluciones parciales que no atienden ni a todo el hombre, ni a todos los hombres.

El anuncio que hoy escuchamos de parte de Jesús, no mira únicamente a una liberación parcial o solo a la salvación del alma, se aplica a la liberación y a la salvación de todo el hombre y de todo hombre, es decir, va a las raíces del pecado y de la maldad.

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy como realidad y esperanza. Realidad porque Jesús se ha hecho presente en medio de los hombres y trae su mensaje de liberación para todos los hombres y mujeres, en especial a los que se sienten limitados por la pobreza o la miseria. No caminamos solos, Cristo va a nuestro lado y nos alienta.

Esperanza porque nuestro hoy se hace dinámico, tenemos presente a Cristo pero también tenemos presentes todas las realidades de dolor y sufrimientos que debemos superar.

La salvación tendrá su plenitud sólo al final de los tiempos, pero nos coloca en este dinamismo que se convierte en el empeño diario, constante y confiado de quienes buscan transformar este mundo, en un mundo con más paz y justicia, con mayor hermandad y comprensión. No se trata de derrumbar a los poderosos para que otros ocupen su lugar y dejar en la miseria a miles de hermanos que están sufriendo, se trata de cambiar de raíz las estructuras que están basadas en el poder, el poseer y el placer.

Cristo viene a romper esas cadenas y estructuras. Se necesita romper esa espiral de violencia y ambición. Por eso Jesús se presenta como el Mesías que trae buenas nuevas.

Estamos iniciando el nuevo año. Renovemos también nuestro corazón, nuestras metas e ideales. Contemplemos hoy a Jesús en la sinagoga y ajustemos nuestros programas al que Él nos presenta en este día. Nuestra fe se tiene que manifestar en las acciones concretas de liberación anuncios de Buena Nueva.

Homilía para el 9 de enero de 2019

Mc 6, 45-52 

Cuando las olas de la vida se levantan con ímpetu sobre nuestra pobre vida, incluso nos puede parecer que el mismo Jesús pasará de largo dejándonos a merced del viento.

¿Cómo descubrir al Señor en nuestros días? Se ha iniciado la cuesta de enero y las predicciones no parecen muy halagüeñas: la violencia no cesa, la crisis y los precios han aumentado, las oportunidades de trabajo son escasas y no parece un ambiente muy favorable. ¿Es posible descubrir al Señor en todas estas circunstancias? Quizás, erróneamente, se nos ha presentado a Jesús como si fuera un solucionador de problemas económicos, sociales y de todo tipo.

Hoy, el Evangelio de San Marcos nos acerca a la realidad de los discípulos. Después de la multiplicación de los panes se encuentran en medio del lago, avanzando con gran dificultad, pues el viento les era contrario. Situación muy frecuente para el discípulo, y cuando Jesús se acerca a ellos, el lugar de alegrarse o de animarme porque ya está con ellos, lo miran como un fantasma y se espantan de su presencia.

Esta es la realidad del discípulo. Con frecuencia se encuentra navegando contracorriente porque el reino de Dios es una experiencia difícil y contradictoria para nuestro mundo. Pero lo más triste es que muchas veces no somos capaces de reconocer la presencia de Jesús en esos momentos difíciles y en lugar de animarnos con su presencia, nos asustamos y queremos huir de Él.

No es posible aceptar a Cristo en la mente y el corazón y seguir viviendo nuestra existencia de una manera irreflexiva, acomodados al mundo. Tendremos contradicciones y vientos contrarios, pero al igual que a sus discípulos, hoy Cristo nos anima y nos pide no tener miedo: “no temáis, soy yo”

El reino de Dios exige discípulos animados, sobre todo en los momentos de conflicto, en los momentos de oscuridad. Ahí hay que reconocer la presencia de Jesús y confesarlo como nuestro Señor y Salvador.

