CONMEMORACION DE LOS FIELES DIFUNTOS

El día siguiente a Todos los Santos hacemos memoria de los fieles difuntos. Ayer nos alegrábamos por todos aquellos que ya están en la casa del Padre, hoy la Iglesia nos invita a rezar, a rogar por todos los difuntos para que Dios los purifique y los acoja en su presencia.

Hoy, es, pues, para nosotros un día de recuerdo, de fe en la resurrección, de comunión fraterna con los difuntos, de rezar por ellos y de esperanza en que un día nos encontraremos con ellos de nuevo.

Hoy es día de recuerdo. Es muy bueno que en este día tengamos presentes a nuestros difuntos, que los visitemos en el cementerio, que ofrezcamos la misa por ellos. Pero para un cristiano, recordar a los difuntos incluye a todos los que han muerto, conocidos o no. A todos, los queremos tener presentes hoy. Aunque de una manera más especial recordamos a nuestros familiares y amigos que han dejado esta vida.

Hoy es, también, un día en el cual renovamos nuestra fe en la resurrección del Señor y en la de todos los difuntos. Al morir Cristo en la cruz nos liberó de la muerte, por ello todos los que han muerto con Cristo también resucitarán con Él.

El propio Jesucristo entregó su vida por nosotros en la cruz. Él sufrió como nadie el tormento y el dolor. Si todo se hubiera quedado en la cruz sería nuestra fe un tremendo fracaso, pero Cristo resucitó venciendo la muerte y dando sentido a nuestra vida.

Precisamente porque creemos en la vida más allá de la muerte, hoy es, también, un día de comunión con nuestros difuntos. Tenemos que sentirnos solidarios con todos los difuntos. Nuestra solidaridad con los difuntos no es meramente sentimental, sino que gracias a Jesucristo, los difuntos no han dejado de existir sino que disfrutan de una vida personal más allá de la muerte. Nuestra comunión con ellos es una comunión con unos seres bien reales y no simplemente un recuerdo bonito.

No habremos madurado bien en nuestra fe si creemos que allá en el cementerio siguen estando nuestros seres queridos. Ahí está su recuerdo, pero ellos no están, porque han sido llamados a vivir una Vida en plenitud con Dios.

El día de la Resurrección de Cristo, las mujeres fueron al sepulcro y se encontraron con un ángel que les dijo: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Por eso, nuestros muertos no están en el cementerio, está su recuerdo y es bueno que los recordemos sobre todo cuando muchos de ellos nos han dado tantos ejemplos de bondad y entrega, pero recordemos que ellos están viviendo ya una vida diferente, una vida en plenitud.

Hoy es también un día de esperanza. Sabemos que, después de pasar también nosotros por el paso de la muerte, podremos reencontrarnos con nuestros seres queridos y con la multitud de hermanos que disfrutan ya de la victoria de Jesucristo sobre el mal y sobre la muerte.

Cristo ha sufrido la muerte para abrirnos la puerta de la Vida para siempre. Nuestra esperanza es aún mayor porque sabemos que no sólo nos reencontraremos con nuestros difuntos, sino que también podremos ver el rostro de Jesucristo y podremos disfrutar personalmente del abrazo eterno de Dios Padre en el gozo del Espíritu Santo.

Esta esperanza cristiana nos tiene que hacer ver que la vida no se acaba con la muerte, por ello, tenemos que ser anunciadores de la esperanza de vida eterna que hay en nosotros gracias a la fe en Cristo muerto y resucitado.

Como cristianos tenemos que aceptar la muerte y creer en la vida, porque sabemos que la muerte, desde el día que Jesús murió en la cruz por amor a todos nosotros, por amor a todo el mundo, la muerte es un paso, es la puerta para entrar a vivir eternamente con Dios. No nos olvidemos, pues, que estamos de paso en esta vida, pues nuestro destino es el cielo.

A muchas personas les da miedo la muerte, porque creen que con la muerte se acaba todo. Sólo desde la fe podemos tener esperanza en la vida eterna, porque “en la vida y en la muerte somos del señor”. Dios nos ha creado para la vida, porque Él es el Dios de vivos y quiere que todos los hombres vivan y lleguen un día al cielo.

