Lunes de la I Semana del Tiempo Ordinario

Mc 1, 14-20

Una de las actitudes que han hecho que el cristianismo no haya llegado todavía a todos los corazones como es el deseo de Dios, es la indecisión en el seguimiento del Señor.

Todos estamos muy ocupados con nuestras cosas y nuestros pensamientos. Y la verdad que lo que hacemos es importante, sin embargo cuando el Señor nos llama no hay lugar para las demoras, ni para las excusas. Y este llamado no es solo al seguimiento apostólico, como sería el caso de los sacerdotes o religiosos o religiosas, es un llamado general para vivir con «prontitud» el mensaje del Evangelio: ¡Ven y sígueme! Será el mismo llamado para todos, apóstoles y seglares.

A la voz del Maestro hay que dejarlo todo y ponerse en camino con él. Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron «de inmediato» lo que estaban haciendo: Nosotros ¿cuándo?

En este pasaje podemos comprobar como Jesús pasa a nuestro lado y nos llama. Cristo se presenta a nosotros en las actividades diarias, cuando menos lo esperamos, ya sea en la oficina, ya sea en las labores de casa. Él nos ve y nos llama.

El seguimiento a este llamado requiere dejar las cosas de lado y seguirle a Él totalmente. Con esto no quiero decir que haya que dejar de trabajar en ese momento o salir del trabajo para estar con Él (aunque si fuera posible sería maravilloso, como quien atiende a su mejor amigo recibiéndole en casa y no sólo llamando por teléfono). Jesús nos llama sin importarle lo que somos o cómo somos.

No le importa si somos un banquero, un albañil, un ama de casa, un pecador o un santo. Eso sí, una vez que le hemos respondido se nos pide dejarlo todo y seguirlo. Escogió a pescadores y a publicanos. Y no fueran los más inteligentes o capaces de su tiempo. Dios escoge a quien quiere. No hay motivos para tener miedo a fallarle, a no ser del todo fieles a Cristo en nuestro trabajo. Los apóstoles también le dejaron pero sin embargo tuvieron el valor de levantarse.

El Santo Padre Juan Pablo II ya lo dijo al inicio de su pontificado, “no tengan miedo, abran las puertas a Cristo”. Hagámoslo porque para Dios nada es imposible.