Martes de la II Semana de Adviento

Isaías 40, 1-11; Mateo 18, 12-14

La primera lectura comienza con un anuncio de esperanza. «Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios–; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen». El Señor nos consuela siempre con tal de que nos dejemos consolar. Dios corrige con el consuelo, pero ¿cómo? «Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían». ¡Eso es ternura! ¿Cómo consuela el Señor? Con ternura. ¿Cómo corrige el Señor? Con ternura. ¿Cómo castiga el Señor? Con ternura. ¿Te imaginas en el pecho del Señor, después de haber pecado? El Señor conduce, el Señor guía a su pueblo, el Señor corrige; incluso, diría yo, el Señor castiga con ternura. La ternura de Dios, las caricias de Dios. No es una actitud didáctica o diplomático de Dios: le sale de dentro, es la alegría que tiene cuando un pecador se acerca. Y la alegría lo hace tierno.

 Recordad la parábola de hijo pródigo, con el padre que ve de lejos al hijo, porque lo esperaba, subía a la terraza para ver si el hijo regresaba. Corazón de padre. Y cuando llega y empieza aquel discurso de arrepentimiento, le tapa la boca y hace una fiesta. La tierna cercanía del Señor.

En el Evangelio (Mt 18,12-14) vuelve el pastor, aquel que tiene cien ovejas y pierde una. «¿No deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado». Esa es la alegría del Señor ante el pecador, ante nosotros cuando nos dejamos perdonar, nos acercamos a Él para que nos perdone. Una alegría que se hace ternura, y esa ternura nos consuela.

 
Tantas veces nos lamentamos de las dificultades que tenemos: el diablo quiere que caigamos en el espíritu de tristeza, amargados de la vida o de los propios pecados. Conocí a una persona consagrada a Dio a la que llamábamos ‘Quejica’, porque no hacía otra cosa que quejarse, era el premio Nobel de las quejas. Cuántas veces nos quejamos, nos lamentamos y muchas veces pensamos que nuestros pecados, nuestras limitaciones no pueden ser perdonados. Y ahí, la voz del Señor viene y dice: “Yo te consuelo, estoy cerca de ti”, y nos toma con ternura. El Dios poderoso que ha creado el cielo y la tierra, el Dios-héroe, por decirlo así, hermano nuestro, que se dejó llevar a la cruz a morir por nosotros, es capaz de acariciarnos y decir: “No llores”.

 Con cuánta ternura acariciaría el Señor a la viuda de Naím cuando le dijo: “No llores”. Quizá, delante del ataúd del hijo, la acarició antes de decirle “no llores”. Porque aquello era un desastre. Debemos creer en este consuelo del Señor, porque después está la gracia del perdón. “Padre, yo tengo tantos pecados, he hecho tantos errores en mi vida” –“Pues déjate consolar” –“Pero, ¿quién me consuela?” –“El Señor” –“¿Y adónde debo ir?” –“A pedir perdón: ¡ve, ve! Sé valiente. Abre la puerta. Y Él te acariciará”. Él se acercará con la ternura de un padre, de un hermano: como un pastor apacienta el rebaño y con su brazo lo reúne, lleva los corderillos sobre su pecho y conduce dulcemente a las ovejas que crían, así nos consuela el Señor

Lunes de la II Semana de Adviento

Catholic.net - «Levántate y anda».

Lucas 5, 17-26

El tiempo de Adviento es un tiempo en que debemos de retomar fuerzas para el camino, pues aunque ya disfrutamos de la vida del reino, nos hacemos conscientes que ésta aún no ha llegado a la realización definitiva… pero puede ser también tiempo para levantarnos de nuestra parálisis espiritual, o incluso de ser, como en el pasaje que acabamos de leer, los «instrumentos» por los cuales otros hermanos «paralizados» espiritualmente pueden reiniciar su camino y su crecimiento espiritual.

La manera ordinaria en que se sale de esta parálisis es a través del sacramento de la Reconciliación. Es en este sacramento en donde se fortalecen nuestras rodillas vacilantes y desde donde podemos reiniciar nuestro crecimiento en la gracia y el amor de Dios.

Aprovecha pues este tiempo de Adviento, no solo para participar tú mismo de este sacramento de amor, sino para invitar, sobre todo a los miembros de tu familia, a participar del sacramento y así celebrar con gozo la fiesta de la Navidad.

«La gloria, y el gozo, de Dios es la vida misma del hombre». Que ésta sea hoy mi mejor alabanza, Señor: me esforzaré en vivir como tú esperas de mí.

