Feria Privilegiada 20 de Diciembre

Is 7, 10-14

Un rey de Judá, llamado Ajaz, estaba jugando un peligroso juego con el profeta Isaías.  Ajaz quería aliarse con Asiria para defenderse de los reyes vecinos.  Cuando Isaías escuchó el plan, insistió en que Ajaz debía poner su confianza en Dios y no en fuerzas militares extranjeras, y hasta le prometió una señal de la fidelidad de Dios.

Ajaz rechazó el ofrecimiento diciendo: “No tentaré al Señor”.  En realidad, Ajaz temía que, si recibía una señal, tendría que abandonar sus planes de alianza con Asiria.  La verdad era que tenía más confianza en el poder de Asiria que en el poder de Dios.

Isaías, rehusándose al juego, de todos modos le dio la señal a Ajaz: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo”.  Este niño, garantía de que el reino de Judá sobreviviría por medio de un descendiente de David, era la señal de la presencia y protección continuas de Dios.  Esta profecía de Isaías, tal como la lee la Iglesia y la entiende a la luz de una revelación posterior, se considera plenamente realizada en el hijo de la Virgen María, que es verdaderamente Emmanuel, es decir “Dios con nosotros”.

A diferencia de Ajaz, en medio de todas las dificultades, fracasos y peligros de la vida hemos de aprender a confiar exclusivamente en Dios.  El nacimiento de Jesús, de la Virgen María, es una señal que nos indica la presencia y la protección continuas de Dios.  Ya muy pronto celebraremos la Navidad, que es una fiesta muy rica en significado.  Jesucristo, Dios con nosotros, es la señal de que Dios sigue estando con nosotros.

Lc 1, 26-38

Cuando pensamos en el “Sí” de María a la propuesta de Dios, lo podemos imaginar en un ambiente casi de novela “romántica”, y olvidar que con ese “Sí”, toda su vida quedó comprometida. La respuesta que ella dio no era algo espontáneo o “lógico”. María dirá que sí, más por confianza y fe, que por conocimiento. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado… y sin embargo, dice que “Sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día.

Ella quedará encinta. No sabe bien cómo, pero lo cierto es que su corazón está inundado por una luz especial. Aunque su querido José dude, ella vive inmersa en el misterio sin pedir pruebas, vive unida al misterio más radical que existe: Dios. Él sabrá encontrar las soluciones a todos los problemas, pero hacía falta fe, hacía falta abandono total a su voluntad.

María se dejó guiar por la fe. Ésta la llevó a creer a pesar que parecía imposible lo anunciado. El Misterio se encarnó en ella de la manera más radical que se podía imaginar. Sin certezas humanas, ella supo acoger confiadamente la palabra de Dios. María también supo esperar, ¿cómo vivió María aquellos meses, y las últimas semanas en la espera de su Hijo? Sólo por medio de la oración y de la unión con Dios podemos hacernos una idea de lo que ella vivió en su interior. También María vivió con intensidad ese acontecimiento que transformó toda su existencia de manera radical. Ella dijo “Sí” y engendró físicamente al Hijo de Dios, al que ya había concebido desde la fe. Estas son experiencias que contrastan con nuestro mundo materialista, especialmente en la cercanía de las fiestas de Navidad. Por ello, como cristianos, ¿cómo no centrar más nuestra vida al contemplar este Misterio inefable? ¿Cómo no dar el anuncio de la alegría de la Navidad a todos los que no han experimentado ese Dios-Amor?

No olvidemos que un día ese Dios creció en el seno de María, y también puede crecer hoy en nuestros corazones, si por la fe creemos, y si en la espera sabemos dar sentido a toda nuestra vida mirando con valor al futuro.

Feria Privilegiada 20 de Diciembre

Is 7, 10-14

La meta de nuestro caminar de Adviento, la presencia salvadora de los acontecimientos que celebraremos: la venida del Señor, está cada vez más cercana.

Las lecturas de estos días nos iluminan y estimulan a profundizar nuestra preparación.

Hemos escuchado la profecía de Isaías.  El rey Ajaz está desesperado, pues se encuentra cercado por los reyes de Damasco y de Samaria y está dispuesto a sacrificar a su propio hijo.  El profeta lo llama a la fe, ofreciéndole un signo, el que él pida.  El rey, con apariencia de religiosidad, lo rechaza.  Pero Dios mismo se lo ofrece: un hijo con un nombre profético: Emmanuel, Dios-con-nosotros.

Lc 1, 26-38

Hoy se nos ha presentado la anunciación de Jesús.

Esta se realiza en una casita de una aldea de la región norte del país, de Galilea, a una jovencita: María.

El saludo del ángel lo sigue repitiendo la comunidad cristiana: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».  Se realiza la profecía que hoy escuchamos, se llamará Dios-con-nosotros.  Así nos saluda en forma de deseo el sacerdote en la celebración: El Señor esté con vosotros.

Las promesas hechas a David se están realizando.

El reino que se promete no será de poder y riqueza, de triunfos y de dominio, sino el reino del amor; el nombre del Mesías será Jesús que significa: Dios salva,  en Cristo encontrará realización plena.