Que iniciemos la travesía de un año que promete ser difícil, pero que tendrá que dar muchos frutos porque Cristo camina con nosotros, nos anima y calma nuestras tempestades.

Con las palabras de la carta de San Juan, fortalezcamos nuestra fe: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tienen y hemos creído en ese amor” Este es el fundamento de nuestra fe, esta es la fe que nos sostiene y nos anima: saber que Dios te ama, que Dios me ama. Nuestro fundamento de toda la vida está en el amor de Dios.

Homilía para el 8 de enero de 2019

Mc 6, 34-44 

En medio de un mundo egoísta, que solo piensa en sí mismo, este evangelio nos enseña lo que puede ocurrir cuando se comparte lo que se tiene.

El amor que nosotros decimos tener a Dios, tiene que hacerse concreto en las actitudes que tenemos para con los hermanos.

San Juan, en su carta, es muy claro cuando lo afirma “amémonos los unos a los otros, el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” Proclamar que Dios es amor y olvidar que tenemos hermanos a nuestro lado, es una frase hueca, carente de vida y una traición al verdadero amor.

San Marcos, en el Evangelio de este día, nos presenta a Jesús viviendo plenamente este amor en los hechos concretos de solidaridad con los hermanos.

El hambre es una realidad de todos los tiempos y de todos los lugares. No podemos hacernos los desentendidos. Frente a las graves situaciones de hambre que actualmente se vive en muchos países, no se puede vivir en el seguimiento de Jesús y dar la espalda a la realidad que vive el pueblo.

Las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos “dadle vosotros de comer” suenan terriblemente actuales, una orden categórica, y son una orden categórica que no podemos hacer a un lado.

Estamos terminando estas fiestas de Navidad y aunque se habla de una crisis sin precedentes, descubrimos excesos e incongruencias en los gastos y despilfarros. Así, mientras muchos pasan hambre, otros desperdician.

Es el inicio del año y tenemos que estar conscientes que el verdadero discípulo de Jesús se tiene que comprometer en una más justa distribución, en un nuevo sistema.

Después de anunciar su palabra, Jesús no se queda en palabras bonitas, asume el compromiso que implica el hambre del pueblo, es más, empuja a sus discípulos para que ellos también se comprometan a que no habrá verdadera paz mientras haya hambre, pobreza y miseria.

El compromiso del cristiano es llevar el mensaje y luchar por condiciones más justas para todos los hombres. ¿Cómo asumimos nosotros este compromiso?

Quizá nos parezca utópico, pero debemos iniciar desde lo pequeño, desde nuestros vecinos, desde nuestra realidad, los pequeños proyectos productivos, el compartir lo poco que tenemos, el descubrir la necesidad del otro, son los primeros pasos para iniciar este camino.

Cristo nos sigue diciendo hoy a cada uno de nosotros “dadle de comer”. Oigamos su voz y pongamos en práctica su mandamiento.

Homilía para el 4 de enero de 2019

Jn 1, 35-42 

Esta es la historia de cada apóstol, de cada santo, de cada misionero, de cada cristiano bautizado. Una historia sencilla pero profunda. Es el regalo más extraordinario que una persona puede recibir, porque es Dios quien ha elegido. Una definición corta y fácil de memorizar. La vocación es un don de Dios que exige una respuesta personal.

Dos rasgos básicos nos refieren el evangelio de hoy de San Juan, que destaca la importancia del encuentro de Jesús y sus consecuencias. El primero es el camino para descubrir y amar a Jesús: habitar con Él, dialogar con Él, amanecer donde Él vive. Nadie puede tener amistad con una persona si no gasta y desgasta tiempo y vida en su compañía. Nadie pretenderá conocer a Jesús por libros o predicaciones, si no por hacer silencio para escuchar su Palabra. Es la primera condición de quien desea hacerse discípulo de Jesús.

