Sábado de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 10, 17-24

Dios es un Padre que se anticipa a nuestras necesidades y es capaz de sacar agua de roca y superar con creces los bienes que el padre del mundo más maravilloso pueda dar a su hijo. Por otro lado, la liturgia nos invita a una reconciliación seria y profunda con Nuestro Padre Dios, para lo cual contamos con no pocos obstáculos, pero sobretodo con un gran enemigo: el demonio, que tratará por todos los medios evitar nuestro encuentro con Dios, de romper la filiación de cada uno con su Padre Dios.

Dios está deseoso de tener amistad con cada uno de nosotros y espera nuestro reclamo para darnos bien y más bien. La amistad con Dios es el seguro más eficaz para una vida feliz en este mundo y sobre todo para la felicidad eterna. Visto así todo parece sencillo y hasta cabe preguntarse a cerca del porqué no somos todos amigos de Dios, porque a veces nos cuesta tanto, porque no le seguimos como quisiéramos. El mundo, la carne y el demonio son los grandes obstáculos e impedimentos que dificultan y ciegan al hombre, hasta el punto de llevarle a la lejanía de Dios y a la búsqueda equivocada de felicidad y sentido a la vida. Cristo vive y te ama con locura, ha venido a buscarte a ti, y te espera siempre con los brazos abiertos. Jesús pierde la memoria cuando le pides perdón en la confesión, Jesús siempre te sorprenderá con verdades nuevas y te dará motivos de confianza, porque no quiere perderte, sí permitirá pruebas que siempre podrás superar con su ayuda pero jamás te dejará sufrir por encima de tus propias fuerzas. Jesús quiere tu sí, pero lo quiere de verdad, no lo busca, no lo espera, te lo da para que se lo devuelvas.

Luchemos siempre por mantener nuestra alma en gracia y nuestro diálogo abierto con el Señor. No abandonemos la oración cada día y recemos mucho los unos por los otros, cuidemos de los que tenemos con nosotros para ninguno se pierda.

Santos Ángeles Custodios

He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino y te conduzca al lugar que te tengo preparado. Así nos dice el libro del Éxodo, (Ex 23,20-23), en el día que la Iglesia celebra a los Santos Ángeles Custodios. Son precisamente ellos la ayuda particular que el Señor promete a su pueblo y a nosotros que caminamos por la senda de la vida.

Eso es precisamente la vida, un camino en el que debemos ser ayudados por compañeros, por protectores, por una brújula humana, o una brújula que se parezca a lo humano y que nos ayude a ver adónde estamos yendo. Porque hay tres posibles peligros en el trayecto de nuestra vida: está el peligro de no caminar. ¡Cuánta gente se apalanca y no camina, y toda la vida está quieta, sin moverse, sin hacer nada! Es un peligro. Como aquel hombre del Evangelio que tenía miedo de invertir el talento. Lo enterró, y pensaba: Yo estoy en paz, estoy tranquilo. No me podré equivocar. Así no me arriesgo. ¡Hay tanta gente que no sabe cómo caminar o tiene miedo de arriesgarse, y se queda quieta! Pero nosotros sabemos que la regla es que quien se queda quieto en la vida, acaba por corromperse. Como el agua: cuando el agua está estancada ahí, vienen los mosquitos, depositan los huevos, y todo se corrompe. Todo. El Ángel nos ayuda, nos empuja a caminar.

Pero hay otros dos peligros en el camino de nuestra vida: el peligro de equivocarse de camino, que solo al principio es fácil de corregir; y el peligro de dejar el camino para perderse en una plaza, yendo de una parte a otra como en un laberinto que te encierra y que nunca te lleva al final.  Y ahí está el Ángel para ayudarnos a no equivocar la senda y a caminar por ella, pero hace falta nuestra oración, nuestra petición de ayuda. Dice el Señor: Pórtate bien en su presencia. El Ángel tiene autoridad para decirnos las cosas. Escúchalo. Escucha su voz; no le seas rebelde. Escuchar sus inspiraciones, que son siempre del Espíritu Santo, pero es el Ángel el que nos las pone delante. Me gustaría haceros una pregunta: ¿habláis con vuestro Ángel? ¿Sabéis cómo se llama vuestro Ángel? ¿Escucháis a vuestro Ángel? ¿Os dejáis llevar de su mano por el camino, dejáis que os empuje para moveros?

