Jueves de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Entonces verán venir al Hijo del hombre con gran poder y majestad - Templo  de San Francisco - Celaya, Gto.

Lc 21,20-28

Al igual que en nuestros tiempos, aunque muchos traten de disimularlo con aparente indiferencia, en tiempos de San Lucas las gentes se cuestionaban sobre el fin del mundo.

En este pasaje, llamado discurso apocalíptico, San Lucas distingue, mucho más claramente que Mateo y Marcos, aquello que se refiere a la destrucción de Jerusalén y lo que se refiere a la destrucción del mundo.

La primera es una condenación para Jerusalén y los cristianos que no participaron en esta guerra, pues su misión era radicalmente distinta. De ahí ese sentido de huida que nos ofrece el texto. En la segunda parte de este pasaje se nos presentan las señales de la manifestación del Hijo del Hombre. Jesús instaura “el Reino de Dios” sobre la tierra; identifica el fin del mundo con su venida en medio de nosotros, que provoca un grito de esperanza: “la hora de la liberación está cerca”. La aparición majestuosa del Señor al fin de los tiempos es la salvación y la liberación definitiva de los hombres.

Así el fin del mundo, para los discípulos de Jesús, es el momento del encuentro personal con el Señor glorioso. Entonces Jesús volverá y se mostrará a cada uno de nosotros, cara a cara.

Las catástrofes, y la conmoción del universo, se refieren quizás no tanto a los acontecimientos físicos y meteorológicos, sino a un cambio profundo de estructuras y formas de vivir, frente a la venida del Señor. Así, quien lo haya buscado en el hermano, quien lo haya amado en el pobre, quien haya cumplido su palabra, lo encontrará como amigo y salvador. Por el contrario, si lo hemos ignorado, herido o despreciado en los hermanos, será un encuentro de temor y de temblor.

Hoy el Señor Jesús nos ofrece la oportunidad para ir “armando” y construyendo ese día de Juicio final. ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Descubriremos hoy al Señor en medio de nosotros? ¿Lo reconoceremos en cada uno de los hermanos?

Porque al final de los tiempos la decisión será tomada en base a que “lo que hiciste con uno de estos más pequeños, conmigo lo hiciste”.

Miércoles de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Evangelio 27 noviembre: "Os daré palabras y sabidurías a las que no podrá  hacer frente ningún adversario" - Evangelio - COPE

Lc 21,12-19

Siempre he creído que ser cristiano cuando las cosas caminan bien no es
problema. Lo difícil es, como dice el Señor, perseverar en los momentos difíciles.

Son los últimos días del año litúrgico y las lecturas nos van encaminando, poco a poco, a una reflexión sobre el tiempo final.

¿Qué espero yo al final de mi vida?  ¿Qué epitafio me gustaría que pusieran en mi lápida?  ¿Lo que estoy haciendo me está llevando a eso que espero? 

A veces, me he puesto a imaginar las terribles escenas que nos cuenta el libro de Daniel, como la de hoy en la primera lectura, ya sé que son escenas de un libro apocalíptico y que tienen su propia finalidad, pero precisamente por eso tenemos que reflexionar sobre esas escenas.

En medio de un banquete, ante el asombro del Rey Baltasar y todos sus acompañantes, aparecieron los dedos de una mano que se pusieron a escribir sobre la pared del palacio.  Ellos que bebían y disfrutaban profanando los vasos sagrados quedaron impresionado por la visión, pero no lograban entender las palabras.

Daniel es llamado para interpretarlas y descifrar su mensaje.  Contado, pesado y dividido eran las enigmáticas palabras y claro que se referían concretamente a la situación del poderoso Rey Baltasar, pero también podemos hacer una interpretación y aplicárnosla a cada uno de nosotros.

Si nuestros días están contados, si no somos eternos, si estamos de paso, ¿Por qué no vivir con desapego y libertad frente a los bienes del mundo? ¿Por qué nos limitan tantas ambiciones?

Pesado.  La balanza de Dios, tiene como gran finalidad medir nuestras obras a favor de los más necesitados.  Cristo mismo nos dice que el juicio será sobre lo que hayamos hecho por Él, pero en la persona de los pequeños e insignificantes.  ¿Cuánto pesarán esas obras que parecen desconocidas, hechas a favor de los que no cuentan para los ojos del mundo?

