Viernes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17,26-37

Jesús reprocha a las personas de su tiempo que repiten la misma actitud insensata de los contemporáneos de Noé y de Lot: “comían, bebían, se casaban, compraban”, y se reían de Noé por sus previsiones y provisiones. También nosotros tenemos la tentación de entregarnos a la vida como si fuéramos eternos habitantes de este mundo. A este respecto san Palo aconseja tomar conciencia de la provisionalidad del tiempo presente: “Los que compran como si no poseyesen, los que gozan del mundo como si no disfrutasen, porque este mundo que contemplamos está para acabar”.

No se trata de amargarnos la existencia pensando siempre en la muerte. Un rasgo del cristiano es la alegría. Jesús nos da la razón suprema: “voy a prepararos el lugar para que estéis donde yo estoy”. Esto pone alegría en la vida, porque despeja el interrogante: “¿qué será de mí después de la muerte?” que, por lo menos de forma inconsciente, atormenta al que no tiene esperanza.

Además, somos unos privilegiados por saber el tema del examen final. Jesús señala que se nos preguntará: Estuve hambriento, desnudo, encarcelado, sin trabajo… ¿me tendiste la mano, saliste al paso de mi sufrimiento? “En el atardecer de la vida se nos examinará del amor”. Saber el tema del examen y no aprobar sería una negligencia imperdonable. En esto nos va la vida eterna.

El futuro glorioso se genera viviendo con sentido de entrega. El que guarde su vida para sí, la perderá; el que la entregue con generosidad, la acumulará. De ahí la importancia de vivir cada día como si fuera el último, con responsabilidad y alegría.

Jueves de la XXXII Semana Ordinaria

Lucas 17, 20-25

Unos fariseos se acercan a  Jesús para preguntarle cuándo va a llegar el reino de Dios. El reino de Dios es esa sociedad de hombres y mujeres que nombran a Dios como el Rey y Señor de sus vidas. Ese reino de Dios ya ha empezado en nuestra travesía terrena, pero al lado de Dios hay otros reyes que llaman a la puerta de los corazones humanos para reinar en ellos, como el dinero, el prestigio, el placer… y de hecho reinan en bastantes corazones humanos, pero llegará un día en que solo existirá el reinado de Dios, lo que llamamos cielo. Todos los otros reyes desaparecerán de la esfera humana. En ese reino, en su segunda y definitiva etapa, solo reinará el Amor, solo reinará Dios. “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte, ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado”.

Lo cierto es que Jesús no responde con claridad a la pregunta de los fariseos: “Como el fulgor del relámpago brilla de un horizontes a otro, así será el Hijo del Hombre en su día”. Nos basta saber la promesa de Jesús de que el reino de Dios en su plenitud existirá. 

Miércoles de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17,11-19

Jesús va de camino para Jerusalén. Allí va a acontecer la entrega de su vida, manifestando así el amor más grande y la inmensidad del amor de Dios. Por donde va pasando hace el bien. Los que se encuentran con él experimentan la misericordia. Esto es lo que señala Marcos, al narrarnos este encuentro. Diez leprosos salen a su encuentro clamando: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.” Todos son conscientes de su problema: afecta a su salud, pero también a su condición de excluidos de la comunidad. Han tenido que gritar ¡impuros! Para que se aparten de ellos. Ahora se acercan a Jesús y reciben esta respuesta a su solicitud: “Id a presentaros a los sacerdotes”

Todos han entendido lo que eso significa. Ser curados y recibir el certificado de su curación para reintegrarse en la comunidad. La curación la otorga Jesús y está relacionada con la fe de ellos. Todos se han puesto en camino, creyendo en Jesús y en el camino de fe experimentan la sanación. De los diez, solamente uno regresa a dar gracias. Los demás van a cumplir, literalmente, lo mandado. Y la pregunta de Jesús ¿No han quedado limpios los diez? No se dirige al que vuelve, sino a la gente que contempla lo ocurrido. Aquellos van con el deseo de tener el “pasaporte”, para poder llevar una vida normal. No está mal, pero es insuficiente. La segunda pregunta “¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”, revela que hay algo que aquéllos olvidan: dar gracias. Dar gloria a Dios.