Pero la presencia y el papel de los Ángeles en nuestra vida es aún más importante, porque no solo nos ayudan a caminar bien, sino que nos muestran también adónde debemos llegar. Está escrito en el Evangelio de hoy (Mt 18,1-5.10): Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, dice el Señor, porque sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. Así pues, en el misterio de la custodia del Ángel está también la contemplación de Dios Padre. Nuestro Ángel no solo está con nosotros, sino que ve a Dios Padre. Está en relación con Él. Es el puente diario, desde que nos levantamos hasta que nos vamos a la cama por la noche, que nos acompaña y está en contacto con el Padre. El Ángel es la puerta diaria a la trascendencia, al encuentro con el Padre. Es decir, el Ángel me ayuda a ir por el camino porque mira al Padre y sabe cuál es la senda. No olvidemos a estos compañeros de camino. Que el Señor nos dé a todos, en esta fiesta de los Ángeles Custodios, la gracia de entender este misterio de la custodia del Ángel, de la compañía en el camino, y de la contemplación del Ángel, la contemplación de Dios Padre.

Jueves de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lc 10, 1-12

Cuando levantamos los ojos y vemos un mundo consumido por el egoísmo, un mundo que se destruye a sí mismo con guerras, injusticia y vicios, en fin cuando vemos que aun el mensaje del evangelio no penetra nuestros corazones y las estructuras del mundo, podemos comprender que efectivamente la mies es mucha y los obreros pocos.

El evangelio nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva del Evangelio y a anunciar la paz.

La invitación a vivir en paz es parte del mensaje del Señor.  La paz a la que nos invita Jesús se apoya en el amor a los hermanos.

Todo cristiano, cada uno de nosotros, somos enviados por Jesús para anunciar el Evangelio, para difundir su paz.

Cuando hablamos de paz solemos pensar casi siempre en la paz social, en los grandes problemas que tiene nuestra sociedad y nos olvidamos de otros espacios en los que también hemos de preocuparnos de que haya paz verdadera.

En primer lugar, para poder sembrar paz, es necesario vivir en paz con nosotros mismos, alcanzar la paz interior.  La persona egoísta, indiferente, no trabaja por la paz.

Hay que, en segundo lugar, llevar paz a la familia y con los amigos.

La paz en nuestras familias es necesaria porque en las familias muchas veces se da el olvido, el egoísmo y hasta la violencia.  La paz en nuestras familias nos lleva a pensar, que el encuentro de quienes viven en familia, necesita, a veces de calma, de tranquilidad para vivir con más plenitud la generosidad del afecto, la comprensión mutua y el apoyo mutuo de todos sus miembros.

Es necesario, dentro de la familia, el encuentro de padres e hijos para ayudar a la formación de la personalidad, de la educación y de la conciencia de los hijos, y si no hay paz, difícilmente se darán estos encuentros.

Hemos de esforzarnos para que haya un buen entendimiento, respeto y disposición de ayuda entre los amigos y entre todas las personas con las que convivimos diariamente.

Pidamos al Señor que siempre confiemos en Él, que nuestra gloria sea la cruz de Cristo y que nos llenemos de la paz que El Señor nos da hoy y siempre.

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

¿Quién como Dios?

Es el significado del nombre de San Miguel Arcángel a quién la Iglesia celebra hoy, día en que se veneraban a todos los ángeles.

Es una verdad de fe que hay que creer con fe sobrenatural que Dios creó unos seres espirituales a los que llamamos ángeles. “En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles.” CIC 330

La existencia de los ángeles no es un cuento piadoso para quitarles el miedo a los niños, sino que es un dogma de fe, atestiguado por la Escritura y la Tradición y propuesto por la Iglesia en su magisterio y liturgia para ser creído y celebrado.

Por estar dotados de inteligencia y voluntad, los santos ángeles tuvieron que pasar la prueba de la libertad. ¿En qué consistió? En aceptar o rechazar el fin para el que Dios los había creado: alabarlo, obedecerlo y ser felices con él en el cielo siendo colaboradores de Dios en su designio salvífico con los hombres.

Muchos de aquellos ángeles movidos de orgullo se rebelaron contra Dios porque no estaban dispuestos a servir a los hombres -seres inferiores-.

¡Cómo se ha repetido esta escena a lo largo de la historia! Adán y Eva, Caín y Abel, tú y yo cada vez que optamos por el pecado, por seguir nuestros propios gustos e inclinaciones, en definitiva, por no querer realizar aquello para lo que Dios nos ha creado: amarlo, conocerlo y servirlo. La diferencia de la prueba de los ángeles y la nuestra es que su decisión fue tomada fuera del tiempo y del espacio teniendo un carácter eterno y definitivo. Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. «No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte» CIC 393

Nosotros, seres limitados al espacio y al tiempo –por su gran misericordia- podemos corregir nuestra opción y rectificar nuestras rebeldías. Es este un motivo para dar gracias al Señor por ser tan bueno con nosotros, por darnos infinitas ocasiones para convertirnos y volvernos a él.

