Isaías 25, 6-l0a.
Después de la confrontación habida entre las fuerzas del bien y del mal (narrado en el capítulo anterior de Isaías), se nos anuncia la victoria del bien, la victoria de Dios.
Esa victoria es celebrada con un banquete para todos los pueblos. El banquete es símbolo de alegría y de vida. Por eso se celebra alegremente el triunfo definitivo de la vida; porque Dios ha intervenido trayendo la salvación y destruyendo todos los signos de llanto y de duelo.
Los alimentos reservados para la divinidad se comparten entre todos los hombres. Desde ese momento, en el que se comparte la cercanía de Dios, la esperanza se convierte en alegría y júbilo.
En el Reino anunciado por los profetas, a los pobres se les hará justicia y los hambrientos serán saciados.
Mt 15,29-37
El Evangelio de san Mateo que acabamos de oír recoge una esperanzadora profecía de Isaías donde el Señor promete un festín de manjares suculentos y arrancar todo aquello que oscurece a las naciones y enjugar las lágrimas de todos los rostros. Son los sueños largamente alimentados por un pueblo que ahora los ha hecho realidades Jesús, que se compadece de su pueblo, les impone las manos a sus enfermos, ayuda a caminar a los lisiados, da vista a los ciegos y pan a los que tienen hambre.
A orillas del lago de Galilea, Jesús realiza todos estos prodigios y fortalece la esperanza de su pueblo. Son las señales de que el Mesías ha llegado, pero no solamente en aquellos tiempos, el camino del Adviento nos lleva también a nosotros a ser realidad esta señales de que el Reino ha llegado, pues Jesús nos anima a sentir la responsabilidad de ofrecer alternativas de vida a quien está sufriendo.
Una mano que levanta, una luz que muestra el camino y un pan compartido son los milagros que pueden despertar esperanza en un pueblo que está adolorido y pierde esa esperanza.
El grito del Adviento “Ven, Señor y no tardes, ilumina los secretos de las tinieblas y manifiéstate a las naciones”, se hace presente en las señales que el cristiano ofrece a su hermano lastimado.
La oración y la súplica por la presencia del Señor, se transforman en solidaridad frente a las urgentes llamadas de ayuda de quienes se ha quedado sin pan y sin ilusión.
Adviento es preparar el camino del Señor, pero el camino se prepara caminando, enderezando, rellenando, allanando y compartiendo.
Adviento es mirar a Cristo que llega para sostener nuestros sueños, pero al mismo tiempo es hacerlo presente en nuestras mesas compartidas y en nuestras respuestas al llamado de quienes sufren a nuestro lado.
Que hoy, con nuestra oración, con nuestra súplica, con nuestras obras gritemos fuerte “Ven, Señor Jesús”.