Viernes de la XXXII Semana Ordinaria

Sab. 13, 1-9

Siempre los hombres, los de todos los siglos, se hicieron la pregunta sobre Dios, ya que es ésta la cuestión más importante de la vida humana.

Pero las respuestas a esta cuestión no siempre, ni mucho menos, fueron satisfactorias. A menudo ha sido Dios la imagen reflectora de los deseos humanos; muchas veces las respuestas fueron simplemente el producto de reflexiones filosóficas.

En el siglo I antes de Cristo, el Libro de los Proverbios afirma: «Los hombres eran necios por naturaleza al faltarles el conocimiento de Dios, ya que no hallaban su existencia a través de las realidades visibles y no encontraban al artesano en la contemplación de sus obras».

La Biblia cree, que podemos reconocer a Dios por medio de nuestras capacidades humanas. Nosotros hemos experimentado que la creación nos abre muchas veces un camino hacia Dios y que nuestra perversidad y superficialidad estropean con frecuencia esa creación: a menudo prevalece por el mundo el desamor, la injusticia y el egoísmo.

Parece incomprensible que una persona contemple la maravilla del universo o la grandeza de un solo ser humano y que esté convencida de que en realidad todo ha sucedió sin la intervención de Dios.

Este pasaje es una clara invitación para redescubrir a Dios en todo lo creado.

En nuestro mundo siempre agitado es necesario de vez en cuando detener nuestra carrera y tomarnos unos momentos para contemplar la maravilla que Dios ha creado y en ella descubrir su presencia y su amor.

Cada una de las cosas que Dios creó, son una muestra de su infinito amor por ti.

Lc 17,26-37

En el final de este discurso sobre el fin del mundo, Jesús insiste en el hecho de que será algo inesperado, algo que sucederá de un momento a otro sin que nadie haya sido avisado.

Si esto será así, entonces porque vivir asustados con todos los vaticinios sobre este final.  Nosotros creemos que lo que Dios ha querido decir de manera universal para el hombre está contenido en la Revelación, y en ésta nos dice que nadie, ni siquiera el mismo Jesús en su humanidad, ha querido revelar cuando será.

Imaginemos por un momento que pasaría si efectivamente se supiera cuándo. Mucha gente, viviría una vida de libertinaje y solo se prepararía en la víspera, o al contrario viviría en un continuo pánico. De esta manera el Señor nos invita a vivir siempre preparados.

Quien ama a Jesús, vive siempre preparado, pues para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia.

Viernes de la XXXII Semana Ordinaria

Lc 17, 26-37

Nos hallamos ante un pasaje un tanto oscuro, donde Jesús habla a sus discípulos del “día de la manifestación del Hijo del Hombre”. Pero ayudados de otros pasajes evangélicos, que también tocan este tema, podemos quedarnos con algunas verdades claras.

En tal día se producirá un juicio sobre la humanidad entera, hombres y mujeres. Sabemos lo que va a pasar ese día. Esclarecedora la frase en la que de Jesús vuelve a insistir en este pasaje: “El que pretenda ganarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará”. Por eso, los seguidores de Jesús no hemos de tener miedo a este día, porque hemos intentado en nuestro trayecto terreno hacer caso a Jesús y entregar nuestra vida amando a los demás y no reservándola para nosotros. Ya en esta tierra hemos experimentado el gozo de la entrega, el gozo del amor a los demás. En el día del juicio ese gozo se va a hacer más grande, va a inundar toda nuestra existencia y oiremos a Jesús decirnos: “Venid benditos de mi Padre a tomar posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”, porque entregasteis vuestra vida en la tierra, disteis de comer al hambriento, de beber al sediento.