Juan, Apóstol y Evangelista

Como uno de los más grandes testigos de Jesús, de su humanidad y de su glorificación, se acerca hoy hasta nosotros un personaje especialmente cualificado, el discípulo Juan.

Juan, hijo de Zebedeo y de Salomé, hermano de Santiago, fue capaz de escribir con imágenes literarias los sublimes pensamientos de Dios. Hombre de elevación espiritual, se lo considera el águila que se alza hacia las vertiginosas alturas del misterio trinitario: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”.

Es de los íntimos de Jesús y está cerca de Él en las horas más solemnes de su vida. Está junto a Él en la última Cena, durante el proceso y, único entre los apóstoles, asiste a su muerte al lado de la Virgen.

Él no puede callarse y busca proclamar por todos los rumbos lo que ya existía desde el principio, lo que hemos visto y oído por nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y hemos tocado con nuestras propias manos. Nos referimos a aquel que es la Palabra de la Vida.

Juan es un hombre que desde sus inicios se sintió marcado por la figura de Jesús, a tal grado de dejar a un lado las redes, con todo lo que ellas representaban y lanzarse en el seguimiento de Jesús. Lo percibe muy humano y busca que los demás se acerquen a Él para escuchar su palabra y percibir su luz.

El prólogo de su evangelio nos muestra todo lo que hemos celebrado esta Navidad. El que ya existía desde el principio, el que era la luz, ha puesto su tienda en medio de nosotros. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

Su experiencia de Jesús es esa cercanía, es su amistad que perdona y salva, su poder que da vida y resucita, su amor incondicional. Pero también y sobre todo, y esto lo percibimos en todo su evangelio, san Juan es testigo de la glorificación de Jesús y a la luz de la resurrección mira y examina todos los pasajes de la vida.

Este Jesús tan cercano que comparte todo lo humano de nosotros, que se cansa y pide de beber, que llora por el amigo muerto, que se compadece de las multitudes, que aparece sacrificado como el Cordero Pascual. Este Jesús es el mismo que resucitado nos ofrece la verdadera salvación y liberación.

A veces, se ha querido presentar a san Juan de una profundidad tal y de una espiritualidad tan profunda que parecería poco accesible, pero lo curioso es que quien lee su evangelio lo percibe sencillo en medio de sus repeticiones y teologías, buscando claramente un objetivo en sus escritos y en su predicación: que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Y lo entiende como una vida plena que se traduce en obras concretas hacia el prójimo, porque “si uno dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso”

Jueves de la XXVIII semana del tiempo ordinario

Lc 11, 47-54 

La hipocresía es aborrecida por Dios; porque no hay nada peor en el alma de un creyente que este terrible pecado. Dios aborrece al que no es sincero y quiere aparentar lo que no es en la realidad. Dios sigue mandando al mundo de hoy los profetas que predican la verdad, pero de nuevo el hombre vuelve la vista y hace oídos sordos a la verdad. De nuevo volvemos a matar la verdad que Dios sigue proclamando.

Los fariseos enseñaban, predicaban, pero ligaban a la gente con tantas cosas pesadas sobre sus hombros, y la pobre gente no podía ir adelante. Y Jesús mismo dice que ellos no movían estas cosas ni siquiera con un dedo. Y después dirá a la gente: «Hagan lo que dicen pero no lo que hacen». Gente incoherente.

Pero siempre estos escribas, estos fariseos, es como si bastonearan a la gente. «Deben hacer esto, esto y esto», a la pobre gente. Y Jesús dijo: “Pero, así ustedes cierran la puerta del Reino de los Cielos. No dejan entrar, y ni siquiera ustedes entran«.

Es una manera, un modo de predicar, de enseñar, de dar testimonio de la propia fe. Y así, cuántos hay que piensan que la fe sea algo así.»

Cuántas veces el pueblo de Dios no se siente querido por aquellos que deben dar testimonio: por los cristianos, por los laicos cristianos, por los sacerdotes, por los obispo. «Pero, pobre gente, no entiende nada. Debe hacer un curso de teología para entender bien».

Ésta es la figura del cristiano corrupto, del laico corrupto, del sacerdote corrupto, del obispo corrupto, que se aprovecha de su situación, de su privilegio de la fe, de ser cristiano y su corazón termina corrupto, como sucedió a Judas. De un corazón corrupto sale la traición.

