Miércoles de la III Semana de Cuaresma

Mateo 5, 17-19

El tema de ambas lecturas de hoy es la Ley (Dt 4,1ss y Mt 5,17-19). La Ley que Dios da a su pueblo. La Ley que el Señor quiso darnos y que Jesús quiso llevarla hasta la máxima perfección. Pero hay una cosa que llama la atención: el modo en que Dios da la Ley. Dice Moisés: «Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?». El Señor da la Ley a su pueblo con una actitud de cercanía. No son prescripciones de un gobernante, que puede estar lejano, o de un dictador… No: es la cercanía; y sabemos por revelación que es una cercanía paterna, de padre que acompaña a su pueblo dándole el don de la Ley. El Dios cercano. «Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?».

Nuestro Dios es el Dios de la cercanía, es un Dios cercano, que camina con su pueblo. Esa imagen en el desierto, en el Éxodo, la nube, la columna de fuego para proteger al pueblo: camina con su pueblo. No es un Dios que deja las prescripciones escritas, “y sigue tú”. Hace las prescripciones, las escribe con sus manos en la piedra, las da a Moisés, las entrega a Moisés, pero no deja las prescripciones y se va: camina, está cerca. “¿Qué nación tiene un Dios tan cercano?”. Es la cercanía. El nuestro es un Dios de la cercanía.

La segunda actitud, humana, a la propuesta de esa cercanía de Dios es matar. Matar al hermano. “Yo no soy el guardián de mi hermano”. Dos actitudes que destruyen toda cercanía. El hombre rechaza la cercanía de Dios, quiere ser dueño de sus relaciones y la cercanía siempre lleva consigo alguna debilidad. El “Dios cercano” se hace débil, y cuanto más cercano se hace, más débil parece. Cuando viene a nosotros, a habitar con nosotros, se hace hombre, uno de nosotros: se hace débil y lleva la debilidad hasta la muerte y la muerte más cruel, la muerte de los asesinos, la muerte de los pecadores más grandes. La cercanía humilla a Dios. Él se humilla para estar con nosotros, para caminar con nosotros, para ayudarnos.

El “Dios cercano” nos habla de humildad. No es un “gran Dios”, ahí… No. Es cercano. Es de casa. Y esto lo vemos en Jesús, Dios hecho hombre, cercano hasta la muerte, con sus discípulos: les acompaña, les enseña, les corrige con amor… Pensemos, por ejemplo, en la cercanía de Jesús a los discípulos angustiados de Emaús: estaban afligidos, estaban destruidos y Él se acerca lentamente, para hacerles entender el mensaje de vida, de resurrección.

Nuestros Dios es cercano y nos pide que seamos cercanos, el uno al otro, que no nos alejemos entre nosotros. Y en este momento de crisis por la pandemia que estamos viviendo, esa cercanía nos pide manifestarla más, hacerla ver más. Tal vez no podemos acercarnos físicamente por miedo al contagio, pero sí despertar en nosotros una actitud de cercanía entre nosotros: con la oración, con la ayuda, tantos modos de cercanía. ¿Y por qué debemos ser cercanos el uno al otro? Porque nuestro Dios es cercano, quiso acompañarnos en la vida. Es el Dios de la proximidad. Por eso, no somos personas aisladas: somos próximos, porque la herencia que hemos recibido del Señor es la proximidad, es decir, el gesto de la cercanía.