Sábado de la I Semana de Adviento

Evangelio San Mateo 9, 35-10,1.6-8. Sábado 7 de Diciembre de 2019. –  Evangeliza Fuerte

San Mateo 9,35—10,1.6-8

El pasaje de este día está compuesto de tres párrafos que buscan manifestar la actividad de Jesús y el modo cómo hace presente y actuante el Reino de los Cielos.

Se inicia con un pequeño resumen que nos indica las tres principales actividades de Jesús: enseñar, proclamar el Reino y curar de enfermedades y dolencias. Tres aspectos básicos para quien quiere encontrarse con el Señor: abrir atentamente los oídos y el corazón para escuchar sus enseñanzas; contagiarse del entusiasmo de Jesús para hacer presente y actuante  el Reino en el día de hoy; y dejarse curar: abrir las heridas que llevamos en el corazón y permitir que nos implante un corazón nuevo, un corazón de carne, y dejar a un lado para siempre el corazón de piedra.

El segundo párrafo nos hace penetrar en las razones por las que actúa Jesús: “se compadecía de las multitudes”. “Misericordia”, “Compadecerse”, como lo recordamos muchas veces este año, no es tener lástima a nuestros estilo que solamente ofrecemos una limosna para quitarnos de encima al necesitado.

Compadecerse es poner el corazón junto al que está padeciendo y es lo que ha hecho Jesús: encarnarse para estar cerca del que está sufriendo y tiene dolor. Esto nos da un gran consuelo pues Jesús ha puesto su corazón junto al nuestro y lo puede sanar, pero también nos da una gran enseñanza pues esa misma actitud debemos tener frente al hermano que está sufriendo.

El párrafo final nos expresa una necesidad y una misión. Hay mucha cosecha y pocos trabajadores y por eso escuchamos el mandato de Jesús que envía a sus discípulos a realizar la misma misión que Él está realizando. Y por eso también nos manda a cada uno de nosotros en este mundo que vaga como oveja sin pastor, para que proclamemos su mensaje, para que difundamos sus enseñanzas, pero sobre todo para que también nosotros acerquemos nuestro corazón a los hermanos que sufren.

Es muy clara y muy ambiciosa la tarea: proclamar la cercanía del Reino, es decir, manifestar a todos y cada uno que Dios los ama. Y como fruto de ese amor, curar enfermos, resucitar muertos y expulsar demonios. Acciones todas gratuitas de parte de Dios, acciones todas que también nosotros debemos llevar con alegría y generosidad.

Viernes de la I Semana de Adviento

Mt 9, 27-31

El camino del Adviento es un camino de luz. Desde nuestras oscuridades y nuestra ignorancia caminamos hacia Cristo, luz verdadera que ilumina este mundo.

Los dos ciegos pueden ser un símbolo de lo que somos nosotros cuando todavía no reconocemos a Jesús. Nuestra existencia está marcada por la oscuridad del egoísmo y de tantos caprichos que nos empobrecen y nos limitan. Permanecemos sumidos en la oscuridad de nuestro pecado y de nuestra ambición, nos atamos a las tinieblas y no somos capaces de reconocer al hermano y de vivir el amor.

En la narración los dos ciegos deben entrar en la casa donde se encuentra Jesús y nos enseñan que sólo se logra la luz si se busca a Jesús entre los hermanos y nos acercamos a Él para entrar en comunión con Él, escuchando su Palabra.

La curación de los ciegos es enseñanza de la profunda transformación que el Evangelio obra en nuestra persona cuando nos dejamos iluminar, cuando la acogemos con alegría y con fe. Entonces tenemos nuevos ojos para mirar nuestros caminos.

Hoy nosotros, igual que esos ciegos, vayamos detrás del Maestro, supliquemos que nos regale su luz para nuestras vidas y que, una vez iluminados nosotros, nos comprometamos a difundir su luz y su alegría.

Nuestro mundo tan ciego y tan turbado por las estructuras de muerte, requiere la presencia de Jesús que dé sentido y luz a nuestras vidas. Como los ciegos del pasaje, veámonos revestidos de la piedad de Cristo, acogidos en la casa, tocados por su mano misericordiosa.

Supliquemos insistentemente: “Hijo de David, compadécete de nosotros”, para que con una nueva luz miremos nuestra realidad y aprendamos a estimar lo que para el mundo es despreciable, pero que Cristo lo prefiere: los humildes, los pobres, los oprimidos.

