Lunes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 17, 22-27

Hoy hemos escuchado el segundo anuncio de la Pasión del Señor.  La presentación de su camino; la Pascua es algo que inquieta, escandaliza que es objeto de rechazo.  La traición, los sufrimientos, la muerte son cosas que afectan radicalmente nuestra sensibilidad.  Aquí Jesús los presenta como expresión de obediencia y amor.  El anuncio de la resurrección y de la gloria como resultado de esos dolores, no es comprendido.  El camino pascual del Señor: «se entregó hasta la muerte y muerte de cruz; por eso le dio un nombre sobre todo nombre» es también nuestro propio camino.

En ocasiones se ha presentado a Jesús como un revolucionario que ataca y destruye el orden antiguo.  Los evangelios, en cambio, nos lo presentan como un fiel observante de las prescripciones y ritos antiguos.

Los fieles israelitas debían pagar cada año dos dracmas para el Templo y su culto.  Aunque Jesús, como El lo explica, no estaba obligado a ello, lo cumplió «para no dar motivo de escándalo».  Es de notar la importancia de la figura de Pedro: a él se dirigieron los cobradores del impuesto y él responde en nombre de Jesús.  Con la moneda maravillosamente encontrada pagará su deuda junto con la de Cristo.

Que la fuerza del don del Señor nos ayude a seguirlo siempre en su itinerario pascual.

La Transfiguración del Señor

Lc 9, 28b-36

En días pasados, pedí a niños muy pequeños de una comunidad que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas. Algunos de ellos son tan pequeñitos que casi no tienen costumbre de usar los colores y para quienes las primeras veces es difícil combinar los colores. Así uno de ellos, tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar el rostro de Jesús. Cuando terminó era imposible reconocer el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos. Él lo hacía en su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo.

Yo me quedé pensando como nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras ambiciones y egoísmos lo cubrimos con nuestros propios colores a nuestro capricho.

La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos, que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente.

Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en el rostro de todos y cada uno de los hermanos.

Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos, en fin miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro de Jesús.

La manifestación de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en esos rostros deformados.

El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas, nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia. Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento: “Éste es mi Hijo, mi escogido, escuchadlo”, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.

Viernes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 16, 24-28

Jesús puso dos condiciones para seguirlo; negarse a sí mismo y tomar la cruz.

Seguro que a muchos que oyeron a Jesús por primera vez las palabras del evangelio de hoy: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”, les parecieron duras y que era mejor no seguirle, si lo único que nos propone son cruces, renuncias, sufrimientos… Pero no es así, y claro que merece la pena seguir a Jesús.

Para un cristiano todo empieza cuando se encuentra con Jesús y le descubre como un verdadero tesoro. Un tesoro que es capaz de llenar el corazón humano con lo que más anhela: amor, luz, sentido, esperanza, emoción… Las renuncias y las cruces para un cristiano vienen por rechazar todo lo que no nos deje seguir a Jesús y continuar gozando de la vida y vida en abundancia que él nos regala. Se sale ganando siguiendo a Jesús.

“Negarse a sí mismo” es lo contrario de “negar a Cristo”. Quien niega a Cristo no entrega la vida, quien sigue a Cristo entrega la vida y llena su corazón de amor y de profunda alegría.

Jueves de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario (Par)

Mt 16, 13-23

Una pregunta que inquieta: ¿ustedes quién dicen que soy yo? Nuestras excusas y disculpas para no enfrentarnos a estar apremiante pregunta, siempre serán los otros y la coherencia entre lo que dicen y lo que hacen.

Acusaremos a la iglesia de ser intransigente con los demás y ocultar sus propios errores, diremos que Cristo jamás se hubiese imaginado una iglesia como las que actualmente se disputan su personalidad, o miraremos como mucha gente viven sin tener en cuenta la presencia de Jesús. Pero son pretextos.

¿Qué significa Cristo para mí? No puedo ocultarme tras los fallos o los triunfos de los otros. Tendré que responder personalmente a este encuentro que Jesús quiere tener conmigo, y ahí estará la capacidad del cristiano para responder con alegría y con coherencia ésta pregunta. No es alguien extraño quien nos la hace, es alguien ante el que no podemos pasar indiferentes. Es el mismo Jesús quién habiendo dado su amor pleno, espera respuesta de nosotros.

Las promesas de la edificación de una iglesia y de superar las adversidades que se afrontarán, están condicionadas por la respuesta clara que demos a Jesús.

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. No es una definición dogmática la que ofrece Pedro, es la confesión de un corazón que va descubriendo, a veces con dolor, con tropiezos, la figura de Jesús tan cercana. Habrá tenido que dejar muchas imágenes equivocadas que tenía sobre el Mesías, pero ahí está Pedro respondiendo con una confesión que le brota del corazón. Lo mismo que hoy tenemos que hacer nosotros.