¿Quién como Dios?

Con estas palabras, San Miguel con todos los ángeles que decidieron servir a Dios entablaron una lucha arrojando a Satanás y a los demás ángeles caídos –los demonios- al infierno. Desde entonces los demonios intentan asociara los hombres a su rebelión, pero su poder no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura (…) Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física—en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero «nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman». CIC 395

No hemos de tener miedo, pues Jesucristo ya ha vencido a Satanás. Contamos con su protección, con la de su Madre Santísima y con la de los ángeles y todos los santos. Por este motivo, la Iglesia acude a la intercesión de los santos ángeles con las diferentes fiestas dedicadas a ellos.

¿En qué puede ayudarnos San Miguel? 

En primer lugar, acudimos a San Miguel para que nos ayude contra los ataques e insidias del Maligno. La Iglesia lo invoca en cantidad de oraciones y también nosotros podemos invocarlo recitando: Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contrala perversidad y las asechanzas del demonio. Reprímalo, Dios, pedimos suplicantes. Y tú príncipe de las milicias celestiales, lanza al infierno a Satanás y a todos los espíritus inmundos que vaga por el mundo para la perdición de las almas. 

En segundo lugar, San Miguel nos puede alcanzar la humildad porque venció la soberbia de Satanás y la de todos los que con él se rebelaron. El significado de su nombre “Quién como Dios” ha de invitarnos a caer en la cuenta de quiénes somos nosotros –criaturas limitadas y pobres- y quiénes Dios –nuestro Creador y dueño-. Sólo desde la humildad de reconocernos dependientes totalmente de Dios, podremos vencer el pecado y avanzar en el camino de la santidad.

También podemos acudir a San Miguel para que purifique nuestra oración de todo egoísmo e interés mezquino y la corrija de toda deficiencia haciéndola así agradable a Dios; porque él es el ángel encargado de ofrecer a Dios nuestras oraciones.

Por último, San Miguel es también el ángel encargado de introducirnos ante el tribunal de Dios. En las misas de difuntos se pide que “el abanderado de los ángeles, San Miguel, conduzca a las almas a la luz santa”. Acudamos a él, para que en el momento de nuestra muerte, seamos llevados por él y sea nuestro defensor ante la justicia divina. ¡Hagámonos sus amigos!

¿Quién como Dios?

Queridos hermanos: celebrar a San Miguel ha de invitarnos en definitiva a tomar una decisión: ¿de qué lado quiero estar? ¿Con aquellos que dijeron–no serviré o con aquellos que se reconocieron criaturas y adoraron a Dios?

Pidamos a Nuestra Señora, la Virgen María, Reina de los ángeles que nos ayude a amar, conocer y servir a Dios para gozarle junto con Ella, los ángeles y los santos en la felicidad eterna del cielo.

Lunes de la XXVI Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 46-50

Uno de los elementos más importantes del evangelio es el ir adoptando los criterios de Jesús. Mientras que nuestra vida, mediante todos sus «maestros» buscan aleccionarnos sobre los criterios que se deben tomar para llegar a ser felices, Jesús, único maestro del cristiano, nos muestra en su evangelio lo que verdaderamente puede llevar al hombre a la felicidad.

Hoy ilumina el área de nuestras aspiraciones y de nuestro trato con Él. Y así mientras que el mundo nos insiste en el poder, status, sabiduría, etc., Jesús cambia el criterio y presenta un niño, que en la comunidad judaica no tenía ningún valor, era el elemento más pequeño en la escala social, que necesita de todos en todos los sentidos, el más indefenso, y afirma que para Él será verdaderamente grande quien se siente necesitado como un niño y se deja amar y abrazar por él. Será también grande quien es capaz de renunciar a los «privilegios» que puede tener, con el fin de servir a los necesitados, a los que no tienen voz, a los marginados, a los que son como niños en la comunidad. Queda así claro cuáles son sus preferencias y por lo tanto cuáles deben ser las preferencias de los discípulos. ¿Cómo cuadran estas preferencias de Jesús con tu vida?

Sábado de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 43-45

Los discípulos de Jesús estaban asustados y no se atrevían ni a preguntar por el significado de sus palabras. Hablar de muerte no es fácil a nadie, porque es enfrentarse con el misterio y lo que nos trasciende no tiene explicación, sino que hay que aceptarlo en la fe y en la confianza.

Jesús aceptó la muerte desde el abandono en su Padre y sólo así fue capaz de atraer sobre nosotros la salvación.


