Homilía para el viernes 8 de febrero de 2019

Mc 6, 14-29 

Cuando escuchamos estos relatos quedamos aterrorizados y no queremos imaginar hasta donde llega la perversidad de la humanidad. Sin embargo no está lejano de lo que diariamente escuchamos en las noticias tanto nacionales como internacionales. Actos demenciales que rompen con la armonía de la comunidad y destruyen vidas de personas inocentes.

Cada día amanecemos con el sobresalto preguntándonos que nueva masacre ha sucedido o si no ha sido atacado alguno de nuestros conocidos.

Las escenas se repiten en los noticieros, y a cada acto salvaje que creíamos era el último y el más cruel, se añade otro más salvaje. Personas que parecía tan cuerdas y trasparentes, servidores públicos, modestos obreros, se descubren como estafadores y crueles criminales.

¿Qué sucede en nuestra humanidad? ¿Hasta dónde seremos capaces de llegar?

El relato del evangelio de hoy pone en evidente contraste las figuras de Herodes y de Juan el Bautista. Herodes miraba con simpatía y respeto a Juan, y sin embargo a un pecado añade otro peor. Pero así es el mal, un abismo llama a otro abismo, una pequeña falta llama a faltas más graves. Y si preguntamos por las personas o nos encontramos con los asesinos, descubriremos que no es que hayan nacidos así o se hayan transformado de un momento a otro, sino que fueron haciendo una cadena de pequeñas acciones malas al principio y después cada día es peor.

Ni los santos ni los criminales se hicieron en un solo día, se van haciendo en las pequeñas obras, o las pequeñas corrupciones de cada día. Nosotros, dependiendo de lo que hagamos hoy podremos iniciar la cadena de maldad o la cadena del amor, la fidelidad y de la justicia.

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