Lunes de la II Semana de Cuaresma

Lc 6, 36-38

El pasaje del Evangelio de Lucas de la liturgia de este lunes de cuaresma es una invitación expresa a amar a los demás como Dios nos ama.  En la primera lectura, del profeta Daniel, nos encontrábamos orando, con la Escritura, y descubriendo un Dios que es compasivo y perdona. ¿Necesitamos el perdón de Dios, somos lo suficientemente valientes para desnudar nuestra alma totalmente ante El, y vivir la experiencia de su misericordia? Todos tenemos culpas que nos abruman, infidelidades y traiciones que nos avergüenzan,…todos tenemos que aprender a perdonarnos tantas cosas… Y es mucho más fácil llegar a ese perdón, desde el perdón que nos llega con el Amor de Dios.

Necesitamos la experiencia de la misericordia con nosotros, para darnos cuenta de lo que implica ser misericordiosos con los demás. Y este es el reto que nos plantea Jesús en este discurso que sigue a las Bienaventuranzas.  Nuestro amor puede ser pequeño, egoísta y mezquino. Hemos de amar con el amor con que Dios nos ama, el generoso y compasivo, el que no tiene medida, no juzga y perdona siempre. 

Nos da miedo amar así, a fondo perdido. No es más que volcar la misericordia que yo recibo, en los demás. Es reconocer que ese amor de Dios para mí, también es para todos. Así es el amor del Padre, y el que nos pide a sus hijos.  Es el amor que libera, perdona, hace bien.  Es el amor que arriesga y se entrega. Merece la pena, en esta cuaresma, revisar cómo es mi amor, qué calibre de generosidad y capacidad de perdón tiene.

Este año celebramos el VIII centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán. En la descripción de él que hace Jordán de Sajonia, destacamos estas palabras: “Daba cabida a todos los hombres en su abismo de caridad; como amaba a todos, de todos era amado. Hacía suyo el lema de alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran. Inundado como estaba de piedad, se prodigaba en atención al prójimo y en compasión hacia los necesitados”.

En el abismo de su caridad, daba cabida a todos… Vivamos así nosotros también.

Sábado de la I Semana de Cuaresma

Mt 5, 43-48

El motivo que Cristo alega para exigir este amor al enemigo es doble:

-Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos. La bondad de Dios es esencial a Dios y se desborda, benéfica, sobre todos los hombres, buenos y malos.

No priva a éstos ni del beneficio del sol ni de la lluvia, la lluvia por su valor incalculable en la seca tierra oriental.

Cuando los hombres en lugar de odiar a sus enemigos, los aman, imitan y participan de esta bondad indistinta y universal del Padre, se establece así una nueva y especial relación con Él.

Esteban, mientras recibía una furiosa lluvia de piedras, oró por sus enemigos, los perdonó como Jesús en la Cruz, y tiene como compañero en el cielo al joven Saulo, que aprobaba su ejecución.

Lo que nos enseña Jesús, su gran lección a los cristianos es que debemos imitar la forma de proceder del Padre, es nuestra norma de vida.

Por eso Jesús nos pregunta qué hacemos de más, cuando solo queremos a los que nos quieren, a los del grupo, a los que compartimos simpatías y gustos.

Amar a los otros marcados como los publicanos y gentiles debe ser motivado por este amor a Dios a quien hay que imitar en la anchura del mismo.

Viernes de la I Semana de Cuaresma

Mt 5, 20-26

Jesús juega también con las antítesis: “Habéis oído que a vuestros padres se os dijo… Pero yo os digo…” Habla con autoridad. Los demás son el cedazo (utensilio para cribar el trigo y separarlo de la paja), que Dios pone ante nosotros para clarificar nuestro actuar.  