Un día nuestra hermana muerte llegará y lo importante es que ése día estemos satisfechos de haber hecho lo suficiente, de haber aprovechado los dones y talentos que el Señor nos ha concedido. Se muere como se vive, sin en nuestra vida hay amor, la muerte será un simple paso, una puerta que se abre a una vida sin fin.

Hay que estar preparados para la muerte, no hay que tener temor o miedo, por ello, hemos de vivir el presente sabiendo que la vida en este mundo tiene un final y por eso aprovechemos el presente haciendo el bien y ayudando al prójimo y cumpliendo con Dios.

No olvidemos lo que nos dice el Señor: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mí, no morirá para siempre, sino que tendrá la vida eterna”.

Solemnidad de Todos los Santos

Es un gesto humano y elogiable alegrarse por el éxito de los demás y celebrarlo. Esto es lo que hacemos cuando un deportista o nuestro equipo favorito ha conseguido una victoria. Entonces salimos a la calle aclamándolos y hacemos fiesta para celebrar esa victoria, porque nos sentimos solidarios con los éxitos y los fracasos de los demás.

Esto es lo que celebramos hoy, festividad de Todos los Santos. Recordamos con alegría a los que han conseguido el éxito definitivo. Los Santos que hoy celebramos son personas de nuestra familia, de nuestro pueblo; gente del mundo entero, personas como nosotros, que con esfuerzo, amor y fe, consiguieron alcanzar el cielo.

Estas personas han vivido y han hecho realidad el proyecto de vida que Dios tiene para cada uno de nosotros. No fueron personas privilegiadas ni les resultó fácil seguir y hacer la voluntad de Dios día a día, ya que tuvieron que superar muchos obstáculos que se cruzaban en su camino. Pero tenían un reto diario: hacer el bien y no dejarse tentar por el mal ni por las trampas de este mundo. Gracias a esta fidelidad a Dios, al terminar sus vidas han recibido su recompensa: estar para siempre con Dios.

Hoy celebramos, pues, a esa multitud de hermanos nuestros que participan ya de la felicidad de Dios, esa felicidad que todos buscamos mientras vivimos peregrinos en este mundo.

¿Qué ha sido lo que han hecho estos hombres y mujeres para ser santos? ¿Cómo han vivido para alcanzar la santidad?

Los Santos son esas personas que han buscado a Dios con el corazón sincero, que se han dejado encontrar por Dios, que Dios ha sido el sentido de sus vidas. Son personas que han seguido firme, valiente y decididamente a Jesucristo y han vivido heroicamente las virtudes cristianas de la fe, la esperanza y la caridad. Son personas hechas de barro como nosotros, pero que han comprendido y han vivido el amor de Dios y se han mantenido firmes en ese amor a Dios.

Los Santo, son personas que supieron reconocerse pecadores, pero siempre pidieron perdón a Dios y confiaron en la misericordia de Dios; fueron personas que se alimentaron continuamente de la Palabra de Dios y del Pan de Vida, Cuerpo y Sangre de Cristo; fueron personas que transmitieron con fidelidad el Evangelio a todas las personas.

Los Santos, al igual que nosotros, han sufrido tribulaciones, dificultades, pero no perdieron la alegría del corazón y tuvieron puesta siempre su esperanza en Dios y en hacer la voluntad de Dios Padre.

Todos estos hombres y mujeres que hoy celebramos tenían un único deseo: ver a Dios cara a cara. Por ello, durante toda su vida se alimentaron de la oración y de los sacramentos, vivieron y practicaron la caridad hacia el prójimo. Y todo esto es algo que nosotros también podemos hacer y vivir.

Los Santos que hoy celebramos fueron felices porque durante toda su vida se esforzaron por vivir en Gracia de Dios, por imitar cada día más y más a Jesucristo, nuestro Señor que es el verdadero modelo de santidad para todos nosotros.

Por su número y porque han demostrado que es posible vivir según el Evangelio de Jesús, los Santos son dignos de que hoy celebremos su fiesta y que nos alegremos porque ellos son el mejor fruto de la Iglesia.