Jesús acerca a la gente a Dios y para hacerlo se acerca Él: está cerca de los pecadores. Jesús perdona a la adúltera, habla de teología con la Samaritana, que no era un angelito. Jesús busca el corazón de las personas, Jesús se acerca al corazón de las personas.

A Jesús sólo le interesa la persona, y Dios. Jesús quiere que la gente se acerque, que lo busque y se siente conmovido cuando la ve como ovejas sin pastor.

Pidamos al Señor que estas lecturas nos ayuden en nuestra vida de cristianos: a todos. Cada uno en su puesto. A no ser puros legalistas, hipócritas como los escribas y los fariseos. A no ser corruptos, tibios, sino a ser como Jesús, con ese fervor de buscar a la gente, de curar a la gente, de amar a la gente y con esto decirle: «Pero si yo hago esto tan pequeño, piensa cómo te amo yo, cómo es tu Padre»

Miércoles de la XXVIII semana del tiempo ordinario

Romanos 2,1-11; San Lucas 11,42-46 

Desde los profetas, como Amós, Oseas, Isaías, hasta Jesús y Pablo, todos condenan fuertemente la doble postura de quien se acerca a Dios pero comete injusticias contra los demás; o bien de quien condena a los demás por las malas acciones, las mismas de las cuales fácilmente él se disculpa.  

San Pablo en su carta a los Romanos dice claramente: “No tienes disculpa tú, quienquiera que seas, que te constituyes en juez de los demás, pues al condenarlos, te condenas a ti mismo, ya que tú haces las mismas cosas que condenas”. Es muy fácil condenar y criticar a los demás, es más difícil objetivamente juzgarnos y valorarnos a nosotros mismos.  

San Lucas también hoy nos presenta estos “ayes” o condenas que hace Jesús tanto de los fariseos como de los doctores de la ley. La reprobación de Jesús no es contra los que pagan diezmos, sino en contra de los que, fijándose en estas pequeñeces, se olvidan de la justicia y del amor de Dios.  

La condenación de Jesús es muy fuerte hasta llamarlos “sepulcros”, o reprenderlos porque buscan ocupar los lugares de honor en las sinagogas y recibir las reverencias en las plazas. A los doctores de la ley les aplica la misma sentencia de San Pablo: “abrumáis a la gente con cargas insoportables, pero vosotros no las tocáis ni con la punta del dedo”.  

A veces nos imaginamos a los fariseos y a los doctores de la ley como personas malvadas y dignas de reprobación, pero ellos eran considerados los maestros y quienes mejor conocían y cumplían la ley. Me temo que a muchos de nosotros Cristo hoy nos tendría que aplicar estas mismas condenas y reprobaciones.  

Con frecuencia condenamos de lo mismo que estamos padeciendo nosotros. Y, si bien realizamos actividades que están a la vista de todos, que nos producen reconocimiento, estamos cometiendo injusticias y rechazando a los hermanos.  

¿Qué nos dice Jesús hoy a nosotros? ¿Qué condena de nuestra vida? 

 

Santa Teresa de Jesús

Hoy es la fiesta de santa Teresa de Jesús y el Evangelio no trae aquellas palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a la gente sencilla…” Santa Teresa fue una mujer sencilla. Sencilla pero con arranque y valores. Paso un tiempo de su vida pensando cómo quería servir a Dios. Pero cuando llegó a una decisión, se lanzó, dejó atrás todo lo demás de la vida y puso rumbo a su norte. Con Jesús y por Jesús.

Siguió siendo una mujer sencilla. No tenía muchos estudios. Su conocimiento de Jesús era el de la experiencia diaria, el de la oración, el del encuentro con la Palabra. Y también el del encuentro con sus hermanas en la vida cotidiana. Quizá por eso terminó pensando aquello de que “entre los pucheros anda el Señor”, insinuando que no es lo más importante en la vida del cristiano el dedicarse muchas horas a la oración y el sacrificio. Que preparar la comida y limpiar y trabajar es también una forma de construir el reino y la fraternidad.

Teresa dedicó muchas horas a la oración pero no se metió en una cueva. La aventura de fundar monasterios la llevó de aquí para allá. No dudó en lanzarse a los caminos. Era lo que entendía que tenía que hacer. Y lo hizo. Sin miedo. Sencilla pero valiente.