No se puede decir más alto y claro sobre la forma en que hay que vivir el seguimiento de Jesús cuando se trata de actuar con el hermano. Ninguna componenda hay en Jesús, quien desarrolla desde distintos ángulos el primero y el segundo de sus mandatos en los que se resume toda la Ley y los Profetas. La actuación con los demás es la verificación del amor, de la caridad, del servicio, de la entrega. Los demás son el tamiz de nuestra fe y espiritualidad. Ante los demás se acaban las grandilocuencias y palabrerías teológicas, sociales, políticas o cualquier soflama que quiera cambiar el mundo, nuestro mundo personal. Obras son amores y no buenas razones, decimos.

Sta. Teresa de Jesús, experta en desgastarse por amor decía que “amor saca amor; porque no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced”. Más claro, el agua.

Jueves de la I Semana de Cuaresma

Mt 7, 7-12

Jesús nos pide a sus seguidores que conjuguemos estos tres verbos: “pedid, buscad y llamad”. Somos fuertes y débiles a la vez. La tentación de desviarnos del camino que Jesús nos indica está siempre ahí. Por eso, hemos de pedirle que no nos deje caer en la tentación de darle la espalda y hacer lo contrario de lo que él nos indica. También tenemos que ser buscadores. Buscadores continuos de Dios, de su voluntad, lo que nos lleva a buscar y encontrar cómo quiere Dios que nos relacionemos con los demás, con el mundo, con nosotros mismos, con Él, porque ahí hallaremos la felicidad que todos deseamos. Vosotros, ante todo, “buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. En esta misma línea, tenemos que llamar.

Acercarnos a la puerta de Jesús, que siempre la tiene entreabierta, y él nos la abrirá de par en par y nos invitará a cenar con él, ofreciendo el alimento de su amor, de su perdón, de su pan, de su vino. Tenemos que vivir uniendo estos tres verbos: “pedid, buscad y llamad”.

Miércoles de la I Semana de Cuaresma

Lc 11,29-32

Las palabras que dirige Jesús a su auditorio son duras. Expresan hartura ante la dureza de corazón de algunos. ¿A quién van dirigidas?

Jesús ha realizado milagros variados; ha hablado con entusiasmo del Reino de Dios, ha dado señales de que su mensaje está asentado en Dios y viene de Dios; ha realizado milagros, y, sin embargo, la reacción de algunos oyentes, los jefes religiosos del pueblo, sigue siendo la sospecha, el rechazo. A esas personas desconfiadas, autosuficientes, van dirigidas esas expresiones chocantes en boca de Jesús.

Para entender mejor el pasaje es bueno recordar algunos momentos que nos narra San Lucas en este capítulo 11. El contexto de esta escena, en concreto, viene precedido de acusaciones que dirigen contra Él. Ante la expulsión de un demonio, se le acusa de hacerlo por virtud del príncipe de los demonios. Es el colmo de la insensatez, de la falta de argumentos. La reacción de Jesús es asegurarles que no habrá esa señal que sus enemigos le exigen con frecuencia para aceptar su mensaje. Solo será la misma de la historia de Jonás para los ninivitas. Y Jonás no hizo otra cosa que predicar la conversión a los ninivitas durante tres días. Ellos se convirtieron.

Hay en la reacción de los jefes una fuerte cerrazón. Prefieren argüir con sinrazones, a dar el paso de aceptar la presencia de Dios en Jesús.

Por eso les reconviene Jesús. Habrán de responder de esa actitud que nada tiene que ver con la reacción de la Reina del Sur que supo ver en Salomón la sabiduría de Dios. O la de los habitantes de Nínive que se convirtieron ante la predicación de Jonás.

Hoy, quizá más que en otros momentos, hay personas religiosamente inquietas, pero no dan el paso de la aceptación de Jesús como Dios. Quieren encontrar argumentos definitivos que destruyan sus dudas e incertidumbres para dar el paso de esa aceptación. La desconfianza escéptica que nos rodea busca razones obviando la realidad de los hechos de Jesús. Pero como afirmaba Giovanni Papini: “De Dios no se puede huir. Si le afirmas, lo amas; si quieres suprimirlo, lo reconoces. Se diga lo que se diga, no se hace sino hablar de Dios. ¿Y de qué otra cosa se podría hablar sino de Dios?”                             

