Martes de la V Semana Ordinaria

1 Re 8, 22-23. 27-30

En la dedicación del templo, Salomón elevó al Señor una amplia plegaria, que ocupa la mayor parte del capítulo octavo del primer libro de los Reyes, que estamos leyendo estos días.  Hoy escuchamos una síntesis de la teología de la alianza, que es la doctrina central del A. T.  La grandeza infinita de Dios, su majestad inenarrable, su poder sin límites, se ha inclinado amorosamente al pueblo que Él se ha elegido, y pacta con el pueblo una alianza.  Es Dios, al mismo tiempo el totalmente diferente, el supremamente alto, el de por sí inalcanzable, y sin embargo el tan cercano, el que llena todo el universo y, sin embargo, se manifiesta en su templo.

Esta alianza pide del pueblo el cumplir de todo corazón su voluntad.  Así Dios escuchará, como lo expresa Salomón en una serie de expresiones, la súplica, el clamor, la adoración de su pueblo.

Recordemos que Jesús será el verdadero templo, el verdadero lugar, indispensable, del encuentro con Dios.

Mc 7, 1-13

El motivo de la discusión con los fariseos es la pureza legal expresada en la purificación ritual del lavado de manos.

La ley, como todas las realidades humanas, comenzando por el hombre mismo, tiene un interior y un exterior, una realidad física y otra trascendente.  En la ley, encontramos la letra y su espíritu.

Lo externo, lo material, como lo más aparente, lo más inmediato, nos atrapa, y lo que tendría que ser medio se convierte en fin.  Lo que tendría que ser etapa se convierte en meta.  Lo que tendría que ser trampolín o escalera lo convertimos en sofá o en cama…

La liturgia siempre nos está pidiendo que pasemos de lo externo a lo interno, del signo al significado.

Martes de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 1-13

Jesús nos llama también a mantener una alabanza y celebración verdadera del amor del Padre. El culto que Dios quiere es en verdad y de corazón. Así lo refleja este fragmento de Marcos, cuando unos fariseos le recriminan a Jesús que no amoneste a sus discípulos por no respetar la limpieza ritual del lavado de manos antes de comer. No era a Jesús, pero sí a alguno de sus discípulos. Y Jesús también les recuerda a estos fariseos su dureza de corazón y su hipocresía. Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. No está en la ley primitiva la limpieza ritual, sino en el Talmud, en la tradición. Y Jesús les recrimina otras prácticas de tradición egoístas como la fórmula “qorbán” (don ofrecido a Dios, a través del Templo, para retener la posesión del patrimonio y del dinero propio), y así eludir la atención, el respeto y amor por el padre y la madre, que Dios nos manda. Priorizan enriquecer el culto del Tempo y olvidan el mandamiento de Dios del respeto por los padres. Pero Jesús respeta las leyes mosaicas aunque con su actitud sabe que están llegando a su fin. El verdadero culto no se dará en el Templo, sino que se manifestará en espíritu y verdad. Es lo que Jesús nos pide. Comprometernos con Dios sin miedo, sin mantener parcelas de nuestra vida privada al margen de Dios. “Ve vende lo que tienes, dalo a los pobres, Ven y Sígueme”. Cuando somos conscientes de que todo lo que tenemos nos viene de Dios, el egoísmo, la usura, acaparar o retener con temor no pueden estar en nuestra identidad. Más bien, la disposición de san Pablo: Todo lo puedo en aquel que me conforta. Un espíritu y un ánimo abierto a la voluntad de Dios y a mirar por las necesidades que Dios nos presenta en nuestras vidas.

Que estemos abiertos a Dios y a cultivar el amor entre los hermanos en la nueva creación.