Sencilla pero valiente para enfrentarse a doctores y jerarquías de todo tipo. Llevaba en su corazón su fidelidad, su rectitud, su honestidad en seguimiento y escucha de Jesús.

Sencilla para darse cuenta de que el Evangelio es algo realmente sencillo. Sería bueno que hoy siguiésemos teniendo presente una de sus frases: “De devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor.” Para recordarnos que sólo lo que contribuye a la fraternidad, al reino, a la justicia, es bueno. Y que Dios no quiere sacrificios absurdos para compensarse nadie sabe qué imaginarias ofensas. Como si rezar muchos rosarios de rodillas, por ejemplo, le compensase a Dios de algo. Lo que alegra a Dios, lo que es su voluntad, es que hermanos y hermanas vivan como tales.

Todo eso lo entendió y lo hizo vida Teresa de Ávila. Tanto que terminó llamándose Teresa de Jesús. Hoy todavía tenemos que seguir aprendiendo mucho de ella.

 

Martes de la XXVIII semana del tiempo ordinario

Lc 11,37-41

Una cosa que no nos ayuda a crecer en santidad es el maximizar lo que quizás no es importante y minimizar lo que sí lo es.

Hoy en día, como en el tiempo de Jesús, se le da mucha importancia a la «exterioridad».

Es muy interesante la actitud que Jesús adopta ante los fariseos. Acepta las invitaciones a comer, pero no se deja atrapar por sus redes de hipocresía; puede estar muy cerca de ellos y compartir con ellos todo lo que le ofrecen, y hacerlo sinceramente, pero al mismo tiempo sentirse plenamente libre para manifestar sus convicciones.

Sentarse a la mesa sin lavarse las manos, quizás a nosotros se nos ocurriría que sería falta de higiene, pero los fariseos van mucho más allá. No se trata de que las manos estén sucias, sino que las consideran impuras. Pero, ¿cómo está el corazón?, esto no les preocupa.

A nosotros, nos sucede con mucha frecuencia lo mismo. Somos capaces de detectar las más pequeñas minucias y tragarnos limpiamente los más grandes problemas como si no hubiera pasado nada. Hipocresía, palabra que suena dura y que todos rechazamos, pero es la actitud que asumimos constantemente en nuestras relaciones.

No se trata de ser cínico e ir por el mundo lanzando insultos y ofensas en aras de una supuesta sinceridad. No. La hipocresía no está reñida con el cinismo, sino con la verdad y la honestidad.

Podemos equivocarnos, es cierto, pero una cosa es una equivocación, que a cualquiera nos pasa, y otra es llevar una vida doble: exigir una cosa y vivir otra; decir que estamos luchando por unos ideales y en realidad estar persiguiendo nuestros propios propósitos.

Desgraciadamente en muchos ámbitos sociales, políticos y también religiosos, nos importa más lo que dicen y opinan los demás, el quedar bien, aparentar, pero finalmente estar engañando.

La imagen de la limpieza del vaso es más que elocuente, se limpia el exterior pero el interior está lleno de robos y maldad. La solución que Cristo propone va mucho más allá de lo que la apariencia sugiere. No propone la limosna que acalla y tranquiliza la conciencia, sino una verdadera participación de nuestros bienes y de nuestras personas en favor de los necesitados.

Sólo cuando se tiene el corazón libre se es capaz de dar nuestro tiempo, nuestra persona, nuestras posesiones a favor de nuestros hermanos. Entonces la religiosidad tiene un sentido. Se puede ofrecer el sacrificio porque estamos siendo coherentes con la ofrenda que presentamos y con la vida que vivimos.

¿Nos llamará Cristo también a nosotros hipócritas? ¿Qué tendremos que cambiar?

Viernes de la XXVII semana del tiempo ordinario

Lc 11, 15-26

Este discurso de Jesús se genera a propósito de la expulsión de un demonio. Con este pasaje nos deja en claro la existencia de los «ángeles malos» o demonios.

¿Por qué Jesús es rechazado? Muchas veces imaginamos que si nosotros hubiéramos vivido en esos tiempos y contemplado sus obras, habríamos, seguramente, seguido sus pasos. Pero no es tan sencillo. Seguir a Jesús significa compromiso, responsabilidades; sus palabras descubren el corazón de las personas, y así como hay quienes lo alaba y lo siguen, otros buscan justificaciones a su comportamiento. ¿No es cierto que en la actualidad sucede lo mismo? Basta mirar a cualquier persona pública y encontraremos quienes lo alaban, pero que otros, por las misma acciones lo critican.

