Lucas 7, 31-35
Jesús compara a los indecisos con unos chiquillos que han perdido la capacidad de reaccionar ante las invitaciones de sus amigos, pues ni bailan ni lloran. Es como cuando vemos el noticiero y, después de una noticia trágica, pasamos a la información deportiva como si nada. Nos conmovimos unos segundos y luego nos olvidamos.
Si la comparación que hace Jesús, de aquella generación, fuera sólo con los niños, tendrían alguna disculpa a causa de su inocencia o de su sencillez. Pero esa comparación llega con demasiada frecuencia a ser posible entre nosotros que nos decimos adultos y maduros. Nunca estamos conformes con lo que tenemos. Ni con nuestro cuerpo, ni con el clima, ni con la situación. Si somos gordos preferiríamos estar delgados, sí muy altos nos sentimos ridículos, si somos bajitos manifestamos nuestros complejos, si hace calor ya estamos protestando. Pero si el frío nos hace tiritar, vienen nuestras quejas.
¿Por qué no estamos conformes con lo que tenemos? Y no es que Jesús nos proponga una actitud conformista o apática, no. Su queja va contra aquellos que todo critican y nada hacen. ¿Algo que ver con nosotros?
¿Vería Jesús a alguna de nuestras familias, o de nuestras comunidades?
Hay algunos que nos dedicamos a encontrar el pelo en la sopa de todas las cosas. No hay algo que nos parezca bien, a todo le encontramos un pero. Y Jesús nos propone una actitud más positiva y sana: Dar a cada momento y a cada lugar su valor. O como decía alguien en nuestros términos:» encontrarle el lado positivo a la vida»
Así, aquella generación, tendría que haber descubierto la justicia y la conversión predicada por Juan el Bautista; y la misericordia y la bondad encarnadas en Jesús que se acerca a los pecadores.
Hoy, también, que para muchos es también tiempo de crisis, tendremos que encontrar los valores de estos tiempos y el regalo que nos hace Dios para vivir en estos momentos, con sus retos, es cierto, pero también con sus grandes logros y esperanzas.
La familia ha cambiado, es cierto, pero nos da la oportunidad de ser más francos y sinceros; de buscar nuevos caminos y de hacernos conjuntamente más responsable.
La Iglesia ya no es igual, se le descubren muchos fallos, es verdad, pero nos exige un compromiso mayor y una fe más madura y no vivir solamente como la mayoría.
Algunos ponen en duda la posibilidad de vivir como nos lo pide Jesús y dudan de la construcción de su reino. Pero podemos manifestarnos más vivamente como sus discípulos. Si dejamos de quejarnos, si dejamos de criticar y nos dedicamos a buscar la verdad, construir la justicia, a seguir a Jesús, seguramente encontraremos aquí y ahora la verdadera felicidad.