La referencia a la condición de extranjero del que ha vuelto, pone de manifiesto el descuido de los otros nueve, tan frecuente en la conducta humana. Pedimos siempre, con insistencia, pero no somos prontos en agradecer. Los diez han sido curados por la palabra de Jesús que obra mientras van de camino, pero solamente este escucha de Jesús: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” Aquellos preocupados por la legalidad parece que no han sabido reconocer lo que Dios ha hecho en ellos. Una fe formal, que no transforma la vida. El extranjero recibe la enseñanza completa: su fe le ha salvado. No solo de la enfermedad, sino que toda su existencia queda afectada por lo ocurrido. Por eso no se le dice te ha curado, sino que se afirma: tu fe te ha salvado.

¿Cómo escuchamos nosotros a Jesús?  ¿Hasta qué punto somos agradecidos a los dones que Dios nos otorga?

Martes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17,7-10

Los hombres tendemos a convertir en “heroico” las cosas más ordinarias de nuestro deber. Nos llegamos a considerar “héroes” por llegar puntuales al trabajo o por respetar las señales de tráfico.

Los niños creen que se merecen un premio por cumplir con sus deberes escolares… Sólo estamos haciendo lo que debíamos hacer.

 Jesús habla de este siervo que después de haber trabajado durante toda la jornada, una vez que llega a su casa, en lugar de descansar, debe aún servir a su señor.

Alguno de nosotros aconsejaría a este siervo que vaya a pedir algún consejo al sindicato, para ver cómo hacer con un patrón de este tipo.

Pero Jesús dice: «No, El servicio es total», porque Él ha hecho camino con esta actitud de servicio; Él es el siervo. Él se presenta como el siervo, aquel que ha venido a servir y no a ser servido: así lo dice, claramente.

Y así, el Señor hace sentir a los apóstoles el camino de aquellos que han recibido la fe, aquella fe que hace milagros. Sí, esta fe hará milagros por el camino del servicio.

Un cristiano que recibe el don de la fe en el Bautismo, pero que no lleva adelante este don por el camino del servicio, se convierte en un cristiano sin fuerza, sin fecundidad.

Y al final se convierte en un cristiano para sí mismo, para servirse a sí mismo. De modo que su vida es una vida triste, puesto que tantas cosas grandes del Señor son derrochadas.

El Señor nos dice que el servicio es único, porque no se puede servir a dos patrones: «O a Dios, o a las riquezas». Nosotros podemos alejarnos de esta actitud de servicio, ante todo, por un poco de pereza. Y ésta hace tibio el corazón, la pereza te vuelve cómodo.

La pereza nos aleja del servicio y nos lleva a la comodidad, al egoísmo. Tantos cristianos así son buenos, van a Misa, pero el servicio hasta acá.

Y cuando digo servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, en la oración, en las alabanzas; servicio al prójimo, cuando debo hacerlo; servicio hasta el final, porque Jesús en esto es fuerte: «Así también vosotros, cuando halláis hecho todo aquello que se os ha sido ordenado, ahora decid somos siervos inútiles». Servicio gratuito, sin pedir nada.

Lunes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17,1-6

En el contexto de su segunda etapa del viaje a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez para abordar tres temas muy importantes para la vida comunitaria: el escándalo, el perdón y la fe. Y lo hace en medio del acecho de los fariseos contra quienes se enfrenta una y otra vez. De hecho, hemos escuchado, en el capítulo anterior, a Jesús, hablando así a los fariseos: “Vosotros queréis pasar por hombres de bien ante la gente, pero Dios conoce vuestros corazones.”

Jesús nos llama a seguirle en comunidad, a vivir la fe con otras personas construyendo relaciones fraternas con todo lo que esto significa de compromiso en la vida de cada día.