Finalmente la palabra dividido, aunque se refería de manera muy clara a las posesiones del Rey, también puede ser muy fácilmente aplicada a lo que pretendemos poseer nosotros.  ¿A mano de quien van a parar nuestras posesiones cuando muramos?  ¿Valieron la pena todos los sacrificios que hicimos por nuestras posesiones?

Si esta lectura nos lanza por el camino de una seria evaluación, el pasaje evangélica, por el contrario, nos anima para que nos sostengamos en la esperanza de los últimos tiempos.  Aunque haya persecuciones, aunque existan traiciones, aunque parezca que estamos solos, si nos mantenemos firmes conseguiremos la vida porque el Señor camina con nosotros.

Martes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario

Lc 21,5-11

No busquemos aterrarnos mutuamente ni vivir en el miedo pensando en que el tiempo está cerca y ya se acaba la figura de este mundo con la venida del Justo Juez, Cristo. Y no es así porque El mismo nos lo acaba de decir: no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy» y «el tiempo está cerca». ¿Quiere Cristo que vivamos atemorizados? No.

Inquietudes de todos los tiempos son las que le presentan a Jesús, inquietudes que pueden disimularse, que pueden hacerse a un lado tratando de ignorarlas, pero que siempre estarán volviendo una y otra vez con insistencia: ¿Cuándo será el fin del mundo?

Hacemos obras grandiosas y después nos enorgullecemos o nos asombramos y nos sentimos inmortales, como la Torre de Babel, nos sentimos más grandes que Dios.  Pero todo esto va a pasar y al final “no quedará piedra sobre piedra”

Entre más admiramos las grandezas, más parece asómbranos la incógnita sobre el final del mundo y la desaparición de todo.  Hay muchas teorías, pero ninguna parece satisfacer nuestra curiosidad.

¿Qué pensarán las generaciones venideras sobre nuestros aires de grandeza y nuestra pretensión de inmortalidad?

Ya los israelitas se asombraban de la grandeza del Templo y sabemos que muy pronto fue destruido.

Las palabras de Jesús son para prevenirnos, no para infundirnos miedo.  Las palabras de Jesús son para que demos a cada cosa su verdadero valor y para que miremos el futuro.  No somos eternos, somos polvo que hoy es y mañana no existe.  ¿Por qué entonces tanto orgullo y tanta seguridad?  Muchas veces se nos olvida que somos peregrinos y nos atamos a las cosas como si nunca las fuéramos a dejar, nos esclavizan y condicionan.

Necesitamos recuperar nuestro sentido y nuestra actitud de peregrinos en esta vida, saber que esta vida pasa, y prepararnos para la futura morada.

Las palabras de Jesús hoy tienen que despertarnos de nuestro letargo y espabilarnos de nuestro sueño.  Es cierto, no sabemos ni el día ni la hora, pero también es muy cierto que el final llegará y que tendremos que estar preparados.

Si hoy fuera para nosotros el último día, ¿cómo lo viviríamos?, ¿Qué cambiaríamos si supiéramos que hoy sería nuestro último día?

¿Qué le decimos a Jesús si hoy fuera nuestro último día?

Sábado de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 20, 27-40

La muerte llega tal y como hemos llevado la vida. A veces pensamos que más adelante cambiaremos de forma de portarnos, que cuando estemos más grandes o más ancianos buscaremos tiempo para hacer oración, que ahorita estamos muy ocupados para interesarnos más por Dios… y mil excusas más para no comprometernos seriamente con el Dios de la vida.

Antíoco, como nos lo cuenta la primera lectura, muy tarde comprendió que se estaba enfrentando al verdadero Dios y muy tarde se dio cuenta que había dañado fuertemente a su pueblo. Es que la muerte nos llega como estamos haciendo la vida. Se construye día a día, y no será distinta a lo que diariamente estamos haciendo.

