Jueves de la X Semana Ordinaria

1 Re 18, 41-46

El profeta había anunciado al rey Ajab una gran sequía: “En estos años no habrá rocío ni lluvia, si yo no lo mando».  Ajab había desagradado profundamente a Dios, pues, públicamente había dado culto al dios de su esposa Jezabel, a Baal de Sidón.  Después de la gran prueba de la consumación del sacrificio que señalaba la verdad de Dios contra los sacerdotes de Baal, viene la gran prueba de la lluvia que vuelve a vivificar la tierra.

En todos estos acontecimientos siempre aparece la grandeza de Dios.  Por siete veces no se ve el menor indicio de la lluvia esperada, por fin, aparece una nube, nos decía el relato, pequeñita «como la palma de la mano»;  el profeta reacciona diciendo: «ve a decirle a Ajab que enganche su carro y se vaya, para que no lo detenga la lluvia».

«Si su fe fuera como del tamaño de un granito de mostaza, dirían a esa montaña: muévete…» nos enseña el Señor.

Pidamos esa fe movedora de montañas, empapadora de sequías, para nosotros.

Mt 5, 20-26

Hemos comenzado a oír una serie de palabras de Jesús contrastando la Ley antigua y la nueva Ley del amor que vino a implantar,  mucho más libre y al mismo tiempo más exigente.  «Han oído que se dijo… Pero yo les digo…»

Jesús quiere no sólo que los frutos no sean malos, sino que pide que aún las raíces sean buenas.

La justicia de que habla Jesús y que pide a sus discípulos es mayor que la que pedían los escribas y fariseos.  La justicia no es dar a cada uno lo que le corresponde, sino que el Señor habla de una justicia que implica santidad, perfección en imitar a Dios.

¿Venimos aquí a la Eucaristía en esa actitud? o ¿nos quedamos en expresiones externas de paz y unidad y el corazón sigue cultivando resentimientos y separaciones?

Jueves de la X Semana Ordinaria

Mt 5, 20-26

Jesús se ha tomado muy en serio lo de que somos hijos de Dios y por lo tanto hermanos unos de otros, y nos pide que nos portemos como tales. Por eso, hoy en primer lugar insiste en lo de nuestra fraternidad, señalándonos algunas de las actitudes contrarias a ella. No ya matar al hermano, sino toda muestra de no amarle, como el estar peleado con él, el llamarle imbécil, renegado… son actitudes que debemos rechazar en nuestra vida de fraternidad.

Nadie como Cristo Jesús, en sus enseñanzas sobre el amor y tirando del hilo de la filiación y de la fraternidad, ha destacado tanto la unión total entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Es claro y rotundo. No se puede amar a Dios si no se ama al hermano. No se puede estar a bien con Dios si se está a mal con el hermano. No se puede llevar una ofrenda al altar de Dios y llevarse mal con un hermano. Es la lógica de Cristo, la lógica de la filiación divina y de la fraternidad universal con todo hombre. La lógica que hemos de vivir.