Lunes de la XXXIII Semana Ordinaria

1Mac 1,10-15.41-43.54-57.62-64

Quizás una de las cosas de las que nos tenemos que convencer los cristianos, es decir el Pueblo de Dios, es que nuestra vida en muchos sentidos irá en contra de la corriente del mundo.

Este pasaje del Antiguo Testamento nos muestra, que incluso para ellos esto no fue diferente. Su vida y sus costumbres, nunca fueron de acuerdo al mundo que no conocía a Dios. Esto lógicamente, como lo vemos en esta lectura, los llevó a tener serios problemas con quienes los gobernaban, llegando incluso a dar la misma vida con el fin de mantener la fidelidad a la Alianza.

En nuestro mundo moderno, es fácil que ocurran cosas semejantes, es fácil dejarse arrastrar por los criterios del mundo y dejar de lado el camino del Evangelio. Es triste encontrarnos en nuestros centros de trabajo, personas que se confiesan como cristianos, a quienes hemos visto el domingo en Misa, y que ahora con su manera de obrar, de pensar y de hablar, ocultan la realidad que han vivido. Con esto piensan que serán más aceptados por su medio, que quedarán bien con sus superiores, en fin, que como pensaban los Israelitas, les iría mejor.

La realidad será totalmente contraria. No es fácil ser buen cristiano, nunca lo hay sido. Tomemos la resolución, como lo hicieron algunos de los israelitas, de permanecer firmes y fieles a la vida evangélica. Y recordemos que Dios nunca nos presentará una prueba que sobrepase nuestras fuerzas.

Lc 18, 35-43

Este pasaje es muy rico en contenido y enseñanza sin embargo hoy quisiera solo destacar la actitud de los que iban o estaban siguiendo a Jesús, quienes reprendían al ciego para que se callara impidiendo con esto que se acercara a él. Y me preguntó, ¿cuántas veces nosotros en lugar de ayudar a los demás para que se acerquen a Jesús somos precisamente el obstáculo para ello?

Algunas veces nuestro testimonio, nuestra preferencia por las cosas del mundo, nuestra falta de compromiso cristiano, son elementos que pueden impedir que este mundo ciego se acerque a Jesús y recobre la vista.

Veamos en esta semana si nuestra vida está siendo una verdadera invitación para los demás a acercarse a Jesús.

Sábado de la XXXII Semana Ordinaria

Sab. 18, 14-15; 19, 6-9.

Aquella noche de la liberación del Pueblo Israelita de la mano de sus opresores, en que la Palabra se manifestó como salvación para ellos, cumpliendo el Decreto Divino de condenar a los Egipcios y salvar a los Hebreos, es sólo una figura de aquel otro momento en que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, manifestándose con todo su poder salvador para liberarnos de la esclavitud al pecado a que nos había sometido el Maligno, enemigo de Dios y de los hombres que están destinados a participar de la Vida Divina.

Por eso llenémonos de gozo en el Señor y demos brincos de alegría, dando gracias al Señor por haberse convertido en nuestra defensa y salvación. Ojalá y permitamos que nuestra vida esté siempre en sus manos.

Lucas 18, 1-8

Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un sancudo. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido.

Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.  Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios “se moleste” y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más.

Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta.

Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.

Viernes de la XXXII Semana Ordinaria

Sab. 13, 1-9

Siempre los hombres, los de todos los siglos, se hicieron la pregunta sobre Dios, ya que es ésta la cuestión más importante de la vida humana.

Pero las respuestas a esta cuestión no siempre, ni mucho menos, fueron satisfactorias. A menudo ha sido Dios la imagen reflectora de los deseos humanos; muchas veces las respuestas fueron simplemente el producto de reflexiones filosóficas.

En el siglo I antes de Cristo, el Libro de los Proverbios afirma: «Los hombres eran necios por naturaleza al faltarles el conocimiento de Dios, ya que no hallaban su existencia a través de las realidades visibles y no encontraban al artesano en la contemplación de sus obras».

La Biblia cree, que podemos reconocer a Dios por medio de nuestras capacidades humanas. Nosotros hemos experimentado que la creación nos abre muchas veces un camino hacia Dios y que nuestra perversidad y superficialidad estropean con frecuencia esa creación: a menudo prevalece por el mundo el desamor, la injusticia y el egoísmo.