Señor Jesús, concédenos tu luz. 

Jueves de la I Semana de Adviento

EVANGELIO DEL DÍA: Mt 7,21.24-27: El que escucha estas palabras mías y las  pone en práctica… | Cursillos de Cristiandad - Diócesis de Cartagena -  Murcia

Mt 7,21.24-27

¿En dónde ponemos nosotros nuestra confianza? En estos días de crisis, se necesita tener una fe y una fortaleza grande para sostenerse en medio de las tormentas que nos sacuden.

¿Nosotros realmente somos cristianos, católicos?  Quizás lo manifestemos con algún acto de piedad o por haber recibido algún sacramento, pero hoy las palabras de Jesús suenan a reproche fuerte que nos puede tocar directamente y que nos puede confrontar tanto en nuestra vida personal como en la vida comunitaria. A nosotros que nos decimos cristianos, pueden dirigirse las palabras del Señor, porque hemos sido cristianos de etiqueta y de palabras, pero muchas veces no hemos cumplido la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos.

Porque no es voluntad del Padre que haya guerras ni odios, no es voluntad del Padre que a la mesa sólo se acerquen unos cuantos, no es voluntad del Padre que demos la espalda al hermano. Necesitamos revisar constantemente nuestro actuar y confrontarlo con el de Jesús.

Necesitamos revisar los cimientos donde hemos construido nuestras vidas. Él nos ofrece su palabra y nos promete solidez y seguridad para el momento de la tormenta. No nos dice que no habrá vientos ni tempestades, pero nos ofrece que a pesar de ello, podamos permanecer en pie.

Hay quien se ha derrumbado porque encuentra contratiempos, porque sus negocios no han fructificado como él esperaba, porque le han fallado las personas en quien él confiaba… pero no había puesto su confianza en la palabra de Jesús. Sus planes y sus objetivos estaban lejos del Señor.

Es fácil desviarnos del camino de la vida cuando damos más importancia a nuestros sueños y deseos que a la voluntad del Padre.

Hoy pongamos nuestra vida delante del Señor, ofrezcamos todo nuestro esfuerzo por adecuarla a su voluntad, digamos con sinceridad el Padre Nuestro, insistiendo no en nuestra propia voluntad, sino en el “hágase tu voluntad”, pues sabemos que estamos en manos de nuestro Padre.

En estos días de Adviento, pensemos en dónde estamos poniendo los cimientos de nuestra vida y qué caminos tenemos que enderezar. ¡Ven, Señor Jesús!

Miércoles de la I Semana de Adviento

Mt 15,29-37

El Evangelio de san Mateo que acabamos de oír recoge una esperanzadora profecía de Isaías donde el Señor promete un festín de manjares suculentos y arrancar todo aquello que oscurece a las naciones y enjugar las lágrimas de todos los rostros.  Son los sueños largamente alimentados por un pueblo que ahora los ha hecho realidades Jesús, que se compadece de su pueblo, les impone las manos a sus enfermos, ayuda a caminar a los lisiados, da vista a los ciegos y pan a los que tienen hambre.

A orillas del lago de Galilea, Jesús realiza todos estos prodigios y fortalece la esperanza de su pueblo.  Son las señales de que el Mesías ha llegado, pero no solamente en aquellos tiempos, el camino del Adviento nos lleva también a nosotros a ser realidad esta señales de que el Reino ha llegado, pues Jesús nos anima a sentir la responsabilidad de ofrecer alternativas de vida a quien está sufriendo.

Una mano que levanta, una luz que muestra el camino y un pan compartido son los milagros que pueden despertar esperanza en un pueblo que está adolorido y pierde esa esperanza.

El grito del Adviento “Ven, Señor y no tardes, ilumina los secretos de las tinieblas y manifiéstate a las naciones”, se hace presente en las señales que el cristiano ofrece a su hermano lastimado.

La oración y la súplica por la presencia del Señor, se transforman en solidaridad frente a las urgentes llamadas de ayuda de quienes se ha quedado sin pan y sin ilusión.

Adviento es preparar el camino del Señor, pero el camino se prepara caminando, enderezando, rellenando, allanando y compartiendo.

Adviento es mirar a Cristo que llega para sostener nuestros sueños, pero al mismo tiempo es hacerlo presente en nuestras mesas compartidas y en nuestras respuestas al llamado de quienes sufren a nuestro lado.

Que hoy, con nuestra oración, con nuestra súplica, con nuestras obras gritemos fuerte “Ven, Señor Jesús”.