Pero mucho más importante será situarnos ante Jesús. Jesús es la respuesta total y plena a todas las preguntas humanas sobre la verdad, la vida, la justicia y la belleza. Cuando queremos poner otras medidas, entonces Cristo nos estorba y tratamos de quitarlo del medio.

No nos asustemos que en el Evangelio aparezcan con frecuencia los demonios. Todo mal es visto como obra del demonio, y en cierto sentido es verdad. Pero no nos imaginemos un mundo de seres sobrenaturales actuando abiertamente en contra de Jesús. También hoy hay males, enfermedades, injusticias, discriminaciones, guerras, etc., a todo esto podremos llamarlo justamente “obra del demonio” y contra esto nos invita Jesús a luchar.

Sin embargo, hay quien se escuda en el mismo Jesús para continuar cometiendo sus injusticias y sus mentiras, y otros por el contrario, sin estar cerca de Jesús, buscan la justicia, la verdad y la paz.

Con sus palabras notamos un gran criterio para saber si somos seguidores de Jesús, pues afirma que todo el que lucha por el Reino está con Él, y al contrario quien no estará contra Él.

Tendremos que estar muy atentos y hacer una serie de revisión de nuestra vida para verificar que nuestras acciones estén de acuerdo con Jesús. No tengamos miedo a acercarnos a Él, de otra forma lo estaremos haciendo a un lado y en realidad iremos en su contra.

Cuando busquemos la realización plena de la persona, la defensa de la vida y la verdad, el camino de la justicia, entonces seremos verdaderos discípulos de Jesús. Si hacemos algo diferente, estaremos en su contra.

Jueves de la XXVII semana del tiempo ordinario

Lc 11, 5-13

Cuando recorremos alguna playa o las zonas costeras y percibimos la arena y los acantilados, no podemos menos que maravillarnos del poder del agua. No es que el agua sea fuerte en sí. A base de la constancia y la perseverancia es capaz de perforar, limar o erosionar cualquier tipo de roca o de superficie.

El Evangelio de hoy nos habla de la perseverancia en la oración. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá…”. Un ejemplo tan humano como el del amigo que nos viene a pedir tres panes a medianoche, es suficiente para hacernos pensar sobre la realidad de este hecho.

En el caso de la oración, no se trata de una relación entre hombres más o menos buenos o, más o menos justos. Se trata de un diálogo con Dios, con ese Padre y Amigo que me ama, que es infinitamente bueno y que me espera siempre con los brazos abiertos.

¡Cuánta fe y cuánta confianza necesitamos a la hora de rezar! ¡Qué fácil es desanimarse a la primera! ¡Cómo nos cuesta intentarlo de nuevo, una y mil veces! Y sin embargo, los grandes hombres de la historia, han sufrido cientos de rechazos antes de ser reconocidos como tales.

Ojalá que nuestra oración como cristianos esté marcada por la constancia, por la perseverancia con la cual pedimos las cosas. Dios quiere darnos, desea que hallemos, anhela abrirnos… pero ha querido necesitar de nosotros, ha querido respetar nuestra libertad. Pidamos, busquemos, llamemos, las veces que haga falta, no quedaremos defraudados si lo hacemos con fe y confianza. Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Colaboremos con Él. ¡Vale la pena!

Aprendamos a confinar en el infinito amor de Dios y a no desfallecer en nuestra oración.

Miércoles de la XXVII semana del tiempo ordinario

Lucas 11, 1-4  

En el mundo del deporte, además de las habilidades personales, un excelente entrenador juega un papel decisivo. Es parte de nuestra naturaleza el tener que aprender y recibir de otros. Puede parecer una limitación pero es, al mismo tiempo, un signo de la grandeza y de la maravilla del hombre.

En el Evangelio de hoy, los discípulos le piden a Jesús: “Señor, enséñanos a orar…”. La oración es el gran deporte, la gran disciplina del cristiano. Y lo diría el mismo Jesús en el huerto de Getsemaní: “Vigilen y oren para que no caigan en tentación”. Él es nuestro mejor entrenador.