Parece incomprensible que una persona contemple la maravilla del universo o la grandeza de un solo ser humano y que esté convencida de que en realidad todo ha sucedió sin la intervención de Dios.

Este pasaje es una clara invitación para redescubrir a Dios en todo lo creado.

En nuestro mundo siempre agitado es necesario de vez en cuando detener nuestra carrera y tomarnos unos momentos para contemplar la maravilla que Dios ha creado y en ella descubrir su presencia y su amor.

Cada una de las cosas que Dios creó, son una muestra de su infinito amor por ti.

Lc 17,26-37

En el final de este discurso sobre el fin del mundo, Jesús insiste en el hecho de que será algo inesperado, algo que sucederá de un momento a otro sin que nadie haya sido avisado.

Si esto será así, entonces porque vivir asustados con todos los vaticinios sobre este final.  Nosotros creemos que lo que Dios ha querido decir de manera universal para el hombre está contenido en la Revelación, y en ésta nos dice que nadie, ni siquiera el mismo Jesús en su humanidad, ha querido revelar cuando será.

Imaginemos por un momento que pasaría si efectivamente se supiera cuándo. Mucha gente, viviría una vida de libertinaje y solo se prepararía en la víspera, o al contrario viviría en un continuo pánico. De esta manera el Señor nos invita a vivir siempre preparados.

Quien ama a Jesús, vive siempre preparado, pues para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia.

Miércoles de la XXXII Semana Ordinaria

Sab 6,1-11

Este pasaje dirigido a los gobernantes, bien lo podemos aplicar a todos aquellos que tienen responsabilidades, ya sea para sus subordinados en las empresas y oficinas, o de manera general para los padres de familia a quienes se les ha encomendado el gobierno de la casa y la educación de los hijos.

Esta lectura debe llevarnos a meditar en cómo estamos usando del «poder», y de los dones que Dios nos ha dado con respecto a aquellos que ha puesto bajo nuestra tutela. Nosotros somos responsables de su crecimiento, no solo económico (para aquellos que tienen responsabilidades como autoridad en las empresas y el gobierno), sino de su vida moral y religiosa.

Si de manera ordinaria todos necesitamos de la Sabiduría divina, aquellos que tienen la responsabilidad de conducir a los demás, la necesitan mucho más. Si todas las decisiones que tomamos con respecto a la educación de los hijos (sobre todo en su vida moral), al gobierno de nuestras casas, a la promoción de nuestros empleados, al bien de la comunidad social (por los políticos y encargados de nuestros gobiernos) fueran hechas a la luz y bajo la guía del Espíritu Santo, el mundo verdaderamente sería la antesala del paraíso.

No habría más hambre, ni injusticia y todos viviríamos en paz y con alegría. Es pues importante que hoy revises si tus decisiones están siendo iluminadas por la Sabiduría de Dios, o si sigues los derroteros del mundo.

Lc 17,11-19

Me parece que una de las cosas que se han ido perdiendo en nuestros días es el valor de la gratitud. Solo piensa ¿cuántas veces al día dices «gracias»?.

Vivimos en un mundo tan mecánico que se nos olvida que detrás de la mayoría de los dones o beneficios que recibimos está alguna persona a la que seguramente le haría mucho bien recibir un «gracias».

No importa que lo que el otro hizo por ti lo haya hecho por obligación. Agradecer ensancha el corazón y nos introduce a la esfera de Dios que, siendo Dios se dio por nosotros.

No dejemos que nuestras prisas, el mecanicismo, la distracción o la soberbia nos ganen. Aprendamos a decir: Gracias. Verás, que de la misma manera que ese «gracias» a Jesús le cambio la vida al samaritano, así será sin lugar a dudas en nosotros si sabemos agradecer, pues todo en esta vida es don que hay que agradecer.

Sábado de la XXXI Semana Ordinaria

Rom. 16, 3-9. 16. 22-27.

Hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte para glorificar el Nombre de Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Entre nosotros no puede haber división, pues. si la hubiese, estaríamos siendo un antitestimonio del Evangelio de Cristo que proclamamos.

Aquel distintivo del amor de la primitiva Iglesia, que hacía exclamar admirados a los paganos: Miren cómo se aman, no puede desaparecer o diluirse entre nosotros. Darse un saludo de paz y desear que la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté con nosotros, no puede ser sólo un deseo distraído hacia los demás, sino que debe hacerse realidad continuamente entre nosotros.