La Palabra de Dios hoy nos hace caer en la cuenta de tres aspectos que son pilares para una comunidad cristiana y que están íntimamente relacionados. Y empiezo por el último, el de la fe: Necesitamos alimentar nuestra fe en el Dios Padre de misericordia, que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos; Sólo desde esta mirada de fe, podemos sentir la fuerza y el deseo de vivir desde ese Amor y de sentir la necesidad de ser transformados por Él.

Bajo la luz de la misericordia de Dios, necesitamos reconocer la parte de pecado que hay en cada uno de nosotros; ser conscientes de nuestras contradicciones e incoherencias, atrevernos a nombrarlas y reconocerlas, a pedir perdón por ellas, a trabajarlas, a dejar que el Espíritu también trabaje en nosotros y a descubrirnos finalmente como pecadores perdonados y salvados;  capaces, por ello, de perdonar también a los demás. Una vida que se ha dejado amasar por el amor y el perdón de Dios, es una vida que camina hacia la autenticidad. Y toda vida auténtica es un estímulo que ayuda a crecer a otros: somos responsables de los demás.

Pero si nuestra vida se resiste a dejarse transformar; si nos instalamos en la arrogancia, en la prepotencia, en la rigidez frente a los otros. Si nuestro esfuerzo se centra en cuidar la “buena imagen” aunque nuestro corazón esté lleno de resentimiento y de tareas de crecimiento humano pendientes,  la vida acaba convirtiéndose en “doble vida”. Es decir una vida dividida y rota por las contradicciones no abordadas y no trabajadas. Una vida que, si no se abre a un proceso de verdad y sanación, va destruyéndose  y puede también destruir a aquellos que están cerca y que son más vulnerables: a esta capacidad de herir y destruir se refiere Jesús cuando habla de “escandalizar a los pequeños” y ya sabemos lo duro que es con la persona que escandaliza: más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.

Y es que la cosa no es de broma: Hoy en día se habla mucho en los medios de comunicación de los escándalos políticos, económicos y también de la iglesia. Y nos referimos a situaciones que con frecuencia nos asombran y nos descolocan porque se refieren a comportamientos de personas en las que habíamos puesto una cierta confianza porque su vida nos resultaba creíble, moralmente verdadera. Y, de repente, salen a la luz historias escondidas que nos sorprenden, que no esperábamos, que no concuerdan con la imagen, con frecuencia un poco idealizada, que nos habíamos hechos de estas personas. Situaciones que, a medida que se van destapando, nos permiten descubrir, escondidas,  historias dolorosas de víctimas que son, casi siempre, personas muy vulnerables.

Pero no miremos hacia fuera, sino que meditemos en nuestra propia historia y en aquellas situaciones en las que hemos podido escandalizar a otras personas, cómo hemos podido influir negativamente sobre su proceso de vida y de fe. Qué descubro que necesito recomponer, curar. A quiénes necesito pedir perdón y perdonar. Qué fe necesito pedir para poder mirar con ojos de misericordia todo lo vivido.

Sábado de la XXXI Semana Ordinaria

Lucas 16, 9-15

Porque Jesucristo “conoce vuestros corazones”, nos advierte de tres peligros muy sutiles que pueden aparecer en la vida espiritual diaria.  “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”. La ley del amor, que es la que Cristo ha venido a traer al mundo, es la del amor sin medida. En el amor no hay mucho ni poco, o se ama o no se ama. Puede ser que las consecuencias de un acto hecho sin amor sean pequeñas o grandes pero cuando se ha faltado al amor se ha dejado de amar en ese acto concreto.

Si no sabemos usar correctamente las riquezas injustas y ajenas, es decir, todo lo material que es externo a nosotros y por lo tanto no nos pertenece con totalidad, mucho menos seremos capaces de manejar con corrección las riquezas verdaderas y propias, que son las cosas espirituales que en verdad son propias de cada hombre. Del mismo modo quien no ama a los hombres a quienes ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve; si no somos ordenados y justos con las cosas materiales, que vemos, menos lo seremos en las cosas espirituales, que no se ven.

