1 Jn 5, 5-13
La frase que escuchamos: «Tres son los que dan testimonio, el Espíritu, el agua y la sangre», ¿cómo podríamos entenderla?
Sólo podemos ser testigos de Cristo con el testimonio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es testigo no sólo desde fuera, sino actuando dinámicamente desde nuestro interior. Él es guía, fuerza, compañía, transformación, identificación, simplemente vida.
El ministerio público de Cristo va de su bautismo a su muerte. Nuestra vida cristiana va del bautismo a la Eucaristía, siempre renovada.
Del costado abierto de Cristo manó, como lo atestigua el evangelista, sangre y agua.
El agua es también símbolo del Espíritu. Cristo clamó: «El que tenga sed que venga a mí y beba. Como dice la Escritura: ‘Del corazón del que cree en mí brotará ríos de agua que da la vida’ «, y anota el Evangelio: «Al decir esto, se refería al Espíritu Santo». Se habla de beber del Espíritu, derramar en nosotros el Espíritu, seremos llenos del Espíritu, bautizados en el Espíritu.
El agua es muerte y vida, renovación pascual en Cristo.
La sangre es la vida, con ella se sella la alianza primera. En ella se hace perpetúa la Nueva y definitiva Alianza.
Lc 5, 12-16
Este pasaje de la Escritura nos muestra cómo pedir un favor: «Si quieres». Esta es la actitud de aquel que sabe que está hablando con Dios, y que por lo tanto para Él «todo» es posible; pero al mismo tiempo es la actitud de aquel que sabe que Dios no solo es todopoderoso, sino que es la misma sabiduría, por lo que sabe lo que es o no bueno para nosotros.
De esta manera tengo la confianza de pedir todo cuanto quiero (aun lo que pudiera considerar una necedad) pero al mismo tiempo, me pongo en sus manos para que Él me dé lo que sabe que será bueno para mí y para que el Reino de los cielos crezca en el mundo.
Ojalá que tu oración siempre sea: «Señor, si quieres dame lo que te estoy pidiendo, de cualquier manera siempre te amaré igual».