La vida futura, la resurrección, tendrá mucho que ver con nuestra vida diaria. Hay quienes nos decimos cristianos y recitamos el Credo diciendo “creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”, pero nuestra vida no refleja esta profesión de fe que hacemos.

Los saduceos, en el evangelio de San Lucas, recurren hasta ridiculizar a quienes creen en la resurrección. Sin embargo, la respuesta de Jesús es clara y contundente: hay otra vida, diferente, donde viviremos como hijos de Dios porque Él nos habrá resucitado. No viviremos según las leyes de este mundo, pero los muertos sí resucitan porque Dios no es un Dios de muertos, sino un Dios de vivos.

¿A qué nos deben llevar estas palabras de Jesús? Ciertamente de ninguna manera son para olvidarnos de esta vida y dejarla pasar sin hacer nada, la invitación de Jesús es que nosotros como discípulos asumamos nuestro compromiso por el cuidado y defensa de la vida y rechacemos todas las actitudes de una cultura de muerte.

Los cristianos somos gestores de esperanza y constructores de soluciones de vida. Hemos de testimoniar contra la “cultura de la muerte” y todas sus manifestaciones, rechazarlas; plantarnos a favor de todas aquellas acciones que generan una verdadera vida. Defensa de la vida de nuestro ecosistema, de la naturaleza, de los ancianos, de los que están por nacer. Defensa de la vida y de una vida digna, de todos los hermanos más necesitados. Entonces estaremos verdaderamente construyendo la vida futura.

Viernes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 19,45-48

Las lecturas de este día nos ofrecen dos actitudes muy diferentes frente al Templo.

La primera lectura tomada del primer libro de los Macabeos expresa la gran alegría de un pueblo que mira en el Templo la presencia de Dios que escucha, anima y fortalece a los hermanos.  Después de haber sufrido tanta destrucción y opresión de sus enemigos, ahora Judas con el resto de Israel, puede nuevamente adorar y hacer oración al Dios que los ha sostenido en la prueba.

Por otra parte el evangelio de san Lucas nos presenta una gran crítica a la profanación del culto ofrecido en el Templo.

Jesús ya está en Jerusalén. Es la última etapa de su vida. Y lo primero que hace es “purificar el templo”, echando de él todo aquello que lo profanaba.

En continuidad con los profetas que lucharon para que el culto del Templo de Jerusalén no fuera una práctica desencarnada, vacía, hueca, nos ofrece una valiosa reflexión sobre el verdadero culto.

El hecho de que Jesús expulse del Templo a los vendedores de ovejas y palomas es una fuerte crítica a este culto que ha olvidado que el Templo es un lugar de encuentro con Dios, no un pretexto para el comercio o para el abuso de los pobres que quieren dar su ofrenda al Templo.

Así, Cristo nos sitúa en el verdadero sentido del Templo.  Tendremos que reflexionar cada uno de nosotros.  Tenemos, a veces, poco tiempo para ir a los Templos y muchas veces lo hacemos de manera irreflexiva, quizás por pura costumbre.

Ojalá que cada día busquemos más hacer esa oración personal y nuestro culto vaya a lo más profundo del corazón.

El respeto al Templo nos llevará también al respeto de cada una de las personas que son Templos del Espíritu Santo.  Es triste descubrir que cada vez es más frecuente la trata de menores, la prostitución, el desprecio a los débiles y a los pobres.  Que hay quienes devalúan y denigran a las personas, olvidándose que somos hijos de Dios e imagen y semejanza suya.

Este día la Palabra de Dios nos lleve a esta reflexión de respeto tanta de nuestras iglesias, nuestros templos que deben ser casas de oración, como al respeto de nuestro propio cuerpo y al de nuestros hermanos que son Templos vivos del Espíritu Santo.

¿No podemos visitar una Iglesia y hacer un momento de oración?  ¿No podremos revisar si en nuestros templos no se da la comercialización?, y claro, como algo muy importante, también tendremos que revisar si tratamos a cada hermano como Templos de Dios.

Hoy, vive tú como Templo vivo de Dios que está en ti.

