Jueves de la II Semana del Tiempo Ordinario

Mc 3, 7-12

Al inicio de este año tendremos que descubrir cuáles son las razones que sostienen nuestra fe. Indudablemente que, como primera respuesta, diríamos que es el amor de Jesús. ¿Por qué nos ama tanto Jesús? ¿Por qué se ofrece por nosotros para lograr nuestra salvación?

La carta a los Hebreos nos muestra a Jesús que se ofrece a sí mismo en sacrificio por todos los hombres. Un sacrificio muy diferente a todos los sacrificios de la antigua alianza. Un sacrifico del Sumo Sacerdote que es santo, inocente, inmaculado y que se entrega para el perdón de los pecados de todos los hombres.

Jamás podremos imaginar siquiera el gran amor que Jesús, sacerdote, tiene por todos los hombres. Hoy te invita la palabra de Dios a contemplar a Jesús, a reconocerlo como sacerdote y víctima que lava tus pecados, que se ofrece por ti y que te eleva a la dignidad de hijo de Dios. Necesitamos hablar con Jesús y acercarnos a Él para sentir todo este amor.

El pasaje del evangelio nos presenta como en un resumen la actividad de Jesús que se dirige a todos los pueblos y que encuentra respuesta en todas las regiones vecinas. Se despierta un interés grande por conocer a este Jesús que puede liberar y salvar.

Es curioso el dato que nos presenta San Marcos al señalarnos que los espíritus inmundos gritaban que Jesús era el Hijo de Dios. Sin embargo, aunque lo conocían, no se puede decir que creían en Él. A nosotros puede pasarnos lo mismo, saber todo de Jesús, conocer su historia, admirar su vida, elogiar su doctrina, pero seguir nosotros en nuestro mismo pecado.

Hoy contemplemos a Jesús y descubrámoslo como el único y verdadero sacerdote que ofrece el sacrifico capaz de limpiar nuestros pecados y hacernos ofrenda agradable al Señor. Pero al contemplarlo hagamos nuestra oración, así como nos dice San Marcos que Jesús la hacía al ponerse en manos de su Padre y después se volvía hacia las multitudes ofreciendo curación y liberación. Y aceptemos su presencia dinámica en nuestra vida: una presencia que nos llena de amor y de fe, y que exige de nosotros una verdadera conversión.

Nuestra fe en Jesús no consistirá ya sólo en conocimientos, sino que se volverá también dinámica, creativa y muy firme.

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