Lunes de la XXIX Semana Ordinaria

Rom. 4, 19-25.

Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida. Así, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo vemos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llega a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad.

Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.

Lc 12,13-21

Ante este evangelio nos podríamos preguntar: ¿Es malo entonces el tener riquezas? Y la respuesta es no. Lo que pone o puede poner en peligro nuestra vida de gracia es el acumular. Jesús nos explica hoy que el tener solo por atesorar, empobrece nuestra vida y priva a los demás de los bienes que han sido creados para todos. Decía un santo: «Lo que te sobra, no te pertenece». La belleza de la vida cristiana consiste en adquirir, por medio de la gracia, la capacidad de compartir. Dejar que las cosas, como el aguan entre nuestras manos, corran hacia los demás. Esta es la verdadera libertad que lleva al hombre a experimentar la paz y la alegría perfecta.

San Agustín dijo en una ocasión una frase que viene muy a cuento con este evangelio: “Nos hiciste Señor para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. Tan inquieto tenemos el corazón que de inmediato busca y se apega a las cosas materiales como se apegan las raíces de una papa a cualquier objeto que la rodee. Debemos agradecer a Dios el que nos haya dado un corazón demasiado grande para poder amar a tantas personas y sobre todo para poder amarle a Él.

No acortemos nuestras capacidades de amar “amando” otras cosas, atesorando riquezas que al final de la vida no nos servirán de nada. Agrandémoslo, amando a Dios que es amar a nuestro prójimo. Este evangelio es una señal en el camino que nos recuerda que sólo vale la pena atesorar riquezas en orden a Dios, es decir por medio de la comunión frecuente, la confesión, la oración, la divulgación del evangelio y la defensa de la fe etc. No vale pues, ese “aprovecha el día” que los antiguos romanos solían decir para disfrutar mejor de la vida sin ninguna responsabilidad que afrontar.

Esta actitud es para gente sin un ideal grande que conquistar y nosotros como cristianos, discípulos de Cristo, contamos con una misión demasiado grande que cumplir, que es la de atesorar riquezas espirituales que al final de la vida nos den la entrada en la vida eterna.

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