Jueves de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 19,41-44

Jesús también lloraba, igual que tú. Tenía sentimientos, se alegraba con las buenas noticias de sus discípulos y se entristecía con la muerte de su amigo Lázaro. Igual que nosotros. Por eso conoce perfectamente el corazón humano, pues Él pasó por los mismos estados de ánimo que experimentamos nosotros.

Pocas escenas tan conmovedoras como el evangelio de hoy que acabamos de escuchar.  Muchos artistas se han basado en esta narración para presentarnos a Jesús contemplando la ciudad.  De verdad que es impresionante contemplar a Jesús llorando ante la ciudad escogida por Dios, la que había sido anunciada por los profetas, la que lleva en su nombre mismo su misión: la paz.  Ahora sometida a un imperio pagano, saqueada por la ambición de sus dirigentes y muy lejana de Dios.

“Si conocieras lo que puede conducirte a la paz”.  No son las armas ni la riqueza, no son los puestos públicos ni las alianzas con los poderosos, ni siquiera serán las costosas ofrendas y sacrificios que a diario se presentan en el Templo.

Jerusalén ha desviado su misión y ha olvidado su verdadero camino, pretende ser grande sostenida por la fuerza y por las tropas imperiales, pero ha descuidado el mandamiento de Dios, ha olvidado a sus pequeños, ha caminado por otros caminos y esto sin darse cuenta, quedando oculto a sus ojos.

En el ambiente de injusticia y violencia que estamos padeciendo, con frecuencia nos preguntamos cuál será el camino para la paz y pretendemos que con nuevos enfrentamientos y guerras, con vallas que nos protejan, con nuevas alarmas podemos escapar y encontrar la paz, pero me da la impresión que nos pasa como a Jerusalén, queda oculto a nuestros ojos lo verdaderamente importante.

Podemos incrementar nuevas penas para los secuestradores y delincuentes y ellos se burlarán y manipularan las leyes; podremos imponer nuevas medidas restrictivas y los salteadores encontraran la manera de violarlas. 

Mientras no se cambie el corazón, no encontraremos el camino de la paz.  La paz no se puede encontrar lejos de Dios, sólo quien tiene a Dios en su corazón, sólo quien vive plenamente su amor encuentra la paz.  Todos los otros camino, tarde o temprano, acabarán en injusticias, en violencia y en dificultades.  No puede ni las armas, ni el dinero, ni las apariencias darnos la verdadera paz.

Jerusalén ha dado la espalda a Dios y a Jesús su enviado y pronto encontrará las consecuencias a sus propios actos porque no aprovechó la oportunidad que Dios le daba.

Es tiempo de crisis, pero también es un tiempo de oportunidad para descubrir qué es lo más importante y qué es lo que nos lleva a la paz.  Que no perdamos el camino y que no erremos los métodos. 

Jesús sigue a nuestro lado, esperando nuestra respuesta.

Miércoles de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 19,11-28

El señor de la parábola es Jesús, los servidores somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ´El patrimonio de su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… en resumen, tantas cosas, sus bienes más preciosos. ¡No solamente para guardarlo, sino para que crezca!

Si en el lenguaje común la palabra «talento» indica una capacidad individual sobresaliente, en la parábola, los talentos son los dones del Señor. El agujero excavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor…

Es más cómodo no hacer nada y luego buscar una buena excusa de porque no hemos hecho nada. Sin embargo para Jesús esto no funciona. Nos ha dado a cada uno ciertas capacidades para la construcción del Reino (especialmente la gracia, que es a lo que parece referirse aquí Jesús) y debemos ponerlas a trabajar.  Esto puede no ser muy sencillo, incluso puede involucrar riesgos… sin embargo hay que correrlos. Yo estoy seguro que si el último siervo le hubiera dicho: «señor, puse a trabajar tu dinero, pero me fue mal y no solo lo perdí sino que ahora debes…» El Señor lo hubiera amado, y hubiera cubierto hasta la deuda.

Las manos se nos dieron para trabajar, para abrazar, para orar; no para tenerlas metidas en los bolsillos. Hombre, sé hombre de verdad. La inteligencia se nos dio para dejarnos sorprender por la verdad de las cosas; para conocerlas ordenadamente en su belleza propia y en su vinculación con el manantial de todo ser y vida, que es Dios; no para destruir la vida con malévolo ingenio. Hombre, no te empobrezcas solo. La voluntad se nos dio para que actuáramos con libertad responsable, apeteciendo el bien, no siendo esclavos de pasiones. Libre, de tus errores.

