Lunes de la XXIX Semana Ordinaria

Lc 12,13-21

Hoy toca el Evangelio uno de los puntos neurálgicos de la vida humana: la avidez de la riqueza. El Papa Francisco comentando este mismo texto en días pasados, afirmaba que la ambición de las riquezas ha causado graves daños a la relación humana. Y criticaba a quienes, en medio de una crisis económica que hunde a los países pobres en más miseria y corrupción, se dicen preocupados por la situación, pero desde una cómoda situación de seguridad y ventajas. El problema se torna cada día más grave pues en lugar de disminuir las deudas o aumentar el empleo, se hace la situación más angustiante.

Ya también nos decían los obispos que: “La desigualdad es el desafío más importante que enfrenta un país. La pobreza sigue siendo el principal problema que vulnera a la mayoría de los países. Según datos oficiales, que miden la pobreza en relación con el ingreso, la mitad de la población de nuestro país vive en situación de pobreza. 44 millones de personas viven en pobreza en México, y de ellas, 24 millones la padecen en su forma extrema.

La pobreza priva a las personas de las condiciones de vida que les aseguren su derecho a una alimentación adecuada y a la satisfacción de las necesidades básicas. Atender su situación se plantea como una urgencia moralmente inaplazable, pues hablamos de derechos sociales básicos sin los cuales no se garantiza el derecho a una vida humana”

Y hoy Cristo nos dice cuál es la raíz de todos esos problemas: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.  Con el ejemplo de un hombre que acumuló y hacía planes para el futuro cuando estaba a punto de terminar su vida, Cristo nos hace ver que la riqueza se queda en este mundo y que no se logra nada con ella para la vida eterna.

Nos exhorta a no amontonar riquezas, sino a hacernos ricos delante de Dios. Nosotros hoy podemos mirar nuestro corazón y ver si lo tenemos libre de la ambición. Claro que es muy fácil decir que somos generosos y que estamos libres de ese pecado, pero examinémonos y veamos qué cosas concretas estamos haciendo para compartir en estos momentos.

Se dice que cuando hay pobreza aumenta la violencia, pero nosotros como cristianos tenemos que hacer que aumente la generosidad, la capacidad de organización, el construir entre todos, el compartir lo poco que tenemos, el defender frente a estructuras y leyes injustas. En esto nos da un gran ejemplo Jesús que compartió y dio su vida.

¿Cómo estoy compartiendo y cómo estoy dando vida?

Lunes de la XXIX Semana Ordinaria

Lc 12, 13-21

Ante este evangelio nos podríamos preguntar: ¿es malo entonces el tener Riquezas? Y la respuesta es no.

Lo que pone o puede poner en peligro nuestra vida de gracia es el acumular. Jesús nos explica hoy que el tener solo por atesorar, empobrece nuestra vida y priva a los demás de los bienes que han sido creados para todos.

Todo edificio necesita un cimiento firme.  Mientras el cimiento sea sólido, el edificio puede elevarse más hacia el cielo.  El cimiento de nuestra vida consiste en la convicción de que dependemos totalmente de Dios.  El error de ese agricultor del evangelio era pensar que aquellas abundantes riquezas eran el cimiento de su felicidad.  Creía que su riqueza lo respaldaba y que Dios le era innecesario.

Decía un santo: «Lo que te sobra, no te pertenece». La belleza de la vida cristiana consiste en adquirir, por medio de la gracia, la capacidad de compartir.

Dejar que las cosas, como el agua entre nuestras manos, corran hacia los demás. Esta es la verdadera libertad que lleva al hombre a experimentar la paz y la alegría perfecta.