Todo será realización del poder amoroso de Dios: «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra».  Se hizo hombre por obra del Espíritu Santo, decimos en el Credo.

Pero este don de Dios necesitaba, para su realización, encontrar la apertura y disponibilidad del hombre.

María lo dice: «Yo soy la humilde sierva del Señor, hágase conforme me has dicho».

La aclamación del aleluya ha expresado nuestro anhelo: «Llave de David, que abres todo, ven a liberarnos».

Feria Privilegiada 20 de Diciembre

Lc 1, 26-38

María es figura principal y signo en el Adviento. Ella, igual que preparo su vientre y el pesebre para recibir a Jesús, nos prepara a cada uno de nosotros. Hoy, podemos acercarnos a María para que junto con ella sensibilizarnos a recibir al Mesías.

¿Quién es María? Nosotros estamos acostumbrados a contemplarla, pero muchas veces la imaginamos como nos han acostumbrado a verla: con grandes ropajes, con grandes coronas, con tronos, como una princesa de cuentos y castillos. La realidad de María debía de ser muy distinta, hasta el punto de que muchos dicen que sería una mujer marginada de acuerdo a las tradiciones judías, hasta por 4 motivos: por ser pobre, por ser mujer, por ser joven y por ser Galilea.

Pero es ella a la que con su fe, ahora hace actual la profecía de Isaías y es ella la que recibe el anuncio del ángel. Dios rompe todos los esquemas humanos y sigue sus propios caminos. Nos enseña que la salvación llega por medios sencillos y humildes.

Pero aún a esta muchachita insignificante del pueblo de Nazaret se le pregunta si acepta ser la madre del Salvador. Dios es el único que respeta la libertad y los derechos aún de los más pequeños y olvidados.

Se sorprende María, pero se atreve a preguntar cómo será posible ser madre permaneciendo virgen. Su diálogo tiene respuestas y explicaciones e imaginando todos los riesgos se atreve a dar un sí lleno de fe que hace realidad el proyecto de Dios y que introduce a Jesús en la historia. Un si pleno y comprometido, un sí desde su pequeñez y sencillez.

Hoy contemplemos a María, junto a ella, miremos cómo se desarrolla la historia de nuestro tiempo, con María dialoguemos sobre la necesidad de Cristo entre nosotros y con ella hablemos si somos capaces también nosotros de dar un sí comprometido, sin condiciones, un sí que haga presente a Jesús en nuestro tiempo, un sí capaz de romper todos los esquemas y todas las adversidades.

FERIA PRIVILEGIADA 20 DE DICIEMBRE

San Lucas 1, 26-38.

El Evangelio, que narra el episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender lo que celebramos, sobre todo a través del saludo del ángel. Él se dirige a María con una palabra que no es fácil de traducir, que significa colmada de gracia, creada por la gracia, «llena de gracia«

Antes de llamarla María, la llama llena de gracia y así revela el nombre nuevo que Dios le ha dado y que le conviene más que el que le dieron sus padres. También nosotros la llamamos así, en cada Ave María.

¿Qué quiere decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de Dios. Y si está completamente habitada por Dios, no hay lugar en Ella para el pecado.

Es una cosa extraordinaria, porque todo en el mundo, desgraciadamente, está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, mirando dentro de sí, ve algunos lados oscuros.

También los santos más grandes eran pecadores y todas las realidades, incluso las más bellas, están tocadas por el mal: todas, menos María. Ella es el único oasis siempre verde de la humanidad, la única incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su SÍ a Dios que venía al mundo y comenzar así una historia nueva.

Cada vez que la reconocemos llena de gracia, le hacemos el cumplido más grande, el mismo que le hizo Dios. Un hermoso cumplido para una señora es decirle con amabilidad, que parece joven.

Cuando le decimos a María llena de gracia, en cierto sentido también le decimos eso, a nivel más alto. En efecto, la reconocemos siempre joven, nunca envejecida por el pecado.

Sólo hay algo que hace envejecer, envejecer interiormente: no es la edad, sino el pecado. El pecado envejece porque esclerotiza el corazón. Lo cierra, lo vuelve inerte, hace que se marchite. Pero la llena de gracia está vacía de pecado. Entonces es siempre joven más joven que el pecado es la más joven del género humano»

María, como muestra el Evangelio de hoy, no sobresale en apariencia: de familia sencilla, vivía humildemente en Nazaret, una aldea casi desconocida. Y no era famosa: incluso cuando el ángel la visitó nadie lo supo, ese día no había allí ningún reportero.

La Virgen no tuvo tampoco una vida acomodada, sino preocupaciones y temores: se turbó, dice el Evangelio, y, cuando el ángel se fue, los problemas aumentaron.

Sin embargo, la llena de gracia vivió una vida hermosa. ¿Cuál era su secreto? Nos damos cuenta si miramos otra vez la escena de la Anunciación. En muchos cuadros, María está representada sentada ante el ángel con un librito en sus manos. Este libro es la Escritura.

María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, se hizo carne luego en su seno.

Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la vida.