Sólo así manifestaremos que ante Dios no tenemos pecado, porque, por Cristo, hemos pasado de la muerte a la vida y nos amamos como el Señor nos ha amado a nosotros.

Lucas 16, 9-15

Porque Jesucristo “conoce vuestros corazones”, nos advierte de tres peligros muy sutiles que pueden aparecer en la vida espiritual diaria.  “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”. La ley del amor, que es la que Cristo ha venido a traer al mundo, es la del amor sin medida. En el amor no hay mucho ni poco, o se ama o no se ama. Puede ser que las consecuencias de un acto hecho sin amor sean pequeñas o grandes pero cuando se ha faltado al amor se ha dejado de amar en ese acto concreto.

Si no sabemos usar correctamente las riquezas injustas y ajenas, es decir, todo lo material que es externo a nosotros y por lo tanto no nos pertenece con totalidad, mucho menos seremos capaces de manejar con corrección las riquezas verdaderas y propias, que son las cosas espirituales que en verdad son propias de cada hombre. Del mismo modo quien no ama a los hombres a quienes ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve; si no somos ordenados y justos con las cosas materiales, que vemos, menos lo seremos en las cosas espirituales, que no se ven.

“No podemos servir a Dios y al dinero”. El dinero representa el humano interés. Nuestro corazón desea hacer el bien, pero ¿lo hacemos para servir a Dios o a nosotros mismos? Cuando nos ocurre una desgracia fácilmente nos preguntamos: “¿por qué a mí?” ¿No será que durante los momentos de tranquilidad hemos sido buenos por inercia, pero no por amor a Dios, de tal manera que cuando su voluntad contradice la nuestra ya no somos generosos?

Viernes de la XXXI Semana Ordinaria

Rom. 15, 14-21.

Nuestra misión consiste en anunciarles a todos los hombres a Cristo, Buena Nueva del Padre. Quien no sólo llegue a conocerle sino que, por la fe, lo acepte en su vida, estará aceptando la salvación que en Él nos ofrece el Padre Dios. El cumplimiento, así, de la misión de la Iglesia, le lleva a que quienes, por su testimonio y por el anuncio del Evangelio, se acercan a Cristo, por medio de Él se conviertan en una ofrenda de suave aroma a Dios.

Digamos, pues, que el anuncio del Evangelio se convierte en una acción litúrgica de la Iglesia. Pareciera que nuestros ambientes familiares, y el de muchos grupos así llamados cristianos, tuviesen ya a Cristo y viviesen un verdadero compromiso de fe con el Señor.

Sin embargo vemos cómo se ha deteriorado la fe en muchas personas, familias y grupos. No importa que otros hayan edificado o puesto ya los cimientos de la fe. Ahí llegaremos también nosotros con nuestra labor evangelizadora, pues la Iglesia, para ser evangelizadora, primero ha de ser evangelizada. Y, probablemente, tengamos que edificar y reedificar sobre antiguas ruinas, hasta lograr que todos, con una vida intachable, se conviertan en una ofrenda agradable a Dios.

Lc 16, 1-8

Administrar los bienes de Dios. El Señor nos ha enriquecido con su Vida y ha derramado abundantemente su Espíritu Santo en nosotros. Tal vez nos ha pasado lo del hijo pródigo, que hemos malgastado los bienes del Señor y nos hemos quedado con las manos vacías.

El Señor nos pide dejar nuestras miradas egoístas y miopes, y abrir nuestros ojos para trabajar colaborando para que el Reino de Dios llegue a quienes se han alejado de Él, o viven hundidos en el pecado y dominados por la maldad.

Pero no sólo hemos de proclamar el Nombre de Dios; también hemos de compartir los bienes que tenemos, con quienes viven en condiciones menos dignas que las nuestras. Cuando anunciamos el Evangelio, o cuando alguien reciba, por medio nuestro, la Vida Divina, o cuando alguien reciba nuestra ayuda en bienes materiales, recordemos que no estamos compartiendo o repartiendo algo nuestro, sino los bienes de Dios que Él puso en nuestras manos, no para acumularlos, sino para socorrer a los necesitados.

Esa es la sagacidad que el Señor espera de nosotros: compartir lo nuestro para hacernos ricos ante Dios; pues quien atesora para sí mismo se empobrece ante Dios y pierde su alma.

