
2 Mac 6, 18-31
Uno de los valores más altos que se pueden encontrar en una persona es la fidelidad, y la lectura de hoy nos hacer referencia precisamente a éste. En un mundo arrastrado por el consumismo, la fidelidad va perdiendo significado, cuando por medio de los medios de comunicación nos van convenciendo que los nuevos productos son mejores que los que nosotros usamos. De manera que es fácil cambiar de uno a otro, simplemente por comodidad o por ir con «la moda».
Esto desafortunadamente pasa también en el ámbito moral. Esta es quizás una de las razones de tantos divorcios. Es triste que muchas parejas cambian su manera de pensar, no por lo que podríamos llamar incompatibilidad o por situaciones de tipo psicológico, sino simplemente por cambiar a una «nueva cosa», más joven, más atractiva, más… Olvidándose con facilidad la promesa de fidelidad dada el uno al otro y teniendo como testigo a Dios mismo.
Pasa también en nuestra vida, espiritual en la cual vamos buscando una religión más cómoda y vamos así dejando la radicalidad del Evangelio, para de acuerdo a la moda, presentarnos como «creyentes» modernos. El ejemplo de Eleazar nos invita a reconsiderar nuestra fidelidad a nuestros compromisos de estado, pero sobre todos nuestros compromisos bautismales. Tómate un poco de tiempo hoy para revisar si tu fidelidad a Dios y a tus principios es tal que estarías incluso dispuesto a dar la vida por ellos.
Lucas 19, 1-10
La escena que el Evangelio nos presenta es una evocación del misterio que ha cambiado nuestras vidas: la Encarnación. Dios que quiso venir a visitar la casa de los hombres, el mundo que Él mismo creó. Le necesitábamos, y no dudó en venir para traernos la salvación.
La historia de Zaqueo se sigue repitiendo cada día. Es nuestra misma historia. Somos hombres que buscamos a Dios porque somos débiles. Una multitud que quiere ver a Cristo de cerca en su vida y alberga ese profundo deseo en el corazón. Personas que, a pesar de nuestra baja estatura en el espíritu, nos atrevemos a subir a un árbol, porque a toda costa queremos encontrarnos con Él.
Y Cristo no se hace del rogar. Sale al encuentro, pasa por el camino, fija su honda mirada en nuestros ojos, que brillan de ilusión. Y nos dice: “Hoy quiero quedarme en tu casa”. ¡Y nuestra alma se inunda de gozo! Porque hemos encontrado lo que buscábamos, la fuerza para nuestra debilidad, la paz y la felicidad para nuestras vidas.
Zaqueo dio a los pobres la mitad de sus bienes. Nosotros, que también buscamos con anhelo a Cristo, saldremos transformados de ese encuentro y le daremos la totalidad de nuestro ser.
No tengamos temor de amar a Dios. Zaqueo nos enseña que nuestro Dios es el Dios de la misericordia que nos invita a dejarlo entrar en nuestra casa. Abrámosle las puertas.