Hoy, podemos estar seguros de una cosa y es que a lo largo de todos estos siglos de historia de la Iglesia ha habido muchas personas buenas que han tomado y vivido en serio su fe, que han vivido en serio el Evangelio. Todas estas personas deben ser para nosotros un estímulo y una garantía de que sí es posible vivir el estilo de vida que Cristo nos propone, que sí es posible vivir auténticamente como cristianos. Ser cristiano no es un nombre, no es haber sido bautizados. Es vivir todo un estilo de vida. Es vivir al estilo de Jesucristo. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Los Santos no han sido ángeles y héroes de otro planeta, son personas que han vivido en nuestro mundo, en tiempos tan difíciles o más que los nuestros pero se han mantenido fieles a Dios.

Para ser santo, tampoco necesitamos hacer milagros, lo que necesitamos es vivir la Bienaventuranzas que proclamó Jesucristo; vivir la humildad, la apertura a Dios, la pureza de corazón, la actitud de misericordia, trabajar por la paz. Viviendo así podremos nosotros también llegar un día a ser santos. No olvidemos que el Señor nos llama a todos a ser santos: “Ses Santos, como vuestro Padre celestial es santo”, nos dice el Señor.

Esto es lo que celebramos hoy: al contemplar el ejemplo de los santos, despertar en nosotros el gran deseo de ser como los santos, felices por vivir cerca de Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Todos estamos llamados a vivir cerca de Dios, a vivir en su familia. A esto somos llamados todos los cristianos.

Los Santos son para nosotros amigos y modelos de vida. Invoquémoslos para que nos ayuden a imitarlos y esforcémonos por responder con generosidad, como ellos lo hicieron, a la llamada a la santidad.

Jueves de la XXX semana del tiempo ordinario

Rom. 8, 31-35. 37-39; Lc. 13, 31-35

En encuestas recientes, aparece con frecuencia que uno de los sentimientos más comunes que tienen el hombre y mujer actual es el temor. Se teme a perder el trabajo, se teme a la violencia, se teme a la enfermedad. Nos va agarrando como una psicosis del temor que nos paraliza y condiciona. En cambio, las dos lecturas de este día nos animan a una gran seguridad.

San Pablo consuela a los Romanos asegurándoles que si Dios está a nuestro favor quién puede estar en contra nuestra. Si Dios nos ha otorgado a su propio Hijo, ¿quién nos podrá condenar? “¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado” Es una gran seguridad el sabernos amados incondicionalmente por Jesús.

Por otra parte, también el pasaje de San Lucas nos da una gran lección. A Jesús tratan de evitarle que vaya a Jerusalén porque Herodes quiere matarlo, sin embargo, Jesús manifiesta una gran seguridad para con toda libertad seguir actuando a pesar de las amenazas: “seguiré expulsando demonios, haciendo curaciones… terminaré mi obra… tengo que seguir mi camino”. Es la respuesta firme de Jesús. Él no tenía miedo a las amenazas ni lo paralizaban los temores. A pesar de la respuesta ingrata de Jerusalén quiere entregar su vida. Lucha valientemente contra el mal.

Además, utiliza una comparación que a nosotros nos parecería un poco contradictoria: se compara a una gallina que cuida sus pollitos bajo sus alas. La gallina con frecuencia ha sido puesta como símbolo de cobardía, pero ningún animal más valiente y decidido que una gallina para defender sus pollitos. Así se manifiesta también Jesús hablando de Jerusalén, pero con una referencia a cada uno de nosotros. Nos protege y nos defiende bajo sus alas, solamente nos pide que nos dejemos acurrucar y proteger.

Grandes enseñanzas para este día: sabernos amados por Dios, protegidos por las “alas” de Jesús y seguir su ejemplo de valentía y decisión para enfrentar los peligros. Cristo está con nosotros. No nos quedemos lejos de la protección y cuidados de Jesús. No merezcamos también nosotros el reproche doloroso de quien tanto nos ama.