Como creyentes seguidores de Jesús nos toca descubrirlo en el día a día y acogerlo con sencillez y naturalidad. Él nos acompaña, dejémonos influir por ese amor que Él ofrece a todos. Solo creyendo y aceptando su amor puede llegar a nuestra vida la conversión, el cambio de mentalidad, de la que todos estamos tan necesitados.

Vivamos el día con ilusión tratando de responder a su llamada. Cuando aceptamos su palabra y nos dejamos guiar y transformar por ella, la conversión se va haciendo realidad en nuestra vida. Se trata ir dando pasos en esa dirección.

Martes de la I Semana de Cuaresma

Mt. 6, 7-15

Tal vez este pasaje del Evangelio de San Mateo sea uno de los más bellos y más trascendentes para nuestra vida cotidiana. El mismo Cristo nos enseña a hablar con el Padre y sus mismas palabras las repetimos una y otra vez después de 21 siglos ¿Hay herencia más hermosa y perdurable?

Jesús nos aconseja que huyamos de las palabras grandilocuentes, del exceso de verborrea cuando nos dirijamos a Dios y nos enseña una oración que tiene la sencillez del niño que le pide a su padre lo que necesita, que le demuestra su cariño y le solicita su apoyo en los temas realmente importantes: le alaba porque le ama (Santificado sea tu Nombre), le respeta (Hágase tu voluntad) le pide sustento (Danos el pan), le pide perdón de sus faltas (Perdona nuestras ofensas), pide su protección paternal (No nos dejes caer) y finalmente implora su ayuda para los casos desesperados (Líbranos del mal) ¿Existe oración más íntima y completa? Al final Cristo insiste a los Apóstoles en la necesidad de perdonar a los demás si queremos que el Padre nos perdone, digamos que sutilmente nos habla de una misericordia «de ida y vuelta», no podemos presentarnos ante Dios si nuestro corazón guarda rencores, si no hemos sido capaces de perdonar al hermano que nos ha hecho daño ¿con que fuerza podemos pedir perdón al Padre? Recordar la parábola del fariseo que reza en el templo en primera fila contando sus grandezas y buenas obras mientras al fondo, en un rincón, un hombre sencillo no se atreve ni a levantar la cabeza y no deja de pedir perdón: Esa debe ser nuestra actitud, la humildad ante Dios, el dolor por nuestras faltas y el perdón que debemos dar a quienes nos ofenden ¡Si hasta el mismo Cristo imploró el perdón desde la Cruz para sus verdugos!

Acabamos de comenzar la Cuaresma, tiempo fuerte de oración y conversión. Recemos todos los días un «Padre Nuestro con sentido evangélico», desde el fondo de nuestro corazón, como el niño que se refugia entre los brazos de su padre y practiquemos la misericordia, el perdón, con nuestros semejantes. Debemos buscar un momento de recogimiento, de intimidad con nuestro Padre del cielo para abrirle nuestro corazón en la seguridad y confianza de que seremos escuchados.

Lunes de la I Semana de Cuaresma

Mt 25,31-46

Debe haber sido algo maravilloso vivir junto a Jesús.  Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de conocer al Señor personal e íntimamente.  Por supuesto que nosotros deseamos haber vivido con Jesús para ser sus fieles seguidores.

Sin embargo, muchísimos de los hombres y mujeres que vivieron en la época y en los lugares donde estaba Jesús, no lo reconocieron o se negaron a responder a su llamamiento.  Puede ser que ahora también no reconozcamos a Jesús o dejemos de responder a su llamado.  No es necesario desear haber vivido en los tiempos de Jesús, porque ahora El sigue viviendo entre nosotros.  Se halla presente en este mundo, no sólo en la Eucaristía, sino también en las personas con quienes vivimos.  El Señor está entre nosotros.

