1 Re 10, 1-10
Nos ha aparecido la figura de la reina de Sabá. En esa época, el reino de Sabá se extendía en la parte sudoccidental de la península arábiga. Se debe haber tratado de un viaje con fines de relaciones comerciales ante todo, pero el libro nos presenta el aspecto de la fama de la sabiduría de Salomón; las mismas riquezas y esplendor de su reino son expresión de esa sabiduría. Es interesante la alabanza que hace la reina a Dios, de quien proviene todo lo que es Salomón. Recordemos cómo Jesús hará alusión a esta visita de la reina de Sabá a Salomón para inculpar a sus paisanos por su falta de fe: «La reina del sur se levantará en el juicio contra esta gente y la condenará porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón».
Acerquémonos con fe profunda a esta sabiduría infinita que es Cristo Señor.
Mc 7, 14-23
En la moralidad judía estaba el concepto de alimentos puros o impuros. Los animales, las cosas, nos dice el Señor, no pueden ser malos en sí, ni menos comunicar el mal. Es nuestra actitud, nuestra direccionalidad voluntaria la que marca nuestro rechazo o nuestra aceptación de Dios, cuando aceptamos o rechazamos su voluntad.
Desde nuestro corazón o desde nuestra razón está la decisión positiva o negativa, el bien o el mal. Este criterio que nos ha enseñado el Señor, lo podemos aplicar hoy, si no a los alimentos, sí a otras realidades de religiosidad un tanto mágica o de tradicionalidad un tanto mecanicista que supone que ellas mismas, por sí solas, producen la salvación, la cual sólo se consigue con una entrega amorosa y constante a Dios y al prójimo.
Abrámonos hoy a esta Palabra del Señor y a su acción salvífica con toda nuestra buena voluntad y sinceridad.