
Isaías 7, 10-14.
Los profetas ven la historia con los ojos de Dios. Por eso van mucho más allá de los acontecimientos meramente humanos.
El rey Ajaz se encuentra en un aprieto porque su reino está asediado por la alianza que han hecho sus enemigos.
El profeta Isaías ofrece a Ajaz la ayuda incondicional de Dios. Pero el rey Ajaz no es demasiado religioso y no cree que «Dios le va a sacar del apuro». Por ello, trata de aliarse con Asiria para liberarse de sus enemigos.
El profeta le indica que no lo haga. Sus enemigos tienen cabezas humanas como gobernantes, pero él tiene a Dios como protector y guía.
Y para que el rey Ajaz lo vea claramente, el profeta le dice que pida una señal a Dios (ya que no le cree a él, que es su enviado) y el Señor le dará una señal de que sus enemigos no arrasarán su reino. Pero Ajaz, bajo una falsa religiosidad, oculta su falta de fe en la intervención de Dios. Por eso dice que no pedirá ninguna señal.
Es ahora, en esta situación, cuando Isaías ofrece el mensaje de Dios, la profecía sobre el Mesías.
El profeta ve el nacimiento de un niño, del Enmanuel, como signo la presencia salvífica de Dios. Y junto a la profecía del Enmanuel, también ofrece el signo de la madre. Una maternidad que se entenderá, bien pronto, como una de las maternidades prodigiosas del Antiguo Testamento.
La «muchacha» que dará a luz al Enmanuel, será la «virgen» que hará presente al «Dios-con-nosotros», por la acción del Espíritu de Dios.
San Lucas 1, 26-38.
Muchas veces nos imaginamos que la vida de los grandes santos y grandes santas ha estado exentas de todo sufrimiento y de toda tribulación. Inventamos imágenes inalcanzables de estas personas. Ciertamente estas personas fueron privilegiadas por Dios de una manera especialísima, pero no por eso dejan de ser hombres. Hombres de carne y hueso.
El evangelio de hoy nos presenta la Anunciación del mensaje del ángel a María.
No es difícil vivir el Adviento como el tiempo de María, si nos acercamos a ella y a todos los acontecimientos que estuvo viviendo en los días cercanos a dar a luz, encontraremos una buena pista para prepararnos también nosotros a este nacimiento.
Toda nuestra vida es una constante espera, el presente no sacia a nadie y el hombre siempre está proyectando aun cuando haya alcanzado alguna meta.
Todo el Antiguo Testamento es el tiempo de la espera, pero en los últimos días se convierte en la espera de María. ¿Cómo se sostiene una mujer que se sabe frágil e indigna de ser la Madre de Dios?
San Lucas, busca en los recuerdos de la primera comunidad y nos ofrece unas narraciones que más que historia buscan responder a estas preguntas acuciantes para todo creyente.
Resaltar en primer lugar la iniciativa de Dios que viene al encuentro de lo humano y que respeta su libertad. Ya el saludo de Gabriel está cargado de contenido: ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo! Con esas palabras quiere san Lucas indicarnos que la espera de un pueblo por tantos años sostenida, ha culminado a tal grado, de transformarse de promesa en presencia.
María no está sola, y con María, la humanidad no está sola. El Señor está cerca y es motivo de alegría y felicidad.
¿Qué pensaría María de estas palabras? Seguramente intuía la grandeza de la misión, pero también lo delicado de la propuesta. En ángel nos dice con toda claridad que toda la iniciativa parte de Dios y que el lugar de María está cercano al Hijo llamado Jesús.
El mensaje se centra en la presencia de Jesús que viene a salvarnos, pero al mismo tiempo, pone de relieve la necesidad de creer en la Palabra y aceptarla y actuar conforme a Ella.
Que la exclamación de María “he aquí la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”, sea también nuestra actitud. Acerquémonos a María, preparemos con ella el nacimiento, mejor preparemos el corazón para recibir también nosotros la Palabra.