Los dos discípulos se atreven a abandonar a su maestro Juan el Bautista, lo hacen cuando ven donde vive Jesús y se van con Él. También a nosotros Jesús nos invita a buscar el tiempo oportuno para compartir con Él, también a nosotros nos dice venid a ver, también nosotros podemos descubrir el gran amor que nos tiene Jesús.

El segundo rasgo, aunque está íntimamente unido al primero, tiene una importancia especial: Evangelizar. Frecuentemente hemos entendido que evangelizar es adoctrinar y buscar que los demás cambien sus costumbres y esto nos ha llevado a condenar y a juzgar a los demás que no se adaptan a nuestros criterios.

Lo que hace Andrés, después de haberse quedado con Jesús ese día, es ir a buscar a su hermano Simón y anunciarle lo que ha encontrado: “hemos encontrado al Mesías” y lo dice con toda la alegría, lo hace partícipe de una gran noticia y de la novedad que está viviendo en su corazón. Quizás esto nos ha faltado en la evangelización, porque quienes nos escuchan y comparten con nosotros no perciben que haya algo diferente en el corazón.

La luz de Jesús debería iluminarnos y hacernos conscientes de que el encuentro que hemos tenido nos cambia radicalmente, pero si llevamos nuestro bautismo y nuestro cristianismo como una pesada carga, o como un traje que se pone o se quita de acuerdo a las circunstancias, no podremos ser fuente de evangelización.

A Simón, muy significativamente, Jesús le cambia el nombre y con el nombre toda la misión. No es un nombre que no corresponde a la persona, sino que es un nombre que describe una misión y una tarea.

Que hoy también nosotros podamos encontrarnos con Jesús y transformar no solamente nuestro nombre, sino nuestra vida y que podamos ser luz que ilumine a los demás.

Homilía para el jueves 3 de enero de 2019

1 Jn 2, 29; 3, 1-6; Jn 1, 29-34 

Hay una fábula que dice que los huevos de un águila fueron a dar a un gallinero. Empollados por una gallina nacieron las pequeñas águilas creyéndose polluelos. Caminaron, se alimentaron y trataron de cantar como las propias gallinas. El día que con espanto vieron a un águila volar por las alturas, solamente suspiraron y continuaron su vida como gallinas, olvidándose que estaban llamadas a surcar los espacios. 

Las lecturas de este día quisieran que nosotros cristianos dejáramos de vivir acorralados, con miedo y con vida de gallina. Las lecturas nos recuerdan nuestro origen, nuestro linaje y nuestra misión.

La primera carta de san Juan no se cansa de repetirnos que hemos nacido de Dios, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que en verdad lo somos, aunque el mundo no lo reconoce porque tampoco lo ha reconocido a Él. Y san Juan aún nos lleva más lejos al afirmar: “ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado como seremos al fin, cuando Él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”

Así san Juan nos lanza a dejar el corral de gallinas, a recordar nuestra dignidad de águilas y abrir nuestras alas con los riegos de la aventura y lanzarnos a surcar los espacios.

Desde las alturas el mundo se ve diferente, desde nuestra dignidad de hijos de Dios, el mundo aparece distinto. Si seguimos pegados al suelo, con la cabeza agachada, con la mirada clavada en tierra, no descubriremos nuestra verdadera identidad y nuestra verdadera dignidad.

En el mismo evangelio san Juan nos presenta a Jesús y su personalidad. La descubre en el bautismo en el río Jordán, cuando desde los cielos abiertos, Juan el Bautista ve posarse al Espíritu sobre Jesús y da testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.

Jesús, Hijo de Dios, viene a hacernos partícipes de la misma dignidad. Hoy reconociéndonos hijos de Dios, levantemos nuestra mirada, emprendamos nuevos vuelos y vivamos nuestro día como valentía, dignidad y amor de acuerdo a nuestro linaje.

Recuerda: eres valioso, eres hijo de Dios. Vive siempre, en todo momento, en toda circunstancia como hijo de Dios.