V Día de la Infraoctava de Navidad

Lc 2, 22-35

Hay muchas luces en nuestras celebraciones navideñas: las del pesebre, las del árbol de navidad, las luces con que adornamos nuestros hogares. También las ciudades se engalanan por estos días de luces permanentes y de luces fugaces: los fuegos de artificio, las luces de las vitrinas de los almacenes y de los avisos publicitarios.

Si la Navidad es el grito esplendoroso por una luz que ilumina nuestras tinieblas, todos los días siguientes podemos comprobar y experimentar la alegría de vivir en la luz.  Simeón y Ana al contemplar a aquel Niño sienten la plenitud de sus vidas y considera que han realizado todos sus afanes.

La luz de Cristo ilumina lo más profundo de nuestro espíritu y nos transforma de tal manera que experimentamos la grandeza de ser hijo de Dios.

La Presentación de Jesús en el Templo, recogiendo una noble tradición del pueblo de Israel, sirve de marco para presentar a Jesús como la luz de todas las naciones y abrir el horizonte de la salvación a todos los pueblos.

¿A qué luz se refiere Simeón? Indudablemente que al Mesías prometido a Israel. Pero es sorprendente que ese mismo Niño se ha reconocido como Luz de todos los pueblos.  Si permitiéramos a esa Luz iluminar nuestras tinieblas, nuestra vida, indudablemente, sería de otra manera.

San Juan ha experimentado en carne propia la presencia de esta Luz y no se conforma con haberla recibido, sino que se decide a transmitirla a todos los que lo rodean. Reconoce exactamente cuáles son las tinieblas que nos rodean: Quién odia a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas y no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Nosotros con frecuencia decimos de una persona que estaba sedada por el odio o no pudo discernir a causa de su enfado o su coraje.  Los sentimientos de odio siempre cierran los ojos y nos colocan en las tinieblas. Pero cuando el odio, la ambición y las rivalidades son constantes se vive en plena oscuridad.

San Juan nos ofrece la oportunidad de acercarnos a la Luz verdadera que es Cristo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.  Nos asegura que quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.

La Navidad nos ofrece ciertamente un tiempo como de remanso y de paz para reconocer y encontrarnos con nuestros hermanos.  Pero debería de ser una actitud constante: Amar, perdonar y sentirnos cerca de nuestros hermanos.  Sí Cristo nos ama tanto, ¿por qué no amar también nosotros a los que nos rodean?

Dejémonos iluminar por la Luz del amor que nos trae Jesús.

San Juan, Apóstol y Evangelista

Jn 20, 2-8

Como uno de los más grandes testigos de Jesús, de su humanidad y de su glorificación, se acerca hoy hasta nosotros un personaje especialmente cualificado, el discípulo Juan.

Juan, hijo de Zebedeo y de Salomé, hermano de Santiago, fue capaz de escribir con imágenes literarias los sublimes pensamientos de Dios. Hombre de elevación espiritual, se lo considera el águila que se alza hacia las vertiginosas alturas del misterio trinitario: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”.

Es de los íntimos de Jesús y está cerca de Él en las horas más solemnes de su vida. Está junto a Él en la última Cena, durante el proceso y, único entre los apóstoles, asiste a su muerte al lado de la Virgen.

Él no puede callarse y busca proclamar por todos los rumbos lo que ya existía desde el principio, lo que hemos visto y oído por nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y hemos tocado con nuestras propias manos.  Nos referimos a aquel que es la Palabra de la Vida.

Juan es un hombre que desde sus inicios se sintió marcado por la figura de Jesús, a tal grado de dejar a un lado las redes, con todo lo que ellas representaban y lanzarse en el seguimiento de Jesús.  Lo percibe muy humano y busca que los demás se acerquen a Él para escuchar su palabra y percibir su luz.

El prólogo de su evangelio nos muestra todo lo que hemos celebrado esta Navidad.  El que ya existía desde el principio, el que era la luz, ha puesto su tienda en medio de nosotros. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”

Su experiencia de Jesús es esa cercanía, es su amistad que perdona y salva, su poder que da vida y resucita, su amor incondicional.  Pero también y sobre todo, y esto lo percibimos en todo su evangelio, san Juan es testigo de la glorificación de Jesús y a la luz de la resurrección mira y examina todos los pasajes de la vida.

