Lc 2, 22-35
Hoy el Evangelio nos presenta una escena tierna, profundamente religiosa, que podía haber acontecido a cualquier familia de Israel. Según la costumbre, Jesús es presentado en el Templo de Jerusalén y se presenta como ofrenda la pequeña ofrenda que corresponde a los pobres.
Pero san Lucas, con ocasión de la presentación nos descubre una verdad enorme: Cristo es Luz y no solamente para el pueblo de Israel sino para toda la humanidad. Las palabras de Simeón no son solo las palabras de un anciano que ha esperado con paciencia y que en sus últimos días ha encontrado el sentido de su vida, sino que son las palabras de toda la humanidad que si Jesús vaga en la oscuridad y sin sentido.
Las tinieblas y la noche siempre han infundido temor al hombre, pero no solo por las dificultades propias para caminar, trabajar o realizar sus actividades, sino porque las tinieblas representan el poder del maligno y el espacio de los malhechores.
Hoy, igual que en todas las épocas también sufrimos la terrible oscuridad que nos propicia el mal, el pecado y las injusticias. Por eso estos días de Navidad resplandece de un modo especial Cristo, nuestra Luz. Si ponemos frente a Cristo nuestras vidas, serán iluminadas y encontraremos sentido.
La Luz de Cristo viene a mostrarnos el camino, un camino de amor y de verdad. Por eso san Juan insiste tanto en este aspecto de la presencia de Jesús. Jesús es Luz, no podemos vivir en tinieblas. Quien no ama y no se reconoce amado, vive en una profunda depresión y va por la vida sin sentido.
Cristo nos ilumina y nosotros también tenemos que ir a iluminar a los hermanos. Por eso san Juan afirma que quien odia a su hermano está todavía en las tinieblas y quien ama a su hermano permanece en la Luz.
Permitamos que Cristo ilumine nuestras vidas y que podamos iluminar amando a nuestros hermanos. Que hoy Cristo sea nuestra Luz y que seamos Luz para todos los que nos rodean.