
Rm 7,18-25
Este capítulo de san Pablo a los Romanos nos hace caer en cuenta de una realidad de la que quizás poco somos conscientes, y esto es de la fuerza que opera dentro de nosotros y que nos arrastra a obrar de manera incorrecta.
Esta es la fuerza del pecado. Pero no es solo esto, sino que el apóstol nos hace ver que la naturaleza humana no tiene fuerza para impedir su acción, pues la fuerza del pecado es mucho, pero mucho más poderosa que las fuerzas humanas.
Piensa simplemente cuantas veces te has propuesto dejar tal o cual pecado, tal o cual vicio, tal o cual acción que sabes que no agrada a Dios o que destruye tu vida o la de tus hermanos, y fíjate cuantas veces lo has logrado. Todo esto lleva a concluir al apóstol que solo con la ayuda de la gracia podemos vencerla. No son nuestros buenos propósitos los que nos dan la victoria sino el poder de Dios actuando en nosotros, por medio de la resurrección de Cristo.
Por ello mientras que el hombre no se decide a iniciar una vida formal de oración y penitencia que permita que la gracia se desarrolle, todos sus intentos por salir del pecado serán prácticamente inútiles. Solo la gracia es efectiva contra el veneno del pecado.
Si verdaderamente quieres salir de tu pecado, si quieres que florezca en ti la vida, conviértete en un hombre o en una mujer de oración. Dale oportunidad a Dios de luchar tus batallas… Él es el único que las puede ganar.
Lc 12,54-59
Es increíble hasta dónde puede llegar la ceguera del hombre. Para la gente que vivió en el tiempo de Jesús no eran suficientes todos los signos… los milagros, las cientos de curaciones que hizo, etc.
¿Y qué decir de nosotros? Somos muy inteligentes para conocer hasta los más recónditos misterios de la ciencia, pero muchas veces nos pasa desapercibido el Dios del amor que día a día nos da muestras de su presencia entre nosotros y nos invita a vivir en Él.
Hoy se habla mucho de visiones, de catástrofes, de violencia, etc. Es cierto, estos son «signos de los tiempos»; por lo tanto palabra de Dios. Es una palabra que nos hace ver que el pecado solo lleva a la destrucción, que la fe verdadera es creer como creyó Abraham, como creyó María: En la oscuridad.
Debemos pues estar atentos: Dios nos habla… su palabra es, ha sido y será siempre: «Yo te amo».