En el evangelio de hoy, Jesús nos dice que todo lo que hagamos en favor de cualquiera de sus hermanos, lo hacemos en favor de Él.  Advirtamos que no nos dice que es como si se lo hiciéramos a Él, ni que El habrá de considerar lo que hagamos a los demás como hecho a Él.  Lo cierto es que El está viviendo entre nosotros ahora mismo.  Vive con nosotros.  Por eso, lo que hagamos a los demás, se lo hacemos a El mismo.

En la primera lectura se nos ofrecen varios consejos prácticos para nuestro trato con los demás y se resumen en un solo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo».  En el Antiguo Testamento, la palabra «prójimo» significaba un compatriota israelita.  Pero Jesús le dio a ese mandamiento dos dimensiones nuevas: en primer lugar, el término «prójimo» incluye a todos y cada uno de los hombres; en segundo lugar, Jesús sigue viviendo en los demás seres humanos, nuestros «prójimos».

No vale la pena soñar o ilusionarnos sobre lo mucho que amamos a Jesucristo, ni imaginarnos las grandes cosas que podríamos hacer por El.  Hacemos bien buscándolo en la Eucaristía, pero hace falta más.  Lo tenemos alrededor de nosotros, en la gente con la que vivimos y con la que nos encontramos cada día.  Al llegar la hora de nuestro juicio, Jesús querrá saber si lo hemos amado, no sólo por nuestro culto de alabanza y de adoración en la liturgia, sino también por haberlo buscado y servido en las personas que nos rodean.

Sábado después de Ceniza

Lc 5, 27-32

En el comentario del evangelio de san Lucas que hoy meditamos, descubrimos varios signos que nos hablan de conversión.

“Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos”. Sabemos, por otros pasajes de la Escritura (recordemos a Zaqueo), que los publicanos cobraban al pueblo los impuestos determinados por los invasores romanos, por lo que se los consideraba “colaboracionistas”. Además, se ocupaban de cobrar los impuestos al pasar las mercaderías de un pueblo a otro, los que los hacía impuros, con el agravante de que fijaban los cobros según les interesaba. Eran calificados de pecadores.

En los evangelios de Lucas y Marcos, al narrar el mismo episodio, el publicano, recibe el nombre de Leví; en el de Mateo, este escribe su propio nombre. Porque el publicano, al escuchar al Maestro, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió”. Ante la mirada de Jesús, mirada adorable, vivificadora, mirada amorosa y transformadora, Leví se convirtió en seguidor de Dios, en el apóstol Mateo.

La Caridad es una virtud teologal que Dios infunde en nuestra voluntad para que lo amemos sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por amor suyo. La caridad nos transforma la vida, dándonos la prontitud, el ánimo, la generosidad, las fuerzas para realizar la voluntad divina. El amor de caridad nos convierte en los apóstoles que nuestros ambientes y el mundo necesitan.

Otro signo de conversión es la escena en la casa del antiguo publicano. En efecto, Leví, lleno de alegría, ofreció un banquete en honor de Jesús, banquete del que participaban sus amigos, publicanos y pecadores como él. Y con esa participación en la fiesta, Jesús y sus discípulos, escandalizaron nuevamente a los fariseos. “¿Cómo es que coméis con publicanos y pecadores?”.

Qué maravillosa respuesta les da el Señor. ¡Viene a llamarnos a nosotros, a los pecadores para que nos convirtamos, viene a llamarnos a nosotros, los enfermos, para curarnos!  ¡Qué infinita es su misericordia!  Su Amor es incansable. Una y otra vez, nos mira y nos llama: “Sígueme”.

Contemplando esa mirada y escuchando su llamada… ¿cómo le responderemos hoy, en esta Cuaresma que recién se inicia?

