Viernes de la XXIX Semana Ordinaria

Ef 4, 1-6

Hemos comenzado lo que podríamos llamar la parte «moral» de la carta a los Efesios.

Pablo está en la cárcel, y él siente aquella situación de obscuridad y encierro como una cátedra altísima, puesto que está prisionero «por causa del Señor», cátedra desde la que puede dirigirse con autoridad a todas las comunidades cristianas. 

Pablo nos recomienda lo fundamental de nuestra vida cristiana: la caridad con todas sus características: humildad, amabilidad, compresión y mutua ayuda; y desemboca en algo muy especial: la unidad.  Esta unidad viene del único y mismo Espíritu de Dios, que al identificarnos con Cristo hace de nosotros con El un solo cuerpo, una unidad que basada y movida por la unidad de Dios, desemboca finalmente en esa mima unidad.

«Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos».

Lc 12, 54-59

Oímos cómo Jesús reprocha a sus oyentes, que saben interpretar los signos meteorológicos: las nubes, el viento y sacan consecuencias prácticas, y no saben interpretar los «signos de los tiempos» ni sacan consecuencias prácticas de ellos.

La Iglesia es la comunidad de Cristo, su signo principal, la encargada de prolongar, enviar y vivir su mensaje en todos los tiempos; por esto, la Iglesia en general, cada Iglesia en particular, cada comunidad celebrativa, cada cristiano debe luchar por tener siempre una doble fidelidad al mensaje del Evangelio transmitido a lo largo de los siglos y al pueblo al que va dirigido ese mensaje.  No ser fiel al pueblo sería no ser fiel al Evangelio, pues éste no encontraría su receptor; igualmente, ser infiel al Evangelio sería no ser fiel al pueblo que necesita de esa salvación.

Un documento del Concilio Vaticano II llamado «Gaudium et spes»,  dice: «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a las perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura…» (N° 4).

Escuchemos la Palabra y hagámosla verdad y vida con la fuerza del Señor.

Viernes de la XXIX Semana Ordinaria

Lc 12,54-59

Qué fácil resulta interpretar los fenómenos naturales, las señales del tiempo. Qué difícil interpretar los signos de los tiempos. Son tantos y tan variados, por no decir contradictorios… Los signos de los tiempos en que vivimos nos desconciertan. No sabemos a qué atenernos, hacia dónde dirigirnos. Se habla de la “mediocracia”, del gobierno de los mediocres que marcan la pauta de sociedades, instituciones, comunidades sociales y religiosas.

Estamos instalados en el tiempo de la mediocridad y pobre de aquel que tenga atisbos de creatividad, de genialidad o de honradez y bondad…

¿Por qué no juzgas por ti mismo lo que es justo…? dice Jesús en este texto. Dice bien “por ti mismo”, no esperando que el periodista de turno, el político encaramado, los tertulianos televisivos vociferantes, aporten algo de luz y verdad. Tener juicio ponderativo, valorativo, no está bien visto, corres el riesgo de la marginación. La mediocridad del rebaño se impone. Por eso Jesús invita a llegar a un acuerdo con el enemigo mientras se va de camino antes de llegar al juez; cultivar el diálogo donde ambas partes llegan a acordar (con el corazón y la mente lúcidas), la mejor manera de solucionar los conflictos. Por eso proliferan tantos manuales de gestión de resolución de conflictos.

A veces nos enrocamos en nuestras posturas. A veces tenemos razón o razones que al otro no convencen, exponerlas con sabiduría paciente, puede llevar a buen término. Ello no significa sumisión o cesión de todo para que el otro quede por encima. No. Es enriquecimiento mutuo y sabiduría temporal. Debemos evitar el miedo que la mediocridad produce. Si claudicas, ya estás condenado. El mundo es de los osados, sabiendo que la genialidad o la aceptación de compromisos es peligroso. Pero, ¿qué no lo es en cristiano? Jesús lo sabía, pagó por ello y no se arredró.

Viernes de la XXIX Semana Ordinaria

Lc 12, 54-59

¿Cómo no querer dialogar, en todas nuestras circunstancias, con Jesús, nuestro Maestro y Señor? Tenemos que reconocer que algunas veces no acabamos de entender sus palabras. Por ejemplo, lo que nos dice en el evangelio de hoy. Parece que nos echa en cara que sabiendo interpretar bien el aspecto de la tierra y del cielo, y hoy mejor que nunca gracias a los meteorólogos que nos brindan sus enseñanzas en la radio, en la televisión… “no sabéis interpretar el tiempo presente”. “¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?”.

En cuanto a nuestra conducta personal, lo que debemos hacer, creo que nos resulta normalmente fácil saberlo siguiendo el evangelio. La cosa se oscurece para saber cómo predicar el evangelio en esta sociedad cada vez más descristianizada, cómo dirigirnos a muchos de esos hombres y mujeres que, al menos, de entrada dicen no necesitar la buena noticia de Jesús, ni de Dios. En más de una ocasión, no sabemos cómo adentrarnos en los ambientes descristianizados para ofrecerles a Jesús y su evangelio.

Como tenemos confianza con Jesús, nos podemos dirigir a Él, con ánimo orante y suplicante, y pedirle que nos envíe su luz y su fuerza para cumplir con nuestra misión de evangelizadores en el siglo XXI.