La memoria se nos dio para que recordáramos con gratitud la mano creadora, el deber a cumplir, la caridad a llenar, el hambre a saciar… ¡Hombre!, que al final de tus días tengas tus manos, tu corazón y tu mente llenos de vida, amor, verdad  y paz. No dudemos en poner a trabajar nuestras capacidades para construir un Reino en donde haya más paz, más justicia y más amor. Dios está con nosotros para hacer la parte difícil. ¡Animo!

Jesús no nos pide que guardemos su gracia en una caja fuerte… Quiere que la usemos en beneficio de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen…

Martes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 19, 1-10

Al hablar de educación, pronto se presentan los nubarrones que se abaten sobre la juventud y la niñez en este campo.  Es fácil encontrar las deficiencias y asumir posturas críticas frente a este grave problema, pero pronto también podemos encontrar aportaciones que pueden llevar esperanza en este difícil campo.

Las lecturas de este día resumen algunas de esas propuestas, diría yo, casi como presupuesto.

La primera lectura tomada del libro de los Macabeos nos presenta a Eleazar, un judío anciano, maestro de la Ley, a quien ofrecían en atención a su edad y su porte, la oportunidad de simular comer carne de cerdo como renegando de su fe.  Pero él, lejos de la simulación, se levanta con toda dignidad y afirma: “enviadme al sepulcro, pues no es digno de mi edad el este engaño, si muero ahora como un valiente me mostraré digno de mis años y dejaré a los jóvenes un gran ejemplo para que aprendan a aceptar una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley.

La honestidad, el valor para mostrar la verdad y el ejemplo serán importantísimos a la hora de educar.  No se puede educar enseñando una cosa y haciendo otra.  No se admiten arreglos a la hora del peligro.

El ejemplo de Eleazar será un reto para todos los padres de familia, para todos los sacerdotes y catequistas, para todos los maestros y educadores.  Se educa con el ejemplo más que con palabras.

El texto del Evangelio que acabamos de escuchar, también nos recuerda hoy otra aportación que se escuchó frente a quienes miran con pesimismo el campo educativo. 

Jesús siempre está dispuesto a buscar, a aventurarse, a arriesgarse aun en los campos más difíciles.  ¿Quién pensaría que tendría éxito al hacerse invitar por un pecador reconocido?, y Zaqueo, el publicano, rico y pecador da la gran sorpresa convirtiéndose y manifestando su cambio en lo que parecería más difícil el devolver y compartir sus bienes. Zaqueo no solo escucha la Palabra sino que la deja que actúe en su corazón.

En la educación no podemos dar por perdidos ni espacios ni personas.  A todos los lugares tienen que llegar nuestras propuestas.  Tenemos a nuestro favor la misma misión de Jesús que no se cierra a nadie sino que afirma: “el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”

No tengamos temor de amar a Dios. Zaqueo nos enseña que nuestro Dios es el Dios de la misericordia que nos invita a dejarlo entrar en nuestra casa. Abrámosle las puertas.

Lunes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 18, 35-43

Este pasaje es muy rico en contenido y enseñanza sin embargo hoy quisiera solo destacar la actitud de los que iban o estaban siguiendo a Jesús, quienes reprendían al ciego para que se callara impidiendo con esto que se acercara a él. Y me preguntó, ¿cuántas veces nosotros en lugar de ayudar a los demás para que se acerquen a Jesús somos precisamente el obstáculo para ello?

Algunas veces nuestro testimonio, nuestra preferencia por las cosas del mundo, nuestra falta de compromiso cristiano, son elementos que pueden impedir que este mundo ciego se acerque a Jesús y recobre la vista.

Veamos en esta semana si nuestra vida está siendo una verdadera invitación para los demás a acercarse a Jesús.

Sábado de la XXXII Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 18, 1-8

Un sancudo en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un sancudo. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido.

Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.  Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios “se moleste” y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más.

Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta.

Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.