Jn 20, 2-8
Aún tenemos muy viva, muy presente la imagen de Jesús recién nacido. Lo hemos contemplado como Luz en medio de la oscuridad, como presencia del Emmanuel, que viene a caminar con nosotros, como fuerza salvadora para un pueblo necesitado de justicia.
La fiesta de san Juan nos permite acercarnos más a este niño recién nacido y descubrir nuevos y muy importantes rasgos del que ha puesto su tienda en medio de nosotros.
Juan nos insiste tanto en su carta como en el Evangelio que este niño es la Vida, la Luz y que nos trae la alegría. Su testimonio se basa en lo que ha visto y oído. Sus palabras son una invitación a acercarnos y a palpar también nosotros el amor del recién nacido. Esta Vida se ha hecho visible y nosotros la hemos visto y somos testigos de ella. “Os anunciamos esta Vida que es eterna y estaba con el Padre y se nos ha manifestado” Son las palabras que nos ofrece en su primera carta.
Navidad nos da la oportunidad de participar de esta vida de Dios. El pequeño niño viene a ofrecernos la vida verdadera.
Juan se presenta a sí mismo como el amigo de Jesús y quien compartió toda su vida, sus enseñanzas, su milagro, sin embargo, a pesar de ser una vida y una enseñanza maravillosa, nunca estaría completo este conocimiento, si no se experimenta la resurrección del amigo.
En el evangelio de este día, san Juan nos cuenta el gran paso al contemplar a Cristo resucitado, pues entonces “vio y creyó porque hasta entonces no habían entendido las escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos” Así nos invita hoy a contemplar a Jesús como la verdadera Vida y enlaza su resurrección con el nacimiento. Pero Juan es muy claro en sus cartas pues no se queda en simple contemplación, sino que exige que esta experiencia de Jesús-Vida, se concrete en un amor eficiente y concreto hacia los hermanos. Si no seremos mentirosos y no podrán creer que amamos a Jesús.
Así Navidad se transforma en una vida que se experimenta, se goza y se transmite.