Miércoles de la XXX semana del tiempo ordinario

San Lucas 13, 22-30

Los humanos siempre nos estamos preocupando por cosas secundarias. La pregunta que le hacen al Señor, nos puede parecer muy interesante: ¿Es verdad que son pocos los que se salvan? Quizás también nosotros estemos interesados en saber el número de los que entran en el Reino de Dios.

Los hermanos protestantes con frecuencia aducen cifras donde sólo caben ellos y descartan a todos los que no son de su congregación. Con tan sólo pertenecer a su grupo, ofrecen la vida eterna, pero Jesús va mucho más allá. No responde números, como si estuviéramos buscando un promedio para no salir reprobados. Cristo pide y exige coherencia en la vida.

A veces damos la impresión de ser cristianos esperando la última tablita que nos alcance la salvación, cuando toda nuestra vida hemos vivido alejados del Señor. No basta hablar, no basta estar cerca, no basta ponerse vestidos, hay que vivir conforme al evangelio. No se trata de hacer lo mínimo, se trata de una entrega completa. No se trata sólo de decir “Señor, Señor,” sino de responder con fidelidad al Señor y a su proyecto.

Quizás nos hemos detenido muchas veces en buscar elementos que nos aseguren una salvación, pero nos hemos olvidado de lo que es más importante del Evangelio: participar del plan de Salvación que Dios ofrece a todos los hombres.

Más que preguntarnos cuántos se salvan, deberíamos preguntarnos qué estamos haciendo nosotros para que este sueño de Jesús alcance a todos los hombres y mujeres de todos los pueblos y naciones. No es que vayamos a conquistar a otros, es que queremos hacerles partícipes de la riqueza y de la alegría que nos ha dado el Señor Jesús al habitar en medio de nosotros.

Las palabras de Jesús son muy claras: “Todos vosotros que hacéis el mal no podréis participar del Reino de los Cielos” Que no merezcamos esta condena de Jesús, sino que escuchemos sus palabras. “Venid, benditos de mi Padre”.

Jesús exhorta a sus interlocutores para que se esfuercen en tomar conciencia de las exigencias que implica seguirlo: capacidad de transformar la vida mediante el arrepentimiento y la reconciliación, total fidelidad a Él y a su proyecto, y optar por la puerta estrecha, por el camino de la salvación del ser humano. No basta realmente beber y comer ocasionalmente con Jesús; hay que compartir su vida y destino, cuyo símbolo es la comunión de la mesa con los humildes y sencillos.

Martes de la XXX semana del tiempo ordinario

Lc 13,18-21

Hay momentos en que a quienes están trabajando por el Reino les llegan aires de duda y preocupación al contemplar un mundo que vive y lucha muy lejos de los valores del Reino de Jesús. Se tiene la sensación de que es muy poco lo que se puede hacer y el estar luchando siempre contra corriente puede cansar.

El mundo con sus grandes maquinarias, con su consumismo, con el despilfarro, con sus propuestas hedonistas y sus actitudes conquistadoras, parece ahogar la propuesta del Reino. No son pocos los que dicen: “¿para qué seguir luchando si el mal parece triunfar?” Para todos ellos y para nosotros que tenemos la tentación de la duda y el cansancio parece pronunciar estas dos pequeñas parábolas Jesús: una semilla de mostaza que se llega a convertir en un arbusto grande donde los pájaros anidan; una pequeña levadura que mezclada con tres medidas de harina termina por fermentar toda la masa.

Si leemos desde nuestra realidad estas dos parábolas, serán ya una lección de humildad y de esperanza. Jesús insiste no en la cantidad, sino en una calidad que hace crecer y fermentar. Pero la condición es que se trate verdaderamente de una semilla evangélica, de un fermento evangélico. No nos habla de las grandes organizaciones, ni del poder o de la fuerza, sino de lo pequeño vivido a plenitud que lleva a fermentar toda la masa.

La semilla y la levadura trabajan en la oscuridad, en lo desconocido, pero siempre trabajan. Así los cristianos deben siempre trabajar, deshacerse por el Reino, no importando los reconocimientos ni los premios, no importando el ruido ni los estruendos. El bien no hace ruido, pero trabaja y produce felicidad.