¡Cuántas veces nosotros nos perdemos en preguntas y cuántas otras no somos capaces ni de cuestionarnos por miedo a la respuesta!. Dios nos sorprende siempre en su infinito amor, y es la confianza y el amor lo que nos tiene que mover en la vida porque el temor paraliza y nos deja sin fuerzas para actuar.

El que ama ha pasado de la muerte a la vida; por eso echemos fuera el miedo y vivamos en la plenitud del amor.


Padre del Cielo y de la tierra, que no abandonas nunca la obra de tus manos, te pedimos alejes de nosotros todo temor, para que viviendo en la plenitud de tu amor sepamos dar testimonio de tu bondad y así nos hagamos creíbles ante los hombres.

Viernes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 18-22

Confesar que Jesús es el Mesías en el grupo cerrado de los discípulos ya implica sus riegos. Lo hace Pedro con valentía y a nombre de todo el grupo.  Pero eso mismo, Pedro que ahora se levanta valiente para proclamar a Jesús, terminará temblando ante una mujer que lo reconoce y le dice que es del grupo de Jesús.  Pedro lo negará y jurará que no lo ha conocido.

Una cosa es decir quién es Jesús para los demás, aunque ya sea un gran reconocimiento nombrarlo como uno de los profetas más prestigiados y querido por el pueblo, y otra cosa muy diferente es responder quién es Jesús para nosotros.  Eso compromete y nos deja al descubierto.

Pedro no se equivoca en su confesión de fe, Pedro se equivoca en la forma en que espera que Jesús sea Mesías.  No escucha o parece no escuchar la descripción que inmediatamente hace Jesús: anuncia dolores, sufrimiento, persecución y aparente fracaso.  Pedro no está dispuesto a pasar por esto, y muchos de nosotros tampoco estamos dispuestos a pasar por estos dolores y sufrimientos; no estamos dispuesto a sufrir caídas y fracasos por el Evangelio.

Hay quien ha querido mirar esta propuesta de Jesús como una especie de conformismo frente al dolor.  Pero si alguien luchó contra el dolor y la injusticia, si alguien propuso la felicidad para los pequeños, si alguien comprendió el camino de la cruz como paso a la resurrección fue Jesús.  Pero Jesús no propone la felicidad en la abundancia de bienes pasando por encima de los hermanos, no propone la indiferencia frente al dolor de los otros, no propone la mentira como camino de justificación.  Y cuando se defiende la verdad y la justicia, irremediablemente nos encontraremos con la oposición como le pasó a Jesús.

No estoy de acuerdo con una religión que ata las conciencias y que hace sumisos a los débiles, pero tampoco estoy de acuerdo con una religión de la felicidad que promete solamente regalos y bendiciones sin el compromiso y la lucha por establecer el Reino de Dios.

Cristo acepta la cruz como camino de vida, no como el final de su proyecto.  Lo que quiere Jesús es que todos tengan vida.

Que este día, al confesar a Jesús como nuestro Mesías, también nos comprometamos, a pesar de las oposiciones y problemas, a construir juntamente con Él, su reinado de paz, aunque esto tenga dificultades y obstáculos.

Y tú, ¿qué tipo de Mesías piensas que es Jesús?

Miércoles de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 9, 1-6

En el mundo consumista y tecnificado de nuestros días, buscamos que incluso la evangelización caiga bajo los mismos criterios.

Cuando se ha encontrado a Jesús no se puede permanecer en apatía y en silencio. Atrás, va quedando las actitudes de conquista que muchas veces vivimos en la Iglesia, pero se van despertando nuevos impulsos en la misión.

El texto que hoy nos presenta San Lucas está en la base de toda la misión, no solo de los 12, sino de todo discípulo. Y en esas pequeñas frases, se sintetiza la misión que tenemos como verdaderos misioneros: los reunió, les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y curar enfermedades, luego los envío a predicar el Reino de Dios y a curar enfermos.

Está muy claro que la fuerza que tenemos como discípulos será estar reunidos, no tanto externamente, sino de corazón y en verdad.

El poder que les da Jesús no es un poder temporal, no es un poder de dominio, no es un poder para juzgar a los hombres, sino un poder para expulsar demonios y curar enfermedades.

El señor ofrece la salvación a los hombres de toda época. Nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y todos los sectores de la vida social. Ahí encontramos muchos demonios y muchas situaciones de enfermedad; ahí tiene el cristiano que llevar la verdadera palabra que libere y dé salvación. Quizás muchas veces, interpelando y llamando a la conversión. Primeramente la propia conversión que logre nuevos rumbos y nuevas opciones de vida.

