Jn 11, 19-27
Jesús era un buen amigo de estos tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Marta amaba a su hermano Lázaro y llora su muerte. Ahora viene Jesús a su casa y Marta salió a su encuentro y su saludo primero es lo que llevaba muy dentro de su corazón, le expresa el dolor por la muerte de su hermano y su seguridad de que si hubiese estado allí, Jesús no le habría dejado morir. Sigue el diálogo entre ellos hasta que llega a un punto muy alto. Jesús es rotundo al afirmar: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mi aunque muera vivirá”. Después, estando también por medio María, Jesús resucita a Lázaro.
Pero la frase que acaba de pronunciar Jesús va más allá de esta resurrección de Lázaro, que verá de nuevo la muerte, y es entonces cuando Jesús le resucitará a una vida que vencerá a la muerte y vivirá para siempre.
En este evangelio y con ocasión de la muerte de Lázaro, Jesús nos ofrece una de sus verdades más sublimes y consoladoras. Dios nos ha regalado la vida humana. En un primer tiempo esa vida regalada tiene momentos buenos y momento de los otros, hay en ella alegrías y dolores. Pero después de este primer tiempo, Dios va a hacer que en nuestra vida humana desparezca todo lo que nos hace sufrir, cualquier atisbo de tristeza, para hacer que en ella reine solo la alegría y la alegría total y para siempre. Así es nuestro Dios y la vida que nos ha regalado, y es lo que nos ha recordado hoy Jesús en su encuentro con Marta, cuyo fiesta celebramos.