Jueves de la XXXI Semana Ordinaria

Rom. 14, 7-12.

¿Por qué miramos la paja en el ojo de nuestro hermano y no vemos la viga que tenemos en el nuestro? Si pertenecemos a Cristo, vivamos entre nosotros como hermanos. No pensemos que los demás son malos y que están condenados porque han depositado su fe en Cristo de modo diferente al nuestro.

Si decimos que estamos vivos para Dios, amemos, sin distinción, como Cristo nos ha amado. Si queremos ganar a alguien para Cristo, lo hemos de hacer desde un corazón que ama, que comprende, que vive la misericordia. Si obramos así, entonces seremos del Señor tanto en esta vida como en la otra.

Ciertamente no podemos cerrar los ojos ante el pecado de los demás; pero esto no puede llevarnos a criticarlos, a juzgarlos, a despreciarlos, ni a condenarlos, sino a trabajar para que también en ellos se manifieste con mayor claridad su dignidad de hijos de Dios. Al final daremos cuenta de nosotros mismos a Dios.

Ojalá y tratando de ayudar a los demás a corregir el rumbo de su vida, nosotros mismos seamos los primeros en hacerlo, no sea que, al final, ellos se salven y nosotros salgamos reprobados.

Lc 15, 1-10

En este capítulo, san Lucas ha recogido quizás las más bellas parábolas que Jesús dijo, pues son las que nos expresan el infinito e incansable amor de Dios por nosotros sus hijos.

Dios nos ama… Tenemos que meternos esta idea no solo en la cabeza sino en el centro de nuestro corazón. Nos ama a pesar de nuestras debilidades y errores… nos ama como somos, aunque busca continuamente que salgamos de nuestra miseria.

No es un Dios que está siempre acusando sino es un Dios que está siempre salvando. ¿De dónde salió la idea de que Dios es un policía? No lo sé! Pero lo que sé es que tenemos que cambiarla pues Jesús nos ha revelado que Dios es un Dios amoroso que se alegra cuando uno de nosotros decide dejar su vida de pecado para iniciar un camino de conversión en su amor. Jesús ha venido por ti y por mí no porque somos buenos sino porque somos pecadores.

Jesucristo, una vez más, nos muestra cuál es la misión para la que se ha encarnado. No vino para ser adorado y servido por los hombres. No vino como un gran rey, como un poderoso emperador,… sino que se hizo hombre como un simple pastor, un pastor nazareno.

Se hizo pastor porque su misión es precisamente ésta: que no se pierda ninguna de sus ovejas. Jesús vino al mundo para redimir al hombre de sus pecados, para que tuviera la posibilidad de la salvación. Nosotros somos estas ovejas de las que habla la parábola, y nuestro Pastor, Jesucristo, irá en busca de cada uno de nosotros si nos desviamos de su camino.

Aunque le desobedezcamos, aunque nos separemos de Él, siempre nos va a dar la oportunidad de volver a su rebaño. ¿Valoro de verdad el sacramento de la Penitencia que hace que Cristo perdone mis faltas, mis ofensas a Él? ¿Me doy cuenta de que es precisamente esto lo que es capaz de provocar más alegría en el cielo? ¿Con cuánta frecuencia acudo a la confesión para pedir perdón por mis pecados?

Todos los Santos

Mt 5, 1-12a

Hoy celebramos la solemnidad de todos los santos. La Iglesia reconoce en ellos sus virtudes y sus méritos, alaba su entrega a Jesucristo y a la Iglesia, y pide su intercesión y ayuda ante el Señor.

Los santos han vivido según el programa de las bienaventuranzas que nos ofreció JesúsLos santos son hijos adoptivos de Dios que han perseverado hasta el final de sus vidas en la fe, en la esperanza y en la caridad.

En este día de “Todos los Santos” hemos de recordar las palabras de San Pablo que nos dice que Dios nos ha elegido para que seamos hijos adoptivos de Dios, para que seamos santos en su Hijo Jesucristo.  No podemos olvidar, pues, estas palabras, Dios quiere que todos seamos santos.

Hoy, tenemos presentes a toda esa inmensa muchedumbre de santos y santas que están en el cielo adorando, alabando, bendiciendo y dando gracias a Dios.  Pero hoy, también se nos recuerda que todos, vosotros y yo, estamos llamados a formar parte de esa muchedumbre que nadie puede contar y que son los bienaventurados que están viendo a Dios cara a cara y que son inmensamente felices.