El reino es esa diminuta semilla que Dios ha sembrado en el corazón y que permite al ser humano alzarse por encima de sus mezquindades y egoísmos; y que supera los condicionamientos sociales y culturales que pueden reducirlo a lo peor de sí mismo. El reino es esa semilla que tiene el poder de transformar nuestras vidas, anónimas y alienadas, en experiencias de amor y alegría.

Que tu trabajo, callado y escondido de este día, tenga ese sabor de Reino, de esperanza y de amor.

Lunes de la XXX semana del tiempo ordinario

San Simón y San Judas.

Es curioso que en la piedad popular se tenga tanta devoción a estos dos apóstoles, en especial a “San Judas”, mientras que la historia casi nada nos dice sobre la acción de ellos. Sin embargo, esta gran devoción a San Judas Tadeo parece quedar sólo en petición de favores y en prender veladoras. Lo poco que sabemos de ellos nos llevaría a un compromiso más serio que simplemente esperar milagros.

Cristo para cumplir la misión que le ha confiado el Padre escoge un grupo de personas que ayudarán en esa misión. Ya el número de “Doce” aparece como un símbolo del nuevo Israel. Por sus nombres parecen ser de diferentes lugares y clases sociales, con diferentes aspiraciones y preparación, pero todos son como cualquier hombre común y corriente.

Su primer y gran mérito es haber recibido gratuitamente un llamado de gran importancia. Es de tanta importancia y trascendencia que Jesús pasa la noche en oración, en diálogo íntimo con su Padre, para poder escogerlos. Después llama a “los que Él quiso”, sin adecuarse a los criterios humanos. Así reciben el llamado como un regalo, pero un regalo que ciertamente exigió una respuesta contundente que trasforma su vida.

Con Cristo comparten todo: su predicación, sus caminos, sus milagros, los ataques, las ilusiones, y poco a poco se van identificando con Él. Sin embargo, el proceso no es fácil, deben cambiar su corazón, deben ajustarse a los criterios de Jesús.

Judas, todavía en la última Cena, le pregunta a Jesús por qué se les manifiesta sólo a ellos y no a todo el mundo.

Con la resurrección se convierten en testigos y constructores del nuevo “camino”.

San Pablo cuando escribe a los Efesios, considera que la Nueva Familia, la Iglesia, tiene su cimiento en los apóstoles, siendo Jesús la piedra angular.

Que en este día nosotros sigamos el ejemplo de estos dos grandes apóstoles: recibamos con alegría y entusiasmo el llamado del Señor, nos acerquemos a Él en la oración, la lectura de los Evangelios, la meditación de su Palabra; nos convirtamos en testigos de su Resurrección en este mundo.

Que también nosotros seamos apóstoles, enviados de Jesús. Esa es la tarea de todo cristiano: ser apóstol del Señor.

Viernes de la XXIX semana del tiempo ordinario

Lc 12,54-59

Es increíble hasta dónde puede llegar la ceguera del hombre. Para la gente que vivió en el tiempo de Jesús no eran suficientes todos los signos… los
milagros, las cientos de curaciones que hizo, etc.

Jesús se refería a los hombres de su tiempo y hace un fuerte reclamo porque no han podido descubrir detrás de todas sus obras la presencia de Dios. Pero Jesús también se refiere a nosotros, hombres y mujeres de nuestro tiempo, que no somos capaces de percibir su presencia en medio de nosotros porque no valoramos los acontecimientos y porque seguimos viviendo en la indiferencia.

Cada día hay nuevos acontecimientos y cada acontecimiento nos debe llevar a la pregunta fundamental: ¿Qué piensa Jesús de este suceso? ¿Cómo actuaría en estas circunstancias? ¿Qué me está diciendo a mí personalmente?

Así como hemos perdido la capacidad de distinguir los tiempos y los vientos y nos atenemos a las predicciones de los periódicos y de los telediarios, parece que hemos perdido la capacidad de juzgar los acontecimientos que realmente importan y continuamos sumergidos en la rutina diaria de nuestras preocupaciones mezquinas.