Miércoles de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario (Par)

Mt 15, 21-28

A pesar de la intensión de Jesús de pasar de largo, porque entiende que su misión es sólo ir a las ovejas descarriadas de Israel, sus discípulos insistieron en que atendiera a la mujer cananea porque andaba gritando: Hijo de David, ten compasión de mí. Jesús la reprende por dar la comida de los hijos a los perros. Pero, en un segundo momento, reconoce la grandeza de su fe.

En no pocas ocasiones elegimos mal, y entendemos mal nuestra relación con los hijos. No sólo basta con darles de comer, cubrir sus necesidades (que muchas veces no lo son), educarlos; también hay que estar presente en cada uno de los acontecimientos importantes de su vida.

Educar significa estar presente, encaminar, desarrollar las facultades intelectuales y morales por medio de normas que ayuden al crecimiento. Se necesitan establecer límites adecuados y oportunos para que nuestros hijos no se conviertan en pequeños dictadores. Un no a tiempo supone un aprendizaje para levantarse ante los fracasos futuros. Sin embargo, ante todo, educar es creer a quien se educa: en sus esfuerzos, en su capacidad de superación.

A veces recurrimos al chantaje emocional para que nuestros hijos nos obedezcan, y otras veces, los dejamos abandonados a su suerte, creyendo que estaremos presentes y apoyando cuando caiga.

Sin embargo, hay ocasiones que atendemos mejor a nuestras mascotas que a nuestros hijos. De ahí la reprimenda de Jesús a la mujer cananea.

Es cierto, que a veces los hijos se niegan a aceptar el cariño y el sacrificio de sus padres cuando crecen. La vergüenza que crece en ellos por depender de sus padres se convierte en un estado de rechazo y animadversión donde crece la rebeldía. Pero no por ello, debemos de perder la esperanza y la fe. Sólo son etapas de crisis por las que hay que pasar, para encontrarnos nuevamente en un estado de serenidad y armonía.

Pidamos por las familias cristianas, para que sigan siendo forjadores de valores para nuestros jóvenes, para que encuentren al Dios de la vida y su esperanza no decaiga.

Martes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 14, 22-36

Jesús aparece ante nosotros hoy como Señor de los elementos materiales, tranquilizador de nuestros temores. Pero nos enseña también la condición fundamental que exige de parte nuestra: la fe. 

En el Evangelio de hoy hay muchas enseñanzas para nuestra vida.  En un primer momento encontramos a Jesús haciendo oración; lo repite tanto el evangelio que nos parece algo natural, pero es que así debería ser nuestra oración, constante hasta para ser natural en todo momento y cada día busquemos hacer oración, vivir en la presencia de Dios Padre. 

Pero mientras Jesús hacer oración, los discípulos se embarcan solos y tienen que enfrentarse a las adversidades que la naturaleza les presenta.  ¿Por qué se han marchado a navegar sin Jesús? El mismo Jesús les había pedido que subieran a la barca, pero su soledad hace que la tormenta les cause miedo y sientan que el viento era contrario y entonces cuando parece ir todo en contra, cuando las olas sacuden la barca, se presenta Jesús.

La reacción de los discípulos en lugar de ser de alegría es de temor, pues creen ver un fantasma.

¿Cuantas veces nos sucede esto, cuantas veces ante la adversidad la presencia de Jesús la sentimos como una amenaza?  Y nos llenamos de ira porque no lo descubrimos claramente. 

Sin embargo, Jesús en esos momentos, navega con nosotros, no nos deja solos, nos dice también a nosotros: “tranquilizaos y no temáis, soy yo”  Son palabras para nosotros.  Necesitamos escucharlas con atención, necesitamos sentir esa presencia de Jesús y poner en paz nuestro corazón.

Si estamos en la enfermedad, si las horas de las dificultades nos azotan, si percibimos el miedo, Cristo se acerca a nosotros y nos dice que no temamos y es Él el que navega con nosotros.

A nosotros nos puede pasar igual que a Pedro y pedir señales prodigiosas que nada tienen con las necesidades.  Cristo está para darnos confianza, con su palabra nos toma de la mano y calma la tempestad y podemos continuar con su presencia, seguros nuestra travesía por la vida.

Lunes de la XVIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 14, 13-21

Este relato del evangelio está lleno de enseñanzas, sin embargo valdría hoy la pena reflexionar en lo que quizás encontramos al centro de éste, que es: «compartir».

Es interesante cómo los apóstoles dicen: «Lo único que tenemos son cinco panes y dos pescados»… y quizás se podría agregar: «Pero estos son para que nosotros comamos». Jesús nos enseña que es precisamente en el compartir en dónde se puede experimentar la multiplicación.

En un mundo que vive cerrado sobre sí mismo, siempre ávido de atesorar, que importante es el poder experimentar que en el compartir está la felicidad y la paz del corazón. Es la experiencia que libera profundamente al hombre y lo hace ser auténtico ciudadano del Reino. Es precisamente cuando compartimos, cuando somos capaces de romper nuestro egoísmo, y compartir con los demás los dones (materiales y espirituales), cuando podemos decir con verdad: soy libre.