Este Jesús tan cercano que comparte todo lo humano de nosotros, que se cansa y pide de beber, que llora por el amigo muerto, que se compadece de las multitudes, que aparece sacrificado como el Cordero Pascual.  Este Jesús es el mismo que resucitado nos ofrece la verdadera salvación y liberación.

A veces, se ha querido presentar a san Juan de una profundidad tal y de una espiritualidad tan profunda que parecería poco accesible, pero lo curioso es que quien lee su evangelio lo percibe sencillo en medio de sus repeticiones y teologías, buscando claramente un objetivo en sus escritos y en su predicación: que tengamos vida y la tengamos en abundancia.  Y lo entiende como una vida plena que se traduce en obras concretas hacia el prójimo, porque “si uno dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso”

SAN ESTEBAN PROTOMARTIR

Mt 10, 16-23

Toda esta semana, aunque parecería como fiestas distintas, encontramos testigos que vienen a descubrir el verdadero rostro de Jesús.  Iniciamos hoy con san Esteban, que viene a enseñarnos cómo se vive plenamente esa presencia de Jesús en nuestro corazón.

Jesús dice, entre otras cosas: «Vosotros seréis odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará».

Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida.

Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Nochebuena, el camino es justo el que indica este Evangelio.

Es decir, testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona.

Y, si no todos están llamados, como san Esteban, a derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide sin embargo que sea coherente, en cada circunstancia, con la fe que profesa.

Es la coherencia cristiana, es una gracia que debemos pedir al Señor: ser coherentes, vivir como cristianos. Y no decir soy cristiano y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que hay que pedir hoy.

Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente – pero ¡bello, bellísimo! – el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantan los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz!

Esta paz donada por Dios es capaz de apaciguar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final.

Hoy, oremos, en particular, por cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por su testimonio de Cristo. Si llevan esta cruz con amor, han entrado en el misterio de la Navidad, han entrado en el corazón de Cristo y de la Iglesia.

Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires de hoy – son tantos, tantísimos – se fortalezca en todo el mundo el compromiso para reconocer y asegurar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.

Que san Esteban, diácono y protomártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la fiesta alegre de la asamblea de los santos en el Paraíso.

Feria Privilegiada 24 de Diciembre

Sam 7, 1-5. 8-12.14.16

Un día, el rey David le dijo al profeta Natán que él quería edificarle una casa al Señor, es decir, un bello templo.  Dios, a su vez, con un juego de palabras le dijo a David que Él mismo le edificaría una casa, es decir, una dinastía real, a la que nosotros nos referimos como “la casa de David”.  Esta promesa de Dios anunciada por Natán se convirtió en la base de la expectación judía de un Mesías real, hijo de David.  Jesucristo, nacido de la casa de David, en Belén, la ciudad de David, llevó a término en forma eminente esta expectación.

La promesa de Dios contenía la idea de que las personas eran más importantes que un templo, y de que Dios realizaría su plan de salvación por medio de seres humanos que prepararían la venida de Cristo.  Cuando llegó Jesucristo, la preferencia de Dios por las personas no cambió. Las personas son más importantes que la estructura física de una iglesia, por funcional y bella que sea.  Así como Dios eligió personas para preparar la venida de Cristo, así ahora elige personas para continuar la presencia de su Hijo en el mundo.  Esas personas somos todos nosotros, pueblo escogido, sacerdocio real.

Por medio de la fe y la gracia de Dios, Jesucristo está presente entre nosotros, pero su presencia puede crecer.  O quizás es mejor decir que nosotros podemos crecer en nuestra apertura para aceptarlo. 

Lc 1, 67-69

Dios, nos dice hoy en la Escritura por boca de Zacarías, que ha visitado y redimido a su pueblo.

De nuevo este cántico nos invita a reflexionar en lo importante que es la consciencia histórica de la salvación. Pensemos por unos momentos que el mismo Dios ha visitado nuestra tierra, nuestra vida, nuestras propias casas.

La Navidad no es simplemente una fiesta sino un acontecimiento salvifico de dios, que tiene que ser parte de nuestra propia historia. Dios nos visita, para darnos el verdadero sentido de la vida, del amor, del trabajo… para sacarnos de las tinieblas del pecado, del consumismo, de nuestro propia egoísmo que nos cierra y que nos impide darnos cuenta de lo importante que es aquel que también camina conmigo.