Si países de África están a punto del colapso por las hambrunas y las enfermedades y nos olvidamos de eso para solucionar los problemas cotidianos. Hay violencia, asesinatos y corrupción, con tal de que nosotros no seamos las víctimas, no nos metemos en problemas. Hay desempleo, angustia por la falta de oportunidades y discriminaciones y nos hacemos los distraídos para no preocuparnos demás.

Pero, Jesús, hoy insiste que el verdadero discípulo tiene que estar atento a todas las señales que van apareciendo y discernir la presencia de Dios en nuestro mundo.

La pregunta constante sobre lo que quiere Jesús de nosotros nos llevará a dejar la indiferencia ante los problemas del prójimo.

Creo que a veces nos falta profundidad y verdadero cariño para examinar las situaciones que estamos viviendo. Me parece que estamos como el enfermo que pretende calmar los dolores con pastelistas y que no se atreve a unos análisis clínicos por el temor a la verdad de la enfermedad.

Como discípulos de Jesús hemos sido demasiados apáticos frente a esta época de cambios y novedades y no estamos preparados para ofrecer respuestas evangélicas a los nuevos problemas que enfrenta el mundo. No le hemos dado vitalidad al Evangelio y lo presentamos con fórmulas viejas y avinagradas y no como novedad de Buena Noticia también para nuestro tiempo.

¿Qué nos dice Jesús de esas actitudes? ¿Cómo podremos discernir su presencia en nuestro tiempo?

Jueves de la XXIX semana del tiempo ordinario

Lc 12,49-53

Este pasaje podría prestarse a una interpretación equivocada por lo que hay que tomarlo dentro del contexto en que Jesús lo dice.

Quien quiera interpretar este pasaje como una invitación a la división y a la confrontación y a la guerra, está equivocado. No es ésta la finalidad del Evangelio, pero también estará muy equivocado quien entienda el Evangelio como pasividad, indolencia y apocamiento.

Muchas veces se ha mirado a los cristianos como falta de entusiasmo y dinamismo para la búsqueda de le verdadera justicia o faltos de inteligencia para idear nuevos caminos de paz, y como faltos de compromisos antes las graves injusticias que vive nuestro mundo. Parecería que el progreso está llevando a la humanidad por la línea de lo más fácil, del menor esfuerzo, y Cristo quiere despertarnos de este adormecimiento.

Es muy atractivo dejarse llevar por ese camino que nos propone el mundo, pero acaba en una pendiente que conduce al precipicio. Jesús, nos invita a que nos llenemos de su fuego y que ese fuego lo trasmitamos con alegría y entusiasmo por todos los rincones de la tierra. No quiere decir esto que será a través del éxito y del glamur como obtendremos resultados. El camino de Jesús es más bien con pasos lentos, costosos y muchas veces escasos, pero llenos de entusiasmo y dedicación.

El mejor ejemplo de este fuego es el mismo Jesús. No lo entiendo nunca como alguien cobarde y tímido, acomodándose a las circunstancias, sino como una persona decidida a favor de los más pobres, como un incansable defensor de la verdad y como un profeta que siempre está dispuesto a ofrecer la palabra de su Padre.

Cristo terminó en la cruz, no por malhechor, sino porque era decidido y claro. Su cruz será siempre el signo de contradicción para todos los que lo sigan. Es verdad que Él decía que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, pero se lo toma en serio y llega hasta los extremos. Es la forma de construir la verdadera paz y no es esa indiferencia que llega hasta el pecado frente a tantas injusticias, ante tantas mentiras y ante tanta corrupción.

El verdadero discípulo se debe inflamar del mismo fuego de Jesús, y buscar propagar el fuego de su Evangelio. El seguidor de Jesús no debe temer que el Evangelio provoque escándalo y división, que son siempre preferibles a la pasividad y a la convivencia con la injusticia. Que el cristiano, el discípulo de Jesús sea un entusiasta portador de verdad, de amor y de paz.