“No podemos servir a Dios y al dinero”. El dinero representa el humano interés. Nuestro corazón desea hacer el bien, pero ¿lo hacemos para servir a Dios o a nosotros mismos? Cuando nos ocurre una desgracia fácilmente nos preguntamos: “¿por qué a mí?” ¿No será que durante los momentos de tranquilidad hemos sido buenos por inercia, pero no por amor a Dios, de tal manera que cuando su voluntad contradice la nuestra ya no somos generosos?

Viernes de la XXXI Semana Ordinaria

Lc 16, 1-8

En ocasiones hacemos depender nuestra visión de las personas y las circunstancias de lo que diga una sola persona, ante la que manifestamos una fe ciega, o una confianza absoluta. Algo que me puede conducir a la verdad o al error. Al error porque me he empeñado en escuchar una sola voz.

La vida está llena de únicas voces, que determinan el caminar de nuestros prójimos. Suelen ser voces opresoras, que tiranizan a las personas, donde se adolece de un sentido justo de la realidad. En esas situaciones se suele acudir a una “jauría de perros” para que canalice al rebaño y lo conduzca al redil.

La pregunta del administrador no es afirmar quién eres en verdad, ni quién estás dispuesto a ser en realidad. La pregunta busca confirmar un prejuicio. La visión de otro o de algunos.

La decisión aparece clara como respuesta y comprensión: actuar con habilidad, y actuar desde un situarse como hijo de la luz. Para esclarecer la fe, la misericordia, y el amor. La reconciliación, el perdonar las deudas, el reducir el peso de las mismas, es lo que condujo al administrador a ser reconocido por el dueño del campo.

¿Y qué es ser hijo de la luz? el que cuida con misericordia del prójimo, el que habla y escucha con compasión a su hermano, el que construye una realidad donde Cristo esté presente como salvador, y no renunciar por comodidad o miedo a la práctica evangélica de la fe.

Basílica de Letrán

Jn 2, 13-22

Se ha considerado siempre en la exegética cristiana este texto de Ezequiel como una especie de alegoría del Cuerpo de Cristo, que es Templo por antonomasia. El agua que brota limpia, pura es la que auténticamente da Vida y la hace renacer cuando desemboca en otras aguas corrompidas y sucias: las limpia, genera un nuevo entorno de Salvación.

Para nosotros, cristianos, Jesús es el Señor de la Gracia, que llega hasta nosotros y nos otorga la Vida con mayúsculas. Aun en las situaciones más difíciles, cuando el pecado con su poderosa inercia de mal y hediondez nos envuelve, el Señor viene a nosotros, nos limpia y nos convierte en verdaderos templos donde Él se hace presente por el Bautismo.

Tendríamos que valorar, más allá de los signos y las celebraciones anejas al sacramento, la importancia de nuestro bautismo y como el Señor nos hace “nacer de nuevo” con su gracia. El bautizado es otro Cristo y el agua recibida está llamada a ser torrente que genere vida donde solo aparece sequedad, indiferencia, podredumbre entre nuestros hermanos los hombres.

Destruid este templo y en tres días lo levantaré

Vivimos unos momentos en que la Iglesia se encuentra sometida a continuas críticas sobre distintas acciones u omisiones respecto a temas como el de los abusos a menores, corrupciones e incluso continuas diatribas respecto a los divorciados vueltos a casar, el papel de la mujer… Lo más significativo es que todo ello se enfoca hacia el 1% de la Iglesia, que es el clero, mientras que el resto de la comunidad permanece en una pasmosa pasividad unida a los meros espectadores o lectores de estas noticias que se difunden en los medios de comunicación.

También los laicos somos Iglesia, somos ese Templo donde se comercia con animales y que más parece “una cueva de ladrones”. El Evangelio de San Juan nos muestra a Jesús realmente indignado, escandalizado, que sorprende por su vehemencia incluso a los suyos. Es este mismo Jesús que dice a la Samaritana que ha llegado ya el día en que a Dios se le adore en espíritu y verdad, que el verdadero templo son los corazones de las personas, de la comunidad donde Él se sigue haciendo presente con su Espíritu.

