1 Re 8, 22-23. 27-30
En la dedicación del templo, Salomón elevó al Señor una amplia plegaria, que ocupa la mayor parte del capítulo octavo del primer libro de los Reyes, que estamos leyendo estos días. Hoy escuchamos una síntesis de la teología de la alianza, que es la doctrina central del A. T. La grandeza infinita de Dios, su majestad inenarrable, su poder sin límites, se ha inclinado amorosamente al pueblo que Él se ha elegido, y pacta con el pueblo una alianza. Es Dios, al mismo tiempo el totalmente diferente, el supremamente alto, el de por sí inalcanzable, y sin embargo el tan cercano, el que llena todo el universo y, sin embargo, se manifiesta en su templo.
Esta alianza pide del pueblo el cumplir de todo corazón su voluntad. Así Dios escuchará, como lo expresa Salomón en una serie de expresiones, la súplica, el clamor, la adoración de su pueblo.
Recordemos que Jesús será el verdadero templo, el verdadero lugar, indispensable, del encuentro con Dios.
Mc 7, 1-13
El motivo de la discusión con los fariseos es la pureza legal expresada en la purificación ritual del lavado de manos.
La ley, como todas las realidades humanas, comenzando por el hombre mismo, tiene un interior y un exterior, una realidad física y otra trascendente. En la ley, encontramos la letra y su espíritu.
Lo externo, lo material, como lo más aparente, lo más inmediato, nos atrapa, y lo que tendría que ser medio se convierte en fin. Lo que tendría que ser etapa se convierte en meta. Lo que tendría que ser trampolín o escalera lo convertimos en sofá o en cama…
La liturgia siempre nos está pidiendo que pasemos de lo externo a lo interno, del signo al significado.