La forma nos la ofrece el mismo Evangelio: con la confianza puesta en Dios, no puesta en nuestra inteligencia ni en nuestros fabulosos medios, ni en la fuerza. La única fuerza que tiene el discípulo es la del Evangelio. Es necesario que descubramos, cada vez más, la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios predicado por Cristo mismo. Pero lo tenemos que hacer al estilo de Jesús.

Este día tendremos la oportunidad de encontrarnos con diferentes personas. Que nadie se vaya desilusionado por nuestra forma de vivir, que nadie se vaya con el corazón vacío. Que quién mire nuestro rostro, nuestra vida, pueda tener la seguridad de que Jesús sigue actuando sus prodigios por medio de nosotros, con nuestros pobres medios, pero con su misma generosidad y alegría.

Tú eres misionero de Jesús, tú eres portador de su palabra llevada con alegría.

Martes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 19-21

Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra: este es el concepto de familia para Jesús, una familia más amplia que aquella en la que se viene al mundo. Es la enseñanza del Evangelio que acabamos de escuchar, donde es el mismo Señor quien llama madre, hermanos y familia a los que le rodean y le escuchan en su predicación. No se puede entender el Evangelio que acabamos de leer como si Jesús despreciara o condenara a la familia, ni si quiera como si no la tuviera en cuenta, o que estas palabras manifestaran poco aprecio hacia su Madre, la Virgen María.

Podemos descubrir en estas palabras de Jesús su empeño por crear la nueva familia de Dios, no basada ni en la carne ni en la sangre, sino en la Palabra.  Podríamos decir en la Palabra con mayúsculas, ya que quien escucha esta Palabra que es Jesús, y la pone en su corazón, encontrará nuevos hermanos y hermanas, una nueva familia.

Sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna, capaces de crear nuevas relaciones, nuevos lazos y una alegría nueva.  La relación entre la Palabra de Dios y esta nueva familia, la alegría y el servicio, se manifiesta claramente en María.  Vienen a nosotros las palabras que le dirigió el Ángel: “dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído y en esta fe ha acogido en su propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo.  Jesús se encarna porque ha habido una mujer sencilla que ha creído en la Palabra y le ha permitido anidar en su vientre.

Las palabras de este evangelio dan a María una nueva alabanza, no sólo en la elección para ser Madre, sino en la escucha y aceptación de la Palabra.  Jesús, así muestra la verdadera grandeza de María, abriendo también para nosotros la posibilidad de una nueva familia, una nueva relación que nace de la acogida y de la puesta en práctica de la Palabra.

Nuestra relación personal y comunitaria con Dios, depende del aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina.  Gracias a Dios, en los últimos tiempos se ha dado una relevancia especial a la Palabra de Dios, pero para muchos cristianos queda en el olvido, como algo ya sabido.  Sin embargo, la Palabra es dinámica y cada día trae algo nuevo a nuestros oídos y a nuestra vida.  La misma Palabra ofrece fuentes nuevas de reflexión, de consuelo y de esperanza.

Es necesario que cada uno de nosotros busque esos espacios propios para escuchar la Palabra en pequeños grupos, en las celebraciones, en los estudios y en la oración personal.  Un cristiano sin la Palabra de Dios es un árbol seco que no puede dar fruto y amenaza con desplomarse.

Escuchemos la Palabra para tener la vida de la nueva familia.

Sábado de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 8, 3-15

Esta parábola del Sembrador ya la oímos este año en otra ocasión.  Esta parábola nos presenta los distintos terrenos y los distintos resultados, luego la pregunta de los discípulos: «¿Qué significa esta parábola?»  Y, por último, la explicación de Jesús.

«La semilla es la palabra de Dios»

De nuevo se nos propone la pregunta: ¿Yo, qué clase de terreno soy?  ¿Está la Palabra produciendo fruto en mí?

Los terrenos de la parábola difícilmente podían cambiar: una tierra dura, apisonada por la gente que pasa una y otra vez, el terreno lleno de piedras con muy poca o ninguna tierra húmeda, el terreno lleno de maleza.

Pero nuestro corazón puede cambiar.  Esto es fundamentalmente un don de Dios que debemos pedir siempre.  Pero el Señor insiste en nuestra apertura a su don, en nuestra puesta en obras de sus mandamientos y ejemplos, en una lucha continua contra el Malo y contra el mal, en la perseverancia, en la lucha contra los ataques y las tentaciones.

Hoy, sábado, podemos recordar el elogio que se hizo a María: «Dichosa tú que has creído porque se cumplirá todo lo que el Señor te prometió».

Con la fuerza del sacramento seamos buen terreno para que la Palabra dé óptimos frutos de caridad.