Dijimos ya en el comentario a la primera lectura que el cristiano es otro Cristo y, como Él, tenemos que ser y sentirnos responsables del Templo, de la Iglesia, exigiendo, pero también comprometiendo nuestra vida para que la Gracia realmente llegue como agua limpia fresca y pura al corazón de los hombres. Es el agua de la Pascua, que nada ni nadie podrá destruir jamás.

Se celebra hoy la Dedicación de la Basílica Mayor de San Juan de Letrán en Roma, la Catedral o cátedra de su primer obispo, San Pedro, que dio testimonio de la fe con su propia vida. Fue propiamente la primera iglesia cristiana tras el Edicto de Milán en que se autorizó por el Imperio el culto público.

“Para comprender bien el episodio evangélico de hoy, debemos subrayar un detalle importante. Los cambistas estaban en el patio de los paganos, el lugar accesible a los no judíos. Este mismo patio se había transformado en un mercado. Pero Dios quiere que su templo sea una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56,7). De ahí la decisión de Jesús de derribar las mesas de cambio de moneda y expulsar a los animales. Esta purificación del santuario era necesaria para que Israel redescubriera su vocación: ser una luz para todos los pueblos, un pequeño pueblo elegido para servir a la salvación que Dios quiere dar a todos. Jesús sabe que esta provocación le costará cara… Y cuando le preguntan: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), el Señor responde diciendo: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (v. 19).”

Miércoles de la XXXI Semana Ordinaria

Lc 14,25-33

El relato de este evangelio se abre con una frase que nos facilita la comprensión de este texto: mucha gente acompañaba a Jesús. Tal vez, al ver a toda esa gente que lo acompañaba, Jesús decidiera aclarar bien cómo han de ser aquellos que, de verdad, quieran adherirse a su comunidad. Una vez más, propone no dejarse manipular por nada. Esa manipulación puede llegar, incluso, desde la propia familia. Por eso, enfatiza de forma llamativa un punto para aclarar mejor su propuesta. Tampoco dejarse esclavizar por el dinero y, ante ello, tener como objetivo seguirlo con decisión para colaborar en la extensión del Reino. Ese es el objetivo y es lo que ha de prevalecer ante posibles tentaciones. En definitiva, nos quiere libres, sin ataduras, explicando que estar con Él requiere discernir el abandono de muchas cosas para que, solo Él, dé sentido a nuestro vivir. Queda claro que Jesús no pide nada que él haya realizado antes. Por eso es nuestro mejor modelo.

Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío

Es curioso constatar que Jesús nunca edulcora su mensaje buscando seguidores inconscientes o el aplauso fácil del auditorio. Sus palabras mantienen siempre un nivel de claridad y exigencia. En sus invitaciones a seguirlo, siempre afirma que, ese seguimiento, implica liberarse de ataduras, algo nada fácil, dada nuestra tendencia a dejarnos llevar por valores materiales. De ahí que nos invite siempre a la reflexión, de la que ha de salir una decisión sopesada, tomada con decisión y sabiendo a qué nos comprometemos cuando optamos por su seguimiento.

Jesús desea que, quienes se decidan a ese seguimiento, no lo hagan de cualquier forma. Han de valorarlo y caminar tras Él, conscientemente, después de reflexionar lo que todo ello implica. Es un ejercicio difícil, costoso. Él nos sugiere dónde encontrar fuerza para llevar a cabo su proyecto: estar con Él; mantener una relación de amistad con Él.

El Papa Francisco lo expresó de forma gráfica al comentar este evangelio: “Jesús dice a sus discípulos: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo. Este es el estilo cristiano porque Jesús ha recorrido antes este camino. Nosotros no podemos pensar la vida cristiana fuera de este camino. Siempre está este camino que Él ha hecho antes: el camino de la humildad, el camino también de la humillación, de negarse a uno mismo y después resurgir de nuevo. Este es el camino. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús”.

