Mt 16, 24-28
Inmediatamente después del rechazo a la propuesta de Pedro que se negaba a aceptar la cruz como el camino de salvación, Jesús pone muy claro delante de sus discípulos el camino que Él ha escogido, y el camino que también ellos deberán aceptar para ser verdaderos seguidores: “el que quiera venir conmigo que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”.
Es una decisión radical, seria profunda, a veces se la ha interpretado como la aceptación insensible del sufrimiento y de las situaciones injustas o el padecer en silencio las injusticias y los atropellos de los tiranos y opresores. Pero cargar la cruz no se refiere a ocasionarse castigos o culpas o remordimientos propios o ajenos, sino a aceptar la propuesta de Jesús con sus peligros, con su radicalidad y sus exigencias.
La cruz implica un cambio de los valores del mundo por los valores del Reino y trae con frecuencia persecución, incomprensiones y rechazo. Jesús mismo lo padeció y no es que se infringiera graves castigos o buscara las condiciones adversas, sus enemigos, por el contrario lo acusan de vividor y borracho, porque Él vivió plenamente cercano a los hombres de su tiempo, pero sin tener en su corazón las ambiciones y los intereses mezquinos de ellos.
Seguir a Jesús no es huir de sí mismo, del mundo o de la vida, sino al contrario, dar sentido a la propia vida, buscar el verdadero aprecio de la humanidad y llenar de los verdaderos valores todas nuestra vida.
Negarse a sí mismo no es vivir acomplejado y temeroso, es saberse criatura amada por Dios y centrar en Jesús toda nuestra actividad, es dejar los criterios mundanos para tener el mismo estilo de vida y los mismos valores de Jesús. Para Jesús no es importante ni el poder ni los bienes materiales, ni el disfrutar sino el descubrir en cada persona a un hijo de Dios. Acercarse a ella como un hermano, gozar con las maravillas de nuestro Padre Dios y restablecer la dignidad de cada persona. Esto implica ciertamente riesgo, pero cuando se ama se pueden superar todos los obstáculos y aun vivir con alegría los acontecimientos.
¿Cómo es nuestro seguimiento de Jesús? ¿A qué estamos dispuesto por Él? Ciertamente seguir a Jesús no es fácil… pero vale la pena, pues: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si finalmente se pierde a sí mismo?