Heb 10, 32-39
Hoy en día asistimos a una pérdida progresiva del valor de la fidelidad. El consumismo y materialismo en el que muchas veces nos vemos envueltos nos hace con facilidad cambiar de marca, de utensilios, se va creando en nosotros la necesidad del cambio y del utilitarismo, que se reduce a: ya no me sirve, lo cambio o lo tiro: Uno nuevo… pues mejor. Esto afecta todas las áreas de la vida. Con gran tristeza, vemos como muchos de nuestros jóvenes inician el matrimonio con estas ideas destructoras.
En muchos de ellos no está el deseo de que sea para toda la vida… si las cosas no empiezan a caminar como ellos pensaban, inmediatamente surge la separación. Muchos de ellos no están dispuestos a luchar por lo que decían amar. Nada en este mundo que esté relacionado con el amor es fácil… pues el egoísmo, promovido por el demonio y sus aliados lo alimenta y busca continuamente destruir. En la vida de fe sucede lo mismo… muchos quisieran una religión a su manera… que no apriete, que no incomode, en donde no exista el compromiso y la persecución. Nuestra lectura nos invita a ser fieles y a luchar por el amor, por nuestros valores, por nuestra fe y no ser como veletas movidas por el viento del egoísmo y de los intereses del mundo. ¡Animo!, nosotros somos hombres y mujeres de fe… y la fe y el amor finalmente vencerán.
Mc 4, 26-34
Con la parábola del grano de mostaza, Jesús mueve a sus apóstoles a la fe y les hace ver que la predicación del Evangelio se propagará a pesar de todo. Somos también nosotros, como granos de mostaza frente a la tarea que nos encomienda el Señor en medio del mundo. No debemos olvidar la desproporción entre los medios a nuestro alcance y nuestros escasos talentos, frente a la magnitud del apostolado que vamos a realizar; pero tampoco debemos dejar de tener presente que tendremos siempre la ayuda del Señor.
Si confiamos en la ayuda de la gracia sin perder de vista nuestras limitaciones, nos mantendremos siempre firmes y fieles a lo que el Señor espera de cada uno de nosotros. Con el Señor lo podemos todo. No nos deben desanimar los obstáculos del medio que nos rodea. El Señor cuenta con nosotros para transformar el lugar donde se desenvuelve nuestro vivir cotidiano.
No dejemos de llevar a cabo aquello que está en nuestras manos, aunque nos parezca poca cosa -tan poca cosa como unos insignificantes granos de mostaza- porque el Señor mismo hará crecer nuestro empeño, y la oración y el sacrificio que hayamos puesto dará sus frutos. El Reino de Dios, incluye en sí mismo un principio de desarrollo, una fuerza secreta, que lo llevará hasta su total perfección; pero ese desarrollo del Reino, no es algo que deba realizarse prescindiendo de nosotros, sino que somos nosotros los que debemos poner las condiciones necesarias, para que el Reino llegue a su total desarrollo en nosotros y en los demás. Habrá muchos fracasos, habrá luchas, pero el crecimiento del reino de Dios, tiene el éxito asegurado. Por eso hoy vamos a pedirle al Señor, que pongamos nuestro esfuerzo, pequeño, insignificante, al servicio de su Reino. Sólo siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo, y siguiendo sus inspiraciones, el Señor podrá ir haciendo de cada uno de nosotros el fermento para que en el mundo pueda implantarse su Reino.