Martes de la XXVII Semana Ordinaria

Jon 3,1-10

Con este pasaje, la escritura nos muestra, a través de la actitud del Rey de Nínive lo que significa e implica el convertirse de corazón. Desde ayer iniciamos como primera lectura el libro de Jonás, un libro lleno de enseñanzas y sabiduría.  Hoy continuamos su lectura.  Nos encontramos ya en el capítulo tercero, y vuelve a aparecer el llamado y la misión dada por Dios a Jonás. Parecería que el amor de Dios es más insistente que la rebeldía y la oposición del hombre. 

Contra su voluntad, va Jonás a predicar un castigo en el que él mismo no cree pero que se le ha pedido que anuncie.  El profeta habla en nombre del Señor y a veces, en contra de sus propios deseos.  Es frecuente que encontremos estas situaciones en los profetas: tienen que dar un mensaje que muchas veces no les gusta y que de buena gana no lo harían, sin embargo ahí está el mensaje y para sorpresa el pueblo de Nínive se convierte y cambia de actitud. 

Todos desde hombres hasta animales se ponen o son puestos en ayuno, manifiestan su arrepentimiento y buscan dejar de cometer injusticias, y Dios al mirar cómo se convierten de su mala vida, cambia de parecer y no les manda el castigo que había determinado imponerles.

Esto provocó un fuerte disgusto y enojo en Jonás.  Se siente que ha sido burlado y que no se le volverá a creer.  Pone por encima de la voluntad y el reconocimiento de Dios su propia voluntad y su propio reconocimiento.

Quizás hoy nos falte insistir en la conversión. Tanto fieles como pastores nos hemos concretado a anunciar preceptos, pero no a insistir que la Buena Nueva siempre inicia con un camino de conversión.  Y atención, es propuesta de conversión, no es condena anticipada.

A mí siempre me sorprende que el amor y el perdón de Dios es más grande y accesible que el perdón de los hombres.  Dios siempre está en búsqueda de cada uno de nosotros y espera que nos convirtamos, que dejemos cada uno de nosotros nuestra mala vida y no volvamos a cometer injusticias.

También tenemos que estar atentos a no condenar a los demás y a alegrarnos con su arrepentimiento; mirar a cada persona como la miraría Dios, que es un Padre amoroso que sale en busca de sus hijos.

Hoy es tiempo de conversión, de arrepentimiento, de acogida del pecador.  El Señor nos busca y nos espera cada día; nos busca y quiere dialogar con nosotros como con Marta, como con María, dando espacio y tiempo al Señor en nuestra vida.

Lc 10,38-42

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo. Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración. Es cierto, la vida moderna nos lleva a vivir cada día como un conjunto de actividades en frenética sucesión. No encontramos el momento para orar, y cuando lo encontramos, la inercia de las actividades que hemos tenido que desempeñar no nos permiten recogernos y profundizar cuanto quisiéramos en nuestro diálogo con Cristo.

Una situación similar nos presenta el Evangelio de hoy. Marta representa al cristiano de nuestro tiempo, que descubre y aprecia la presencia de Cristo en su vida pero que no es capaz de salir del remolino del activismo para disfrutar de la cercanía del Maestro. Y no es que Jesucristo en el Evangelio menosprecie el trabajo de Marta, sino que pretende enseñarla cómo elevarse desde su postura en la que sólo lo material cuenta para saber gustar, también desde el plano de sus labores del hogar, de la compañía de Cristo. Nos dejó dicho Santa Teresa que “también entre los pucheros está Dios”. Son pues para nosotros las palabras de Cristo una invitación a saber compartir con Él las cosas de cada día. No pretender que para orar siempre encontraremos el lugar y el tiempo propicio, sino aprender a estar cerca de Él en el trabajo, en el atasco de tráfico, en la cocina,… y así hacer de nuestro día una oración continua en la que también nosotros hayamos tomado “la mejor parte