Martes de la XVII Semana Ordinaria

Mt 13, 36-43

Dios no nos pide grandes cosas. Es cierto que el seguimiento de Jesús es exigente, no por el cumplimiento de cien mil preceptos o requisitos, sino porque la amistad con Él nos exige fidelidad y lealtad. Como cualquier amigo. Y así lo vemos en este pasaje de Mateo, sobre la cizaña en el campo. Lejos de la multitud y de las gentes, los discípulos le preguntan: “acláranos la parábola de la cizaña en el campo”. En el encuentro con Jesús, en la proximidad cara a cara, Jesús les explica el significado del Reino.

El Padre ha enviado a su Hijo a sembrar la buena noticia, a enseñar el camino de salvación y justicia, a ofrecer la mano amiga de apoyo y misericordia para rehacer un mundo de amor y de hermandad. Pero no todos aceptan el reto de Dios, no todos están en la dinámica del bien y del servicio. El egoísmo, la avaricia, la soberbia, la violencia, el individualismo, son la cizaña que ahoga y oculta la buena semilla. Hemos de convivir con ello, en el conflicto del bien y el mal no sólo en este mundo, sino también dentro de nosotros. A sabiendas que como seguidores de Jesús, nuestra opción está en ser ciudadanos del Reino, en construir el Reino, mano con mano con Jesús y con nuestros hermanos en Jesús. Tolerantes y comprensivos con los fallos ajenos, que sólo a los ángeles de Dios le toca juzgar.

Nuestra tarea es reflejar y hacer brillar la verdad y la justicia de Dios en nuestro mundo, para que el Dios compasivo y misericordioso haga que triunfe finalmente la semilla del Reino. Así, en el encuentro íntimo y personal con Dios, cogemos fuerzas y encontramos el coraje necesario para ser verdaderos ciudadanos del Reino, constructores de un mundo mejor, de un mundo en paz a través de la justicia, la reconciliación, el diálogo y la promoción de los más desfavorecidos. Eso exige nuestra amistad con Dios, incondicional y gratuita. La justicia definitiva vendrá de la mano del Dios misericordioso, del que nosotros somos testigos. ¿Aceptamos ser “amigos de Dios”?