Hoy, nos ofrece la oración más perfecta, la más antigua y la mejor: el Padre Nuestro. En ella, encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de un auténtico cristiano. Se trata de una oración dirigida a una persona: Padre; en ella, alabamos a Dios y anhelamos la llegada de su Reino; pedimos por nuestras necesidades espirituales y temporales; pedimos perdón por nuestros pecados y ofrecemos el nuestro a quienes nos han ofendido; y, finalmente, pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con humildad y con un profundo espíritu de gratitud.

Martes de la XXVII semana del tiempo ordinario

Lc 10,38-42 

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo. Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración.

Marta pide casi en tono de reproche a Jesús para que su hermana la ayudara a servir, en lugar de permanecer parada escuchándolo, mientras que Jesús responde: «María ha escogido la mejor parte». Y esta parte es aquella de la oración, aquella de la contemplación de Jesús.

A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía tal vez un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña fascinada. Pero, ¿quién la quiere? El Señor: «Esta es la mejor parte», porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón.

Y el Señor un poco nos dice: «La primera tarea en la vida es esto: la oración». Pero no la oración de palabra, como loros, sino la oración, el corazón: mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros.

Y Marta… ¿Qué hacía? No oraba. La oración que es sólo una fórmula sin corazón, así como el pesimismo o la inclinación a la justicia sin perdón, son las tentaciones de las que el cristiano debe siempre resguardarse para llegar a elegir la mejor parte.

También nosotros cuando no oramos, lo que hacemos es cerrarle la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no pueda hacer nada.

En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas.

Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor.

Lunes de la XXVII semana del tiempo ordinario

  1. Jonás 1,1-2,1-11; San Lucas 10,25-37

En la primera lectura de este día iniciamos la historia de Jonás, profeta. Pero un profeta muy especial, diferente a todos los demás profetas, al grado que muchos de los especialistas hasta niegan que pueda ser profeta.

Algunos lo toman como un cuento, algunos dicen que es una fábula o una forma didáctica. Aunque es difícil probar la historicidad de este profeta tan especial, nos ofrece, en tonos a veces dramáticos, a veces jocosos, una gran enseñanza. La vida de Jonás puede parecerse a la de cada uno de nosotros.

Hoy se nos presenta y sin más preámbulo le dice el Señor: “Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predica en ella que su maldad ha llegado hasta mí” Una gran misión encomendada por el Señor. Siempre teniendo Él la iniciativa, siempre con proyectos de salvación y de encomiendas importantes. ¿Qué hace Jonás? En lugar de ir a cumplir la misión ¡Sale huyendo! No le importa que Dios lo haya escogido para una misión, no le importa que una ciudad esté en peligro de exterminio, él no está dispuesto al compromiso ni al riesgo de predicar la palabra, prefiere huir.

Esto me hace pensar en muchos de nosotros que a diario estamos recibiendo la misión de parte de Dios y que sin embargo no la queremos aceptar, por muchas razones, y preferimos huir. Así veamos la grandeza de la propuesta de Dios, así veamos la gravedad de las circunstancias que está viviendo su pueblo, preferimos la huida y no aceptar responsabilidades. Preferimos no ver la situación y nos alejamos tanto de Dios como del pueblo que está en problemas. En el mismo pasaje de este día encontramos lo que casi todos sabemos de Jonás: en su huida sube a un barco que es azotado por una tormenta. Aquellos marineros, asustados ante el peligro perciben algo extraño y todos empiezan a buscar e invocar a su dios. Sólo el verdadero culpable, Jonás, queda dormido e indiferente. Es obligado a confesar y arrojado en el mar donde es tragado por una ballena.

Nosotros nos parecemos muchas veces a Jonás, aunque somos causantes y hemos provocado problemas, nos hacemos los desentendidos y dejamos que el mal se extienda y multiplique.

Continuaremos con la historia de Jonás, pero hoy quedan preguntas en nuestro corazón: ¿Cuál es la misión que nos pide el Señor? ¿Cómo le estamos respondiendo? ¿Nos escondemos y huimos de las responsabilidades? ¿No somos consecuentes con nuestros actos y dejamos que perjudiquen a los demás?

Hoy hagamos un momento de reflexión delante del Señor. ¿Qué nos pide hoy el Señor?