Miércoles de la XXIX semana del tiempo ordinario

Lc 12,39-48

Dios ha puesto en nuestras manos muchos bienes materiales, humanos,
espirituales. Nos ha dado la gracia, la vida; nos ha encomendado el cuidado de nuestros amigos y hermanos para que los ayudemos a llegar a la santidad; ha puesto a algunos de nosotros como administradores de bienes y nos ha encargado la promoción de nuestros subordinados.

Unos de los problemas que debió afrontar la primitiva Iglesia fue la inminencia de los últimos tiempos. Algunos decían “ya está cerca”, otros lo posponían indefinidamente, pero unos y otros no adoptaban la necesaria actitud tanto de esperanza como de vigilancia.

En nuestros días no es diferente, es frecuente la aparición de sectas que buscan manipular la conciencia con un final muy inminente. Aterrorizan y encadenan a las personas con supuestas visiones y anuncios que nunca llegan. Pero por otra parte la filosofía del placer y del gozo deslumbra nuestras mentes y oscurecen la verdadera dimensión de la vida buscando sólo el momento presente.

Cristo nos da la verdadera dimensión tanto del tiempo como de los bienes: ni somos eternos, ni podemos vivir en angustia; ni somos dueños absolutos de los bienes, ni podemos disponer de ellos a nuestro antojo. Somos servidores a quienes se les ha confiado un tiempo, una familia, unas personas para que les demos el verdadero sentido, para que los llenemos de fruto y no para que irresponsablemente los estudiemos o manipulemos.

El ejemplo que nos propone Jesús es más que evidente al presentarnos a un servidor malvado que pensando que está lejana la venida del Señor, maltrata con violencia y atropellos a aquellos que se les ha confiado. Jesús nos invita a tener las dos actitudes: esperanza y vigilancia. No ha de ser el cristiano el hombre del miedo y de la amenaza, sino el hombre de la esperanza que es responsable de aquellos dones que ha recibido.

Es curioso, cuando vamos de viaje y encontramos, por un momento, a una persona, en general somos amables y atentos, si después tenemos que convivir diariamente con esa misma persona cambiamos esa actitud. Si para la vida adoptáramos la filosofía del viajero que busca llevar solamente lo necesario, que se administra y cuida, que es paciente y responsable, que sabe hacia dónde se dirige, nuestra vida sería mucho más ligera y con más sentido.

Jesús es el Camino que nos conduce a la vida eterna, nos invita a vivir nuestro viaje con alegría, con entusiasmo, con esperanza, pero también a recordarnos que somos viajeros y que debemos dar cuenta al final de nuestro camino. La actitud será, pues, esperanza y vigilancia.

Martes de la XXIX semana del tiempo ordinario

Lc 12,35-38

El señor llega de improviso, como un ladrón, para ver si ya hemos construido el Reino que se nos ha revelado. Hablar de reino quiere decir hablar de las riquezas que Dios nos ha dado es decir, de la vida, del bautismo, de la participación de la vida divina a través de la gracia.

El Esposo es el Señor, y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él se nos da, con misericordia y paciencia, antes de su llegada final, tiempo de la vigilancia; tiempo en que tenemos que mantener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad, donde mantener abierto nuestro corazón a la bondad, a la belleza y a la verdad; tiempo que hay que vivir de acuerdo a Dios, porque no conocemos ni el día, ni la hora del regreso de Cristo.

Lo que se nos pide es estar preparados para el encuentro: preparados a un encuentro, a un hermoso encuentro, el encuentro con Jesús, que significa ser capaz de ver los signos de su presencia, mantener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar atentos para no caer dormidos, para no olvidarnos de Dios.

La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús… No os durmáis.
Un cristiano que se encierra dentro de sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado, no es un cristiano. Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado.

Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción. Nosotros somos el tiempo de la acción, tiempo para sacar provecho de los dones de Dios, no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los otros, tiempo para tratar siempre de hacer crecer el bien en el mundo.

Y sobre todo hoy, en este tiempo de crisis, es importante no encerrarse en sí mismos, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, tener cuidado de los demás.

No enterremos los talentos. Apostemos por grandes ideales, los ideales que agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fructíferos los talentos.

La vida no se nos ha dado para que la conservemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos ha dado, para que la donemos.