Martes de la XXVII Semana Ordinaria

Gál 1, 13-24

Oímos la propia apología de Pablo para defenderse de las calumniosas afirmaciones de los judaizantes que lo  presentaban como un falso apóstol con una falsa doctrina.

Como Pablo lo confiesa, él ciertamente fue un encarnizado perseguidor de los cristianos, aunque lo hacía por su gran celo por la fe judía.  No era, pues, un desconocedor, ni un lejano de esa fe, pero por gracia de Dios, fue llamado al cristianismo: «Dios… quiso revelarme a su Hijo», dice san Pablo; esto sucedió no sólo en la gracia inicial del camino de Damasco, sino en el crecimiento y desarrollo de su fe por medio de la comunidad cristiana.

Nos habló luego de su primera relación con los apóstoles «anteriores a mí»,  dice Pablo.  Esta relación se hizo posible gracias a la mediación de Bernabé, que se hizo su garante.  Los judíos helenistas lo persiguen y tiene que ir a su tierra, a Tarso, de donde será llamado de nuevo por Bernabé para iniciar los viajes apostólicos.

Lc 10, 38-42

Marta y María, con sus modos de ser tan diferentes, pero complementarios, aparecen en tres relatos evangélicos.

Sus caracteres han sido presentados a veces como representativos de la «vida activa»  y la «vida contemplativa», como dos formas de vidas totalmente diferentes y opuestas.  No parece que ésta sea la inmediata y real enseñanza del trozo evangélico que hoy escuchamos.

Muy bien podemos pensar que se nos presenta un motivo de reflexión sobre la complementariedad de los dos modos de vida y una jerarquía de valores.

No podrá haber ninguna acción, ni oracional ni apostólica ni de vida de trabajo, o de vida familiar, que tenga un sentido realmente cristiano si no está sustentada, alimentada y vivificada por un dinamismo que viene del mismo Dios.  El que quiera hacer obras de Cristo tiene primero que ser su discípulo.  Hay que «sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra».

Esta es la «única cosa necesaria», la «mejor parte».  A su vez, este hacernos discípulos del Señor nos lanzará al servicio, al testimonio, y esto a cada quien según su vocación personal.

Aquí estamos «a los pies del Señor, oyendo su Palabra», luego nos sentaremos a su mesa, y saldremos a hacer sus obras.

Martes de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 10,38-42

El mundo va cada vez más rápido. Los coches, los aviones, las telecomunicaciones, internet. Todo son cosas que deberían hacer que el hombre dispusiese de más tiempo, pero parece que el hombre de hoy, cuantos más remedios encuentra para ahorrar tiempo, más motivos encuentra para gastarlo. Y no escapamos los cristianos a esta fiebre del tiempo, y muchas veces nos preocupamos de no poder encontrar más tiempo de encuentro personal con Jesucristo, de oración.

Marta pide casi en tono de reproche a Jesús para que su hermana la ayudara a servir, en lugar de permanecer parada escuchándolo, mientras que Jesús responde: «María ha escogido la mejor parte». Y esta parte es aquella de la oración, aquella de la contemplación de Jesús.

A los ojos de su hermana estaba perdiendo el tiempo, también parecía tal vez un poco fantasiosa: mirar al Señor como si fuera una niña fascinada. Pero, ¿quién la quiere? El Señor: «Esta es la mejor parte», porque María escuchaba al Señor y oraba con su corazón.

Y el Señor un poco nos dice: «La primera tarea en la vida es esto: la oración». Pero no la oración de palabra, como loros, sino la oración, el corazón: mirar al Señor, escuchar al Señor, pedir al Señor. Sabemos que la oración hace milagros.

Y Marta… ¿Qué hacía? No oraba. La oración que es sólo una fórmula sin corazón, así como el pesimismo o la inclinación a la justicia sin perdón, son las tentaciones de las que el cristiano debe siempre resguardarse para llegar a elegir la mejor parte.

También nosotros cuando no oramos, lo que hacemos es cerrarle la puerta al Señor. Y no orar es esto: cerrar la puerta al Señor, para que Él no pueda hacer nada.

En cambio, la oración, ante un problema, una situación difícil, a una calamidad es abrirle la puerta al Señor para que venga. Porque Él rehace las cosas, sabe arreglar las cosas, acomodar las cosas.

Orar por esto: abrir la puerta al Señor, para que pueda hacer algo. Pero si cerramos la puerta, el Señor no puede hacer nada. Pensemos en esta María que eligió la mejor parte y nos hace ver el camino, cómo se abre la puerta al Señor.