Viernes de la V Semana de Pascua

Jn 15, 12-17

De este Evangelio se pueden sacar muchas enseñanzas. Una es el verdadero amor. Otra, lo que es el verdadero amigo. El amor es más fácil de experimentar que de describir.  Es la esencia del mensaje de Jesús y todavía no lo hemos captado del todo.  Nos perdemos en las caricaturas del amor que nos ofrece el mundo.

En una ocasión una adolescente escuchando hablar a un sacerdote sobre el amor le dijo: “de eso sí no me va a enseñar usted, pues yo tengo mucho más experiencia.  Así como me ve de chiquita, a mis quince años yo ya he tenido más de diez novios”

Caricaturas del amor que nos distraen y que devalúan la palabra hasta convertir el amor en mercancía, manipulación y esclavitud.

San Pablo para hablar del amor prefiere describirlo: el amor perdona todo, el amor todo lo cree, el amor todo lo espera, el amor es siempre fiel, el amor no pasará jamás.  Este su precioso himno al mor.

Quizás, por nuestras limitaciones, al momento de entender el amor, Jesús prefiere más que decirnos qué es el amor, ponerse Él mismo como modelo y así nos manda: “amaos unos a otros, como yo os he amado”

Y ¿cómo nos ha amado Jesús?  Cuando éramos pecadores y esclavos de la maldad, Él ya nos amaba; cuando nos íbamos lejos, Él siempre nos amó; cuando estamos cerca también nos ama.

La medida del amor también nos la da a conocer: “nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.  La medida es el amor sin medida, hasta dar la vida.

Conviene que distingamos, como lo hace Jesús, entre esclavos y amigos.  Al esclavo lo utilizamos para nuestro provecho y así se disfraza de amor lo que es solamente capricho, placer y utilizar a las personas.

Jesús también nos dice que a los amigos se les da a conocer todo, es decir, hay diálogos sinceros, se descubre el corazón, no hay falsedades ni mentiras.

Finalmente, también nos asegura Jesús que Él es quien gratuitamente nos ha escogido como amigos, no hemos hecho nosotros nada para ser dignos de esa amistad, pero sí podemos corresponder a esa amistad y sí podemos cumplir su mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

Jueves de la V Semana de Pascua

Jn 15, 9-11

La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra.

En pocas palabras Jesús quiere resumir toda su vida y toda nuestra vida: amor, permanencia y alegría plena.

¿Podemos imaginarnos cuánto ama Dios Padre a Jesús?  Seguramente nos perderemos en el infinito de nuestra imaginación buscando alguna imagen que nos permita acercarnos a este amor.  Desde la eternidad y para la eternidad, en total plenitud.  Y Jesús siempre en presencia del amor de su Padre y siempre en participación y videncia de ese amor.

Pues lo que hoy nos dice Jesús es que con ese mismo amor inmenso, incondicional, fiel, constante, nos ama a nosotros.  ¿Nos damos cuenta de ese amor que Jesús nos tiene?

Hoy tendríamos que abrirnos a esa presencia amorosa que se hace realidad en cada uno de nosotros, aceptarla.  Más que hablar y decir que nosotros amamos mucho, tendríamos que callar, guardar silencio, estar atentos y a la escucha, para experimentar ese amor.  Es descubrir a Jesús que está en nosotros, que permanece con nosotros.

Normalmente los amantes se dicen “te amo y te amo para siempre”.  Hoy Jesús se nos muestra como ese amante delicado que a todas horas nos repite “te amo, te amo, te amo para siempre, permanece en mi amor”

Hoy le deberíamos decir a Jesús que Él mora en nosotros como una fuente y nos riega y nos fecunda.  Hoy, podemos experimentarlo como una luz que ilumina nuestra vida, una luz que no hemos encendido nosotros, pero que está muy dentro de nuestro ser.

Hoy sentimos su Palabra que en un diálogo continuo nos susurra y nos repite que nos ama.

Este día experimentemos ese gran amor que nos tiene Jesús, disfrutémoslo y llenémonos de felicidad.  Nadie nos puede quitar ese amor, ni las dificultades, ni los problemas, ni las adversidades de la vida.  Este amor está clavado en lo más profundo de nosotros y nadie lo puede sacar.  Por eso hoy digámosle: Señor Jesús, gracias por este amor maravilloso y magnífico que me tienes sin yo hacer nada para merecerlo.  Gracias por permanecer en mí y darme vida.  Gracias por llenarme de felicidad.

Jesús nos ama y nos espera en su Reino.

Miércoles de la V Semana de Pascua

Jn 15, 1-8

¿Quién no ha tenido la experiencia de sembrar un árbol o bien una planta que nos ofrezca sus flores?  Se hace con ilusión, con esperanza, se aguarda el tiempo necesario para que de flores y frutos.  Pero si nos desesperamos y queremos hacer que por la fuerza que crezca y adelante los frutos, corremos el riesgo de quedarnos sin nada.

