Nahúm 2, 1. 3; 3, 1-3 . 6-7
Hoy escuchamos al profeta Nahúm. Él es uno de los profetas llamados menores, sobre todo por el tamaño de su obra. La de nuestro profeta no llega a cubrir tres páginas de nuestra Biblia. Su nombre es un diminutivo de Nehemías= Yahvé consuela.
Nahúm es un contemporáneo de Jeremías. Este profeta con palabras muy sentidas y llenas de fuerza poética, anima al pueblo prediciendo la caída de Nínive. En ese tiempo, la capital Asiria estaba en la cumbre del poder, sus ejércitos habían dominado hasta Tebas, la capital de Egipto. Pero esa grandiosidad no durará, Nínive se derrumbará ante el acoso de Babilonia.
Oímos cómo habla el profeta de esa «ciudad sanguinaria, toda llena de mentiras y despojos, que no ha cesado de robar».
Para los oprimidos, Dios es la gran esperanza de liberación, liberación en todos los sentidos del término, y que debe alcanzar hasta lo más íntimo de cada uno.
Mt 16, 24-28
Jesús puso dos condiciones para seguirlo; negarse a sí mismo y tomar la cruz.
Seguro que a muchos que oyeron a Jesús por primera vez las palabras del evangelio de hoy: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”, les parecieron duras y que era mejor no seguirle, si lo único que nos propone son cruces, renuncias, sufrimientos… Pero no es así, y claro que merece la pena seguir a Jesús.
Para un cristiano todo empieza cuando se encuentra con Jesús y le descubre como un verdadero tesoro. Un tesoro que es capaz de llenar el corazón humano con lo que más anhela: amor, luz, sentido, esperanza, emoción… Las renuncias y las cruces para un cristiano vienen por rechazar todo lo que no nos deje seguir a Jesús y continuar gozando de la vida y vida en abundancia que él nos regala. Se sale ganando siguiendo a Jesús.
“Negarse a sí mismo” es lo contrario de “negar a Cristo”. Quien niega a Cristo no entrega la vida, quien sigue a Cristo entrega la vida y llena su corazón de amor y de profunda alegría.