Estas palabras del Papa Francisco, matizan bien mi comentario. Las palabras de Jesús, hoy, son una invitación a plantearnos cómo es nuestro seguimiento. Con las palabras de Pablo a los Romanos, donde propone, una vez más, el lugar que ha de ocupar el amor en nuestra vida, complementan lo que nos ha dicho Jesús. Sin amor, todo lo que hagamos por seguirlo, carece de sentido.

La reflexión de hoy puede inscribirse en ese tratar de responder al llamamiento de Jesús, renovando nuestra intención de seguirlo siempre y hacerlo con el ejemplo que Él nos ofrece con su vida.

Ser fiel a Jesús, en este mundo tan contradictorio, garantiza una vida plena. Costosa, pero liberadora porque Jesús es Camino, Verdad y Vida.

Martes de la XXXI Semana Ordinaria

Lc 14,15-24

El Evangelio de hoy cuenta de un hombre que quiere dar una gran fiesta, pero los invitados, con diversas excusas, no aceptan la invitación. Entonces manda a los siervos a llamar a pobres y lisiados para que llenen su casa y disfruten la cena. Este relato es como un resumen de la historia de la salvación y también la descripción del comportamiento de muchos cristianos.
 La cena, la fiesta, es figura del cielo, de la eternidad con el Señor, y en una fiesta nunca se sabe a quién te vas a encontrar, se conocen personas nuevas, se ve también a personas que no querrías ver, pero el clima de la fiesta es la alegría y la gratuidad. Porque una verdadera fiesta debe ser gratuita. Y en esto nuestro Dios nos invita siempre así, no nos hace pagar la entrada. En las fiestas auténticas no se paga la entrada: paga el dueño, paga el que invita. Pero hay quien incluso ante la gratuidad pone en primer lugar sus intereses: Ante esa gratuidad, esa universalidad de la fiesta, está esa actitud que cierra el corazón: “Yo no voy. Prefiero estar solo, con la gente que me gusta, encerrado”. Y ese es el pecado; el pecado del pueblo de Israel, el pecado de todos nosotros. La cerrazón. “No, para mí es más importante esto que aquello. No, lo mío”. Siempre lo mío.

 Ese rechazo es también desprecio a quien invita, es decir al Señor: “No me molestes con tu fiesta”. Es cerrarse a lo que el Señor nos ofrece: la alegría del encuentro con Él. Y en el camino de la vida tantas veces estaremos ante esa elección, esa opción: o la gratuidad del Señor, ir a encontrar al Señor, encontrarme con el Señor o encerrarme en mis cosas, en mi interés. Por eso el Señor, hablando de uno de esos cierres, decía que es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos. Aunque hay ricos buenos, santos, que no están apegados a la riqueza. Pero la mayoría está apegada a la riqueza, encerrados. Y por eso no pueden entender qué es la fiesta. Tienen la seguridad de las cosas que pueden tocar.

 La reacción del Señor ante nuestro rechazo es decidida: quiere que a la fiesta sean llamadas todo tipo de personas, llevados, incluso obligados, malos y buenos. Todos están invitados. Todos, nadie puede decir: “Yo soy malo, no puedo…”. No. El Señor porque eres malo te espera de modo especial. Recordad la actitud del padre del hijo pródigo que regresa a casa: el hijo comenzó un discurso, pero él no lo deja hablar y lo abraza. El Señor es así. Es la gratuidad. De hecho, en la Primera Lectura el apóstol Pablo pone en guardia de la hipocresía, y a los judíos que rechazaban a Jesús porque se creían justos, el Señor una vez les dijo: “En verdad os digo que los publicanos y las meretrices van a estar por delante de vosotros en el Reino de Dios”. El Señor ama a los más despreciados, pero nos llama a todos. Pero ante nuestra cerrazón se aleja y se indigna como dice el Evangelio recién leído. Pensemos en esta parábola que nos da el Señor hoy. ¿Cómo va nuestra vida? ¿Qué prefiero yo? ¿Aceptar siempre la invitación del Señor o encerrarme en mis cosas, en mis pequeñeces? Pidamos al Señor la gracia de aceptar siempre acudir a su fiesta, que es gratuita.