Miércoles de la XII Semana Ordinaria

2 Re 22, 9-13; 23, 1-3

La «Alianza» -esta palabra tal vez no nos diga mucho hoy-  Pero Dios la toma muy en serio, Él es fiel absoluto; su pueblo la ha roto muchas veces, pero El la mantiene.

Oímos la narración, el año 622, bajo el rey Josías unos obreros que trabajaban en las reparaciones del templo «descubren» el libro de la ley, se trata del libro del Deuteronomio.  Se trataba de la ley sagrada del Templo de Jerusalén, escondida, perdida, olvidada durante el reinado del impío rey Manasés.

De aquí viene la renovación de la Alianza hecha por todo el pueblo, ancianos, sacerdotes y el rey.

La Alianza ciertamente era con una persona, pero el libro codificaba esa alianza, la hacía presente, la recordaba y estimulaba.

Nuestro amor a la Santa Escritura y a los evangelios, serán nuestro estímulo, luz y aliento en el seguir al Señor, comparar sus enseñanzas y ejemplos con nuestra vida, estimularnos en nuestros desalientos y alimentarnos en nuestras debilidades.

Mt 7, 15-20

El evangelio nos habló de los falsos profetas.  Profeta es el que habla en nombre de Dios.

Profeta tenemos que ser todos los cristianos, puesto que debemos dar testimonio de nuestra fe, dado que el cristianismo no es sólo una doctrina que hay que conocer, sino es, ante todo, una vida que se tiene que manifestar en obras.

Por esto el Señor nos previene de los falsos profetas que pueden intentar engañarnos y nos previene también de ser falsos profetas.

¿Cómo conocerlos, si parecen realmente ovejas?

«Por sus frutos los conocerán».  Un árbol bueno podría dar accidentalmente un fruto malo: podrido, no madurado.  Pero el Señor se refiere a una clase de fruta buena o mala.

¿Qué testimonio de Cristo y de la Iglesia estamos dando?  ¿En casa, en el trabajo, en la comunidad?  ¿Frutos de Cristo o del maligno?

Miércoles de la XII Semana Ordinaria

Mt 7, 15-20

Está claro que la tentación de un profetismo que nace de sí mismo, acecha el caminar del creyente. Jesús alerta de esa pura apariencia y llama la atención sobre lo que hace veraces a los verdaderos profetas: son conocidos por sus frutos.

Ciertamente todo bautizado participa de la condición profética de Jesucristo. Esta participación se realiza por la comunión con su vida, actitudes, proyecto de vida. Es participación en la misma misión de Jesús. No valen las apariencias. No sirve tomar prestado lo que se intenta comunicar, al final se queda en evidencia: “se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.”

Estamos dentro del sermón de la montaña y Jesús está explicando a los discípulos y a la gente un atractivo proyecto de vida. Va clarificando aquellos preceptos que limitados a la letra han perdido el espíritu del mandato. Una oración vacía porque se ha reducido a meras formalidades, a ritos vacíos por exuberantes que puedan ser. Falta la vida. Es el árbol dañado que no puede dar frutos sanos o está seco y ni fruto puede dar. Jesús hace una llamada de atención. No para que miremos al otro y juzguemos al otro, sino para que entremos dentro de nosotros mismos y veamos los fundamentos de nuestra fe y existencia cristiana. Eso es de lo que se trata. Si los frutos que producimos son inservibles, algo hay que renovar interiormente. Algo anda mal. Jesús lo repite dos veces.

No valen las apariencias piadosas para tener delante de sí a un verdadero creyente. Tampoco podemos creer que los somos si no estamos en revisión permanente a la luz de la Palabra que se nos ha comunicado.

¿Cómo es mi diálogo con Dios?

¿Trato con él mis asuntos existenciales?