A Jesús le gusta mucho hablar de este ambiente campesino porque son experiencias muy cercanas a su tiempo y a las imágenes bíblicas y todavía a algunos de nosotros.

Quizás para quienes ahora viven en las ciudades, Jesús utilizaría otras parábolas.  Quizás diría que Él es el generador y nosotros la energía, o quizás diría que Él es la electricidad y nosotros los electrodomésticos. 

Pensemos en toda la profundidad que tiene esta comparación: una unión tan estrecha que lleva la misma savia que hace crecer, que sostiene y da vida.  Tener la misma savia, la misma vida de Jesús es lo que Él nos propone, y no tenerla solamente un momento, sino tenerla constantemente, siempre, y en todo momento, eso significa permanecer.  No es que ahora sí y luego no; no es que solamente en determinados sitios o para determinados asuntos.  Permanecer significa siempre y a todas horas, y esto se puede constatar por los frutos.

En nuestro mundo moderno, estas técnicas se aplican constantemente: si hay producto es rentable, si no hay producto o ganancias se desecha.  Pero los frutos que Jesús espera, no serán los que esperan este mundo neoliberal y materialista.

Los frutos que Jesús espera son la paz, la fraternidad y el servicio.  Y si lo que estamos cosechando en nuestra sociedad son violencia, venganzas, envidias, crímenes, etc., tendremos que revisar muy bien en dónde estamos poniendo nuestras raíces y cuál es la savia que nos sostiene.

Si queremos obtener los frutos que espera Dios Padre de nosotros, buscaremos la forma de permanecer unidos a Jesús.  La gran ventaja que tenemos es que Jesús siempre está dispuesto a unirse a nosotros, a darnos su vida y a hacernos fructificar.

Unidos a Él por la gracia, seremos capaces de amar a nuestros hermanos hasta el punto de entregar la vida por los enemigos. Unidos a Él por la oración diaria, por la comunión frecuente y la renovada confesión sacramental de nuestras culpas, veremos cómo nuestra vida se llena de Dios, cómo nuestras almas se llenan de paz, y cómo nuestros corazones se llenan de una alegría sobrenatural y serena que ningún sufrimiento podrá arrebatarnos.

Unidos a Él por la lectura cotidiana del Evangelio, experimentaremos en nuestras vidas una «cristificación» que nos llevará a desaparecer por completo para que sólo Jesús brille en nosotros.

Nosotros, ¿estamos dispuestos a unirnos a Él?

Martes de la V Semana de Pascua

Jn 14, 27-31

Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que Él considera más importantes.

Primero nos da su paz.  Como quisiéramos que estas palabras de Jesús se hicieran realidad en este día, cómo necesitamos la paz.  Las encuestas, los comentarios, las esperanzas o las desesperanzas están fuertemente relacionados con la inseguridad, con el crimen, con la corrupción.  Hemos perdido la paz y queremos que Cristo hoy nos proporcione esa paz y entendemos claramente que no es la paz del mundo que se basa en las armas, en los castigos, en las penas y en las venganzas.

Queremos esa paz que brota del interior de la persona porque está tranquila nuestra conciencia.  Queremos esa paz y serenidad que se siente cuando se mira el rostro del otro y se descubre la sonrisa y el gesto en sus manos. Queremos esa paz donde la pareja dialoga, se apoya, se perdona y se entienden. Queremos encontrar la verdadera paz del hogar, donde cada casa sea un nido de amor y no una cueva de agresiones y discusiones.

Las protestas y marchas que se dan en nuestra sociedad, parecen tener un mismo objetivo que en silencio grita paz.  Pero es que no hemos entendido, ni aceptado la paz que Jesús propone.  Cuando Él habla de que la felicidad se encuentra en el servicio, nosotros decimos que se encuentra en el poder.  Cuando Él nos enseña que el que quiera ser el mayor se haga el último, nosotros nos peleamos por ser los primeros.  Cuando Él reconoce en cada persona un hermano, nosotros descubrimos un enemigo o a alguien a quien utilizar para nuestros propósitos. Cuando Él habla del perdón, del amor, de la reconciliación, nosotros hablamos de venganza, de indemnizaciones y de egoísmo.

Hemos puesto en nuestro corazón bienes y ambiciones que no nos conducen a la paz, y después nos asustamos que nuestro corazón esté angustiado.

Hemos enseñado que vale más quien más tiene y después nos horrorizamos de los crímenes en las luchas de poder.  Ponemos nuestras esperanzas en el dinero y en el placer y después nos descubrimos huecos, vacíos y sedientos.

Hoy, Señor Jesús queremos pedirte que nos otorgues esa paz que prometiste, ya sabemos que no la hemos merecido y que nos hemos equivocado en nuestros caminos, pero insistimos en que queremos tu paz.  Tú purifica nuestro corazón, renuévalo y concédenos tu paz. 

