Sábado de la XXVII Semana Ordinaria

Lucas 11, 27-28

“Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan”. Y es que Jesús nos dirá lo mismo durante la última cena: “Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor”. El Evangelio de hoy toca una de las fibras más sensibles del ser humano: su voluntad. ¡Cuántos buenos propósitos, cuántas buenas intenciones, cuántos deseos de conversión… y, qué pocas realizaciones!

Decir, hablar y prometer, cuesta poco. Es el paso del dicho al hecho, lo que marca la diferencia entre un hombre auténtico y otro de carnaval. Obras son amores y no sólo buenas razones.

Jesús, al ofrecernos este pasaje de su vida, tiene presentes nuestras miserias y limitaciones. Con ello, no quiere decir que hemos de ser perfectos de la noche a la mañana: “Nadie es bueno sino sólo Dios”. El Evangelio habla de los que oyen y guardan la palabra de Dios. Estas dos acciones, implican interés, esfuerzo y generosidad por parte nuestra. Habrá caídas, habrá dificultades y fracasos. Pero no estamos solos. Jesús subió a la cruz para enseñarnos el camino, para demostrarnos que es posible escuchar y poner por obra la palabra de Dios. Cristiano no es un nombre, ni una etiqueta de almacén. Cristiano significa discípulo de Cristo, imitador del Maestro.

Ojalá que este texto de San Lucas sea un llamado a la coherencia de vida y una invitación a poner por obra nuestra fe. La fe sin obras es una fe muerta y, la mayor de todas las obras es la caridad.

Sábado de la XXVII Semana Ordinaria

Lc 11, 27-28

Parece que Jesús menospreciara a su madre, que la colocara en segundo lugar, detrás de los que escucha la Palabra de Dios y la cumplen. Y las palabras de Jesús pueden invitar a pensar así, pero solo si olvidamos algo muy importante: María ha sido la más fiel escuchante de la Palabra de Dios. Ella la escuchó por la voz del ángel y desde el primer instante la puso en práctica. María ha aceptado la petición de Dios y la lleva a la vida, sin importarle la complicada situación en que esta aceptación la coloca. El mismo José tiene dudas y Dios tiene que intervenir nuevamente para evitar un repudio que la colocaría en una difícil situación legal.

Ahora nos toca a nosotros escuchar la palabra y cumplirla. No es nada fácil. Nuestra naturaleza nos empuja a seguir nuestros deseos, haciendo que no pocas veces creamos seguir la Palabra, aunque en realidad, seguimos “nuestra” palabra.

El mensaje de Cristo es ciertamente liberador. Seguirlo es optar por la libertad, pero es también muy exigente y no admite componendas. Con frecuencia nos cuesta desprendernos de los rescoldos de la vieja Ley y vivir la libertad que Cristo nos muestra. Puede que la libertad que Cristo nos anuncia, nos resulte demasiado simple y necesitemos seguridades, cánones de conducta por los que guiarnos y echamos de menos toda la casuística que la ley vetero-testamentaria, con sus más de seiscientos mandatos, parecía asegurarnos que íbamos por un buen camino.

Imitemos a la madre que, desde el sí dado al Ángel, ha cumplido fielmente la palabra de Dios, aun viviendo los aparentes desplantes de su hijo adolescente en el templo y adulto cuando lo ha encontrado en el camino, en la boda de Caná y en esta ocasión.