Miércoles de la V Semana Ordinaria

1 Re 10, 1-10

Nos ha aparecido la figura de la reina de Sabá.  En esa época, el reino de Sabá se extendía en la parte sudoccidental de la península arábiga.  Se debe haber tratado de un viaje con fines de relaciones comerciales ante todo, pero el libro nos presenta el aspecto de la fama de la sabiduría de Salomón; las mismas riquezas y esplendor de su reino son expresión de esa sabiduría.  Es interesante la alabanza que hace la reina a Dios, de quien proviene todo lo que es Salomón.  Recordemos cómo Jesús hará alusión a esta visita de la reina de Sabá a Salomón para inculpar a sus paisanos por su falta de fe: «La reina del sur se levantará en el juicio contra esta gente y la condenará porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír  la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón». 

Acerquémonos con fe profunda a esta sabiduría infinita que es Cristo Señor.

Mc 7, 14-23

En la moralidad judía estaba el concepto de alimentos puros o impuros.  Los animales, las cosas, nos dice el Señor, no pueden ser malos en sí, ni menos comunicar el mal.  Es nuestra actitud, nuestra direccionalidad voluntaria la que marca nuestro rechazo o nuestra aceptación de Dios, cuando aceptamos o rechazamos su voluntad.

Desde nuestro corazón o desde nuestra razón está la decisión positiva o negativa, el bien o el mal.  Este criterio que nos ha enseñado el Señor, lo podemos aplicar hoy, si no a los alimentos, sí a otras realidades de religiosidad un tanto mágica o de tradicionalidad un tanto mecanicista que supone que ellas mismas, por sí solas, producen la salvación, la cual sólo se consigue con una entrega amorosa y constante a Dios y al prójimo.

Abrámonos hoy a esta Palabra del Señor y a su acción salvífica con toda nuestra buena voluntad y sinceridad.

Miércoles de la V Semana Ordinaria

Mc 7, 14-23

Después de encararse con los fariseos, Jesús se dirige a la gente para proponerle una enseñanza fundamental en la vida de cada día; a los discípulos se lo explicará todavía más claramente. Lo importante no es mantener la ‘pureza legal’, es decir, ajustarse escrupulosamente a las prescripciones de la ley en lo referente a los alimentos, en este caso, y al modo de servirse de ellos. Es más: No hay por qué pensar que hay alimentos más ‘puros’ que otros; todos vienen de la mano de Dios y están, por disposición suya, al servicio del hombre.

Jesús llama la atención sobre lo que procede del interior, lo que se genera en el corazón humano. Ahí es donde reside la fuente de nuestros actos. En este pasaje evangélico sólo habla Jesús de lo malo que sale de ese corazón humano, porque está polemizando con el concepto de ‘impureza’ que han mencionado los fariseos. Y enumera una serie de actitudes perversas que brotan de un corazón corrompido o extraviado, y que degradan al hombre.

Pero, evidentemente, el corazón es sede, también y sobre todo, de nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones más nobles. Nuestra conducta personal nace de nuestra conciencia, de nuestro mundo interior presidido por unos determinados criterios, muchas veces implícitos, que impulsan nuestro comportamiento. Todo el bien que somos capaces de hacer tiene su origen en nuestro ‘corazón’ y, si en él reina el amor, será también bueno todo lo que de él proceda.

De ahí la importancia de formar bien nuestra conciencia, de adquirir principios conformes con el Evangelio y de ajustar a ellos nuestra conducta. Esa será la mejor garantía de que nuestro corazón está en sintonía con el de Jesús y de que, como él, pasaremos por este mundo haciendo el bien.

Pregúntate de dónde proceden tus actos: ¿del respeto a la ley, del imperativo del amor, o de ambos?, ¿en qué proporción respectiva?