La Santa Cruz

La cruz, para el cristiano, se considera el signo de la salvación.  En el bautismo hacen sobre nosotros la señal de la cruz; con este signo recibimos constantemente la bendición de Dios y con él nos santiguamos.  La cruz es el símbolo cristiano, el signo que exponemos en público y en privado.

Sin embargo, no debemos olvidar el escándalo de la cruz.  La cruz es, al mismo tiempo, signo de salvación y signo de contradicción.  Esta contradicción nos sale al paso siempre que la cruz nos afecta personalmente: en una enfermedad grave, en el dolor, en los desengaños, fracasos, golpes de la vida, en la desgracia, en las catástrofes y en el encuentro con la muerte.

¿Por qué eligió Dios la cruz como camino de redención y entregó a Xto, el más inocente de todos los hombres a la muerte de cruz?

¿Por qué crucificaron a Jesús que lo único que predicaba era el amor de Dios y que invitaba a los hombres a amarse, que curaba a los enfermos, ayudaba a los pobres y luchó contra la violencia?  La respuesta es que Jesús por vivir una vida ejemplar, entró en conflicto con los dirigentes políticos y religiosos.  Jesús fue condenado por el Sanedrín por razones religiosas: Poncio Pilato lo mandó ejecutar en la cruz como rebelde político.  El mismo Jesús sabía que iba a morir de muerte violenta  y sabía que su muerte era necesaria para salvar a los hombres.

Jesús padeció todo tipo de indignación en su camino hacia la cruz: detención injustificada, traición de sus apóstoles, huida de los amigos más íntimos, interrogatorios inhumanos, torturas, acusaciones falsas, burlas, caídas bajo el peso de la cruz.  Pero la cruz es un signo de esperanza.  El mensaje de la cruz no se puede separar de la resurrección.  La cruz pone al descubierto el pecado, la injusticia y la mentira y revela el amor, la justicia y la verdad de Dios.

La muerte de Xto en la cruz sirvió como rescate de nuestros pecados.  La muerte de Jesús sirvió para liberarnos de nuestros pecados, del demonio, de los poderes del mundo y sobre todo de la muerte.

Recordemos hoy esas palabras del Viernes Santo cuando alzando la cruz en la Iglesia se dice: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.  ¡Venid a adorarlo!»

Como signo de victoria, la cruz es también signo de esperanza.  En nuestro mundo existe todavía odio, violencia, mentira, muerte.  Hay que seguir pidiéndole a Dios que nos libre de todos estos pecados.  Sólo por el camino de la cruz alcanzaremos la victoria sobre el pecado.  Hay que seguir a Xto, pero para ello tenemos que recordar esas palabras que nos dice Jesús: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga».

San José Obrero

Hoy se nos invita a contemplar a San José como trabajador y obrero, que con sus manos sostuvo a la Sagrada Familia. Muchas asociaciones y grupos también recuerdan hoy el Día del Trabajo y se solidarizan con las personas que no tienen trabajo o que sus condiciones laborales no corresponden a la dignidad de un hijo de Dios.

Duele la situación de tantas personas, sobre todo jóvenes o padres de familia que no tienen la oportunidad de estudiar ni de trabajar, o de aquellas otras personas que aunque tienen trabajo su sueldo es raquítico e injusto, o las condiciones en las que trabajan son muy deficientes.

Hoy es un día especial porque a contemplar a José y a Jesús como trabajadores, deberíamos de revalorar el trabajo, no solo como un medio de sustento sino también como un elemento muy importante en la realización personal.

En la actualidad sobre todo en las ciudades, hemos llegado a una situación en la que parece que el trabajo nos absorbe todo el tiempo y no nos deja espacio para otras actividades. Las madres de familia, los papás, los mismos hijos tienen que ocupar casi todo el día en actividades laborales y se van endureciendo y haciendo insensibles a las necesidades de los demás.

La cultura actual propone estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y la dignidad del ser humano. El poder, la riqueza y el placer se han transformado por encima del valor de la persona en la norma y el criterio decisivos en la organización social. Se mira a la persona como una tuerca más del engranaje de la producción. Tendremos que esforzarnos mucho para realzar, en estas situaciones, el valor supremo de cada hombre y de cada mujer.

Toda la sociedad debería de estar encaminada a procurar una vida digna para cada uno de sus ciudadanos.

Que este día nos comprometamos a buscar estructuras más justas; que hagamos de nuestros trabajos una fuente de vida y dignidad para cada una de las personas; que luchemos contra toda injusticia en el campo del trabajo.

Trabajemos con entusiasmo, pero mirando nuestras labores como un acercamiento a Dios Padre que siempre trabaja, que sostiene la vida, que nos cuida como hijos.