Viernes después de Ceniza

Mt 9, 14-15

¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?

Jesús sabe responder con inteligencia y rapidez a las preguntas insidiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan, que aún vivían con mentalidad veterotestamentaria. Les costó cambiar, muchos no lo hicieron. ¿Qué necesidad hay de tales ayunos y tristezas y quebrantos quijotescos mientas Él, Jesús, el novio, el amigo, está con ellos en el festín de la vida? Ya habrá tiempo para tomar conciencia de la necesidad de ayuno/oración cuando Él no esté físicamente con ellos. Ya llegará el momento de la persecución y de las estrecheces y cárceles por causa de su nombre; pero de momento… disfrute de la amistad.

En tiempos de Jesús el ayuno/privación estaba centrado en la comida, escasa en general. Había que privarse de pequeñas cosas o caprichos (pocos tendrían) comestibles para educar la voluntad y ofrecer su esfuerzo al Señor como símbolo de agrado, pero a sabiendas de que el ayudo que pedía el Señor -Jesús lo recuerda a menudo- es lo que ya desde el profeta Isaías se les venía diciendo: Todo aquello que supusiera una relación más sincera, justa, pacífica y cordial con los demás. El ayuno exterior podría degenerar en el mero aparentar y figureo farisaico.

El dominico fray Luis de Granada nos dice: “Así como las embarcaciones que llevan menores cargas navegan con mayor velocidad, y las que van muy cargadas avanzan con mayor peligro. Así las almas despojadas con el ayuno están más ligeras para navegar por el mar de esta vida y para levantar los ojos al cielo y despreciar desde allí- como sombra- todas las cosas presentes”.

¿Cuáles serían en la actualidad nuestros “ayunos” necesarios…? Ayunar de tanto móvil y whatsaapp; ayunar de tantas horas de televisión; ayunar de tantas dependencias tecnológicas; ayunar de esas obsesiones por el correo electrónico, por la avidez de noticas repetitivas fraudulentas; ayunar de tantos encuentros baladíes; ayunar de pequeños caprichos como si nos fuera la vida en ello; ayunar de gastos superfluos y de la adquisición de cosas innecesarias…

No ayunar de generosidad con los demás, no ayunar de ratos dedicados a la oración o lectura meditativa, no ayunar de visitar a alguien que vive en soledad; no ayunar de compartir bienes y limosnas en silencio que ayuden a otros; no ayunar de una cara más alegre y unas actitudes más esperanzadas y optimistas; no ayunar de buscar momentos de silencio y paz que redundará en beneficio de los más cercanos; no ayunar en los deseos de búsqueda y encuentro con Dios; no ayunar del pan de la Eucaristía…

Así la cuaresma recién iniciada tendrá sentido pleno de preparación a la Pascua cambio en nuestro corazón que se manifieste en nuestra relación con el hermano.

Jueves después de Ceniza

Lc 9, 22-25

Iniciando la cuaresma, los textos litúrgicos nos presentan a Jesús anunciando su trayectoria: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumo sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y así fue en verdad. Jesús traía un mensaje para toda la humanidad, el mensaje del amor, de la entrega, el mensaje de ser hijos del mismo Dios. Pero este mensaje no fue aceptado por las autoridades religiosas de su tiempo. Le pidieron que se callase, pero Jesús no se calló. Siguió predicando su mensaje de amor hasta el final. Y fue ejecutado. Pero su final no fue la muerte en la cruz, sino que su Padre le resucitó al tercer día. Su vida de amor venció a la muerte. 

Jesús nos pide: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con la cruz de cada día y se venga conmigo”. Hay que aclarar que la cruz con la que nos pide que carguemos es su misma cruz, es decir, la cruz del amor, la cruz del “amaos unos a otros como yo os he amado”. El que vive como Jesús, el que pierda y entregue su vida por su causa, la salvará, se encontrará con la resurrección a una vida de total felicidad.