Las cosas tienden a sujetarnos y llegan hasta hacernos esclavos de ellas. El Ejercicio de compartir nos asegura que la redención de Cristo ha sido operada en nosotros. Contrariamente a lo que se podría pensar, la única forma de ser verdaderamente rico… es compartiendo y compartiéndonos. No dejes pasar este día sin tener esta magnífica experiencia de compartir.

Sábado de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Am 9, 11-15; Mateo 9, 14-17

Días difíciles para el pueblo de Israel. Tanto el reino del norte como en del sur se han alejado de Dios y Dios suscita un profeta que descubra y saque de la sombra los pecados del pueblo y de sus reyes.

El profeta elegido, Amós, profetiza en nombre de Dios. No está contento con la misión que ha recibido y llegará a oponerse a ser conocido como profeta del Altísimo. “No soy profeta, ni hijo de profeta; solo soy un pastor, cultivador de higos”. Así se define a sí mismo.

Pero tiene que llevar a cabo la misión recibida de Dios y profetizar destrucción y muerte, hasta el final del último capítulo. Dios no perdona que se abuse de los pobres, que los ricos se apoderen hasta del vestido del pobre; que mientras unos se pierden en banquetes y comilonas otra parte del pueblo pasa hambre. Dios, nos dice Amós, no puede soportarlo y destruirá al pueblo idólatra y traidor que maltrata al pobre, pero salvará a una pequeña parte y llegará un día en que levantará la tienda derribada de David, restaurará las ruinas y, después de rescatar a los dispersos por las naciones, volverá a producir frutos la tierra y nunca más serán arrancados del campo que regala. Siempre la misericordia de Dios aparece guardando al hombre a la sombra, al abrigo, de sus alas.

¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y los tuyos no?

Es la eterna paradoja del ser humano. Este suceso podría darse sin ningún problema entre nosotros, aquí y ahora. Nos sentimos perfectos, porque seguimos los preceptos legales al pie de la letra y con eso nos creemos autorizados a juzgar las actuaciones de nuestros vecinos, nuestros paisanos o, yendo más lejos, de cualquiera que por un medio o por otro llega a nuestro conocimiento.

El que nos consideremos buenos, o al menos mejores que los demás, nos está colocando a las puertas de la intolerancia. En alguna ocasión, asistiendo a la misa dominical, he oído que alguna persona criticaba que otra fuera a comulgar porque “todos sabemos cómo vive”. Nos erigimos en jueces, jurados y verdugos ejecutores, tal vez sin darnos cuenta de que el primer paso para poder recibir al Señor no es estar recién confesado, sino saber, sentir, que somos indignos de recibir al Señor, que se entrega como comida para nosotros precisamente para curar nuestra indignidad.

Es el amor al vecino lo que importa para poder acercarte a recibir el sacramento. Es saberse necesitado de misericordia, querer recibirla y ser, al mismo tiempo, capaz de darla. Dios está con nosotros, con cada uno y con todos.

Todos somos odres viejos que debemos reciclarnos constantemente y hacernos nuevos para poder recibir y conservar el vino nuevo. Tenemos que ser igualmente, paño remojado que pueda tapar el roto del manto y evite hacerlo más grande.

Dios está con nosotros, está a nuestro lado y, mientras permanezca con nosotros, no podemos entristecernos con ayunos y penitencias. Día llegará en el que sintamos que nos hemos apartado de Dios y entonces necesitaremos ayunar y hacer penitencia hasta sentirnos nuevamente acogidos por Él. Siempre teniendo en cuenta que el amor de Dios está con nosotros, aunque nos queramos apartar de Él.

Vivamos el amor de Dios y de Dios recibiremos la lluvia que nos hará dar buenos y abundantes frutos, como hemos cantando en el Salmo 84, y no demos tanta importancia a sacrificios, a ritos, a cultos, porque Dios quiere misericordia, no sacrificios ni holocaustos.

Viernes de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9, 9-13

Si el evangelio no ha penetrado los medios más difíciles de nuestra sociedad, pudiera ser porque en muchos hermanos aún permanece la conciencia farisaica de no juntarse con los pecadores, con aquellos a los que, por sus múltiples pecados, no son dignos de Dios.

Este pasaje, y en general todo el Evangelio, nos muestra que precisamente éstos son el objeto de la evangelización. Ciertamente que no es fácil esta tarea pues exige departe del evangelizador una conciencia pura y una espiritualidad centrada en Dios, de tal manera que pueda ser luz en las tinieblas.

De otra manera las tinieblas pueden opacar, e incluso, apagar su Luz. Por otro lado, Jesús, nos invita a recibir con gran amor y misericordia a aquellos que a pesar de sus limitaciones en la conversión, están buscando llevar una mejor relación con Dios.

Recordemos que la conversión es un proceso y un camino; hay algunos hermanos que van más adelante y otros más atrás. Recuerda que si tú eres de los que vas adelante no eres mejor que el que va atrás, y que con la medida (misericordia) que midas, con esa misma serás medido. Abre tu corazón a los pobres, a los pecadores, de la misma manera que a los que están buscando amar más a Dios, pero que se debaten aun en el pecado.