Este es destino final de todos nosotros: estar con Dios para siempre.  No nos equivoquemos.  Es posible que sintamos la tentación de ir por la vida por caminos equivocados, por caminos que no nos conducen a Dios.  Nuestro destino final no es la nada ni la desaparición para siempre. Nuestro destino final es estar con Dios para siempre.  San Agustín decía: “Señor, nos ha hecho para Ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”.

El camino que nos lleva a Dios, el camino para ser santos es vivir las bienaventuranzas.  Jesús subió a la montaña y pronunció este mensaje tan lleno de esperanza y de gozo.  Las bienaventuranzas es el camino que han vivido y testimoniado los santos y santas de Dios; las bienaventuranzas es el testamento que nos ha dado Jesús para que desde niños vivamos de acuerdo a ellas y así seamos santos y podamos ser felices eternamente.

Que necesitados estamos de vivir y poner en práctica las bienaventuranzas.  Vivimos en un mundo y en una sociedad que están sumidos en crisis humana, moral, económica y religiosa.

¡Cuántos problemas resolveríamos si viviéramos de verdad las bienaventuranzas!

Bienaventurados los pobres de espíritu: los que no se dejan llevar por el pecado, la codicia, la avaricia, la injusticia.  Todo esto hace mucho daño a quien lo hace y a la humanidad, a las personas.

Bienaventurados los que lloran: los que comparten el dolor y el sufrimiento de los demás y se esfuerzan por aliviar ese dolor, por quitar ese sufrimiento y sus causas. 

Bienaventurados los limpios de corazón: los que tienen un corazón donde no hay odio, rencor, mentira, que tanto sufrimiento produce a las personas, grupos y pueblos.  Su corazón no tiene doble fondo ni hipocresía.

Bienaventurados los pacíficos: los que desde un corazón pacificado y reconciliado, siembran la paz, tienden puentes de encuentro entre las personas, las comunidades y los pueblos, evitando así la guerra, la violencia y el hambre.

Bienaventurados los misericordiosos: los que han elegido la misericordia como forma de vivir, de existir, de trabajar, de actuar en este mundo superando la venganza, los insultos y el rencor.

Bienaventurados los que tienen un corazón lleno de mansedumbre: los que han optado por vivir y pasar por la vida sembrando el bien, el amor, el perdón, la verdad, evitando así los enfrentamientos, los insultos y las descalificaciones.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: los que prefieren pasar por la vida como desapercibidos y humildes antes que dejarse llevar por la mentira, la envidia, el desprecio de los demás, el ansia de poder, de dinero y de placeres.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia: los que son perseguidos por su fe, por su santidad, por su vida de acuerdo al Evangelio.  El justo es con frecuencia rechazado, injuriado y despreciado.

Bienaventurados cuando os insulten y os persigan y digan cosas falsas contra vosotros: los que son perseguidos por la fe, los que son despreciados por ser cristianos, los que son encarcelados por ser discípulos de Jesucristo, los que son martirizados por su fe.

De todos ellos es el Reino de los Cielos.  Todos ellos verán a Dios.  El Señor los acogerá en su muerte y los llevará con Él para siempre y todos serán eternamente felices con Dios.

Viernes de la XXX Semana Ordinaria

Rom 9, 1-5

A pesar de su cerrazón, los Israelitas son los primeros en ser llamados a la salvación en Cristo. Y aun cuando no todos aceptaron a Cristo, hubo un pequeño resto fiel que sí lo hizo. Tenemos la esperanza de que algún día, todos reconozcan al Salvador, Cristo Jesús.

Pablo, muchas veces rechazado por ellos, continuaría toda su vida preocupándose por encaminarlos a Cristo; hoy nos dice que, incluso, estaría dispuesto a ser considerado un anatema de Cristo (Separado de Cristo) si eso ayudara a la salvación de los de su pueblo y raza.

Nosotros no podemos conformarnos con vivir nuestra fe de un modo personalista, sino que hemos de esforzarnos constantemente en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado: Hacer que todos los hombres se salven en Cristo; pero ¿Realmente estamos dispuestos a ser condenados con tal de salvar a quienes viven rechazando a Cristo?, ¿Estamos dispuestos a cargar como nuestros sus pecados, y hacer nuestras sus pobrezas y enfermedades? ¿Estamos dispuestos a padecer por Cristo sabiendo que Él está presente en nuestros hermanos? ¿Hasta dónde amamos? ¿Realmente hasta que nos duela? o ¿Sólo anunciamos el nombre de Dios y volvemos a nuestras comodidades y a nuestra vida muelle y poltrona? ¿Cuál es nuestro compromiso de fe?

