Mc 7, 1-13
Jesús nos llama también a mantener una alabanza y celebración verdadera del amor del Padre. El culto que Dios quiere es en verdad y de corazón. Así lo refleja este fragmento de Marcos, cuando unos fariseos le recriminan a Jesús que no amoneste a sus discípulos por no respetar la limpieza ritual del lavado de manos antes de comer. No era a Jesús, pero sí a alguno de sus discípulos. Y Jesús también les recuerda a estos fariseos su dureza de corazón y su hipocresía. Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. No está en la ley primitiva la limpieza ritual, sino en el Talmud, en la tradición. Y Jesús les recrimina otras prácticas de tradición egoístas como la fórmula “qorbán” (don ofrecido a Dios, a través del Templo, para retener la posesión del patrimonio y del dinero propio), y así eludir la atención, el respeto y amor por el padre y la madre, que Dios nos manda. Priorizan enriquecer el culto del Tempo y olvidan el mandamiento de Dios del respeto por los padres. Pero Jesús respeta las leyes mosaicas aunque con su actitud sabe que están llegando a su fin. El verdadero culto no se dará en el Templo, sino que se manifestará en espíritu y verdad. Es lo que Jesús nos pide. Comprometernos con Dios sin miedo, sin mantener parcelas de nuestra vida privada al margen de Dios. “Ve vende lo que tienes, dalo a los pobres, Ven y Sígueme”. Cuando somos conscientes de que todo lo que tenemos nos viene de Dios, el egoísmo, la usura, acaparar o retener con temor no pueden estar en nuestra identidad. Más bien, la disposición de san Pablo: Todo lo puedo en aquel que me conforta. Un espíritu y un ánimo abierto a la voluntad de Dios y a mirar por las necesidades que Dios nos presenta en nuestras vidas.
Que estemos abiertos a Dios y a cultivar el amor entre los hermanos en la nueva creación.