Lc 14, 1-6

Jesús en este Evangelio nos enseña con su ejemplo que hay algo más fuerte que el legalismo, y es precisamente el mandato de la caridad. Entre los judíos, el día sábado era un día del todo consagrado al Señor. No era lícito hacer actividad alguna. De ningún tipo. Hasta estaban indicados los pasos que se les permitía caminar.

Los fariseos se gloriaban que cumplían la ley en toda su extensión. Y castigaban y denunciaban a las autoridades a todo aquel que violaba una de estas reglas más pequeñas. Eso no es malo. Incluso Cristo dice alguna vez a sus seguidores que hagan lo que los fariseos dicen. Sin embargo, es preferible la misericordia con los demás que el cumplimiento frío de un precepto.

Muchos se preguntan si deben hacer esto o aquello, porque ambas cosas están mandadas. ¿Debo estudiar en este tiempo o tengo que hacer lo que ahora me piden mis padres? ¿Cuál es mi obligación? No es fácil discernir, porque muchas veces entran en juego nuestros sentimientos y a veces nos inclinamos por la opción equivocada. Para evitar esta situación, Cristo nos ha dejado un criterio muy claro: ante todo, la caridad. Bajo esta luz todo queda iluminado. Ya no hay conflicto entre curar o descansar en sábado, porque el bien del hombre está por delante del precepto.

Jueves de la XXX Semana Ordinaria

Rom. 8, 31-35. 37-39.

¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? Dios, en Él, se ha hecho Dios-con-nosotros; Él ha hecho su morada en nosotros y compañero nuestro en la vida para hacernos llegar, en Él, al hombre perfecto. Y si Dios nos dio a su propio Hijo, ¿podrá negarnos algo? En verdad que nos ama como nadie más lo ha hecho ni podrá hacerlo.

Si Dios se ha decidido a amarnos en Cristo Jesús, ¿podrá alguien o algo apartarnos de ese amor que nos tiene? Quien se atreva a tocarnos le estará tocando las niñas de los ojos a Dios; y el Señor podría decir de nosotros lo mismo que le dijo a Abraham: Bendito quien te bendiga y maldito quien te maldiga; o como decía a sus profetas: No tengas miedo, yo estoy contigo.

Dios nos ha escogido a nosotros; nos ha hecho partícipes de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Hemos sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles, teniendo a Cristo como Piedra Angular; somos un solo cuerpo, cuya Cabeza es Cristo. Dios nos ama, y su amor por nosotros jamás se acabará, pues cuanto Dios da jamás lo retira; sólo nosotros podríamos cerrarnos al amor de Dios; sólo nosotros podríamos cerrarnos a su Luz y quedarnos en tinieblas, pues nosotros, sólo nosotros tenemos el poder de cerrarle la puerta al Señor.

Ojalá y nunca lo hagamos, pues no encontraríamos otro camino de Salvación; y ni siquiera nosotros, con nuestras buenas obras hechas al margen de Cristo, podríamos lograr salvarnos.

Lc. 13, 31-35.

Jesús tiene una conciencia clara de la Misión que el Padre Dios le ha confiado: salvar a la humanidad y llevarla de retorno a la casa paterna, no en calidad de siervos, sino de hijos en el Hijo. Y nadie le impedirá cumplir con la voluntad de su Padre.

Dios, efectivamente, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Él, a pesar de nuestras rebeldías, no sólo nos llama a la conversión, sino que nos da muchos signos de su ternura para con nosotros; jamás se comporta como juez, sino siempre como un Padre-Madre amoroso, cercano a nosotros y amándonos hasta el extremo.

Ojalá y algún día no sea demasiado tarde cuando, terminada nuestro peregrinar por este mundo, tengamos que juzgar nuestra vida confrontándola con el amor que el Señor nos ha tenido y salgamos reprobados; y nuestra casa, nuestra herencia, la que nos corresponde en la eternidad, quede desierta por no poder tomar posesión de ella a causa de nuestra rebeldía al amor de Dios.