La Navidad es la celebración de la luz que hoy hay en nuestros corazones, y que hace que la vida sea totalmente distinta. Dentro de lo agitado que puede ser este día, démonos unos momentos para hacer consciente en nosotros, este paso de Dios en nuestra vida, busquemos en nuestro corazón esta luz, démonos cuenta que Dios verdaderamente a lo largo de nuestra vida, ha hecho historia en nosotros y en nuestra familia.

Feria Privilegiada 23 de Diciembre

Mal. 3, 1-4. 23-24.

Al paso del tiempo, retornados del destierro, el pueblo volvía a sus abominables costumbres. ¿Qué caso había tenido clamar al Señor para que los librara de sus enemigos prometiéndole serle en adelante fieles cuando, al volver a casa se inicia un nuevo camino de infidelidades? La purificación es un vaivén entre la fidelidad e infidelidad. Finalmente, quienes en verdad queremos un compromiso con el Señor, debemos saber que hemos de estar en una continua conversión.

Juan Bautista preparó el camino al Señor. Jesús mismo nos invita a la conversión. El Reino de Dios se va abriendo paso, día a día, en el corazón del hombre. Cristo se ha levantado victorioso, de un modo definitivo, sobre el pecado y la muerte, y nos ha hecho partícipes de esa victoria. Pero ¿vivimos santos como el Señor es Santo? Nuestra respuesta a esta pregunta no se puede dar con palabras, sino con la vida, con la que manifestamos si en verdad estamos o no con el Señor, y si estamos haciendo de nuestra existencia una ofrenda agradable a Dios. Ojalá y en verdad Dios habite en nosotros y nos santifique. Y que, santificados por Aquel que hecho uno de nosotros entregó su vida para salvarnos, podamos esforzarnos en hacer un continuo llamado a todos a preparar su corazón para que el Señor llegue a ellos como huésped y les ayude a ser motivo, no de división, sino de reconciliación fraterna.

Lc. 1, 57-66.

Muchas veces es necesario callar para escuchar la voz de Dios en nuestro propio interior. Debemos apropiárnosla, debemos dejarla producir fruto abundante en nosotros mismos. La Palabra que Dios pronuncia sobre nosotros, nos santifica. Y eso ha de ser como un idilio de amor, en silencio gozoso, con Aquel que nos ama. Pero no podemos quedarnos siempre en silencio, pues nuestro silencio se haría mudez y eso no es algo que el Señor quiera de nosotros. Después de experimentar la Palabra de Dios en nosotros hemos de reconocer a nuestro prójimo por su propio nombre; reconocer que, a pesar de que muchas veces lo veamos deteriorado por el pecado, lleva un nombre que no podemos dejar de reconocer: es hijo de Dios por su unión a Cristo.

Ese reconocimiento nos ha de llevar a hablar, no sólo con palabras articuladas con la boca, sino con el lenguaje de actitudes llenas de cariño, de amor, de respeto, dándole voz a los desvalidos y preocupándonos del bien de todos. Entonces seremos motivo de bendición para el Santo Nombre de Dios desde aquellos que reciban las muestras del amor del mismo Dios desde nosotros. Tratemos de vivir abiertos al Espíritu de Dios para que sea Él el que nos conduzca por el camino del servicio en el amor fraterno, a imagen del amor que Dios nos manifestó en Jesús, su Hijo.

En esta Eucaristía el Señor nos ha llamado por nuestro nombre para que estemos con Él. Su Palabra se pronuncia para nosotros como palabra creadora y santificadora.

Feria Privilegiada 22 de Diciembre

1Sam. 1, 24-28.

Samuel desde pequeño es consagrado al Señor de por vida. En algunos momentos, como consagrado a Dios, ejercerá el ministerio sacerdotal en la presencia de Dios. Pero, de un modo especial Dios lo distinguirá con el ministerio de profeta suyo. Finalmente Samuel ejercerá también el papel de Juez, y será el enlace entre el régimen tribal y el monárquico en Israel. Como que percibimos en la persona misma de Samuel un anuncio profético acerca de la persona de Jesús, quien será Sacerdote, Profeta y Rey-Pastor de su Pueblo.

Quienes vivimos unidos a Cristo participamos, conforme a la medida de la gracia recibida, de esa triple función. Ojalá y al haber quedado consagrados al Señor desde el día de nuestro bautismo, no nos quedemos mudos en nuestro testimonio de fe, que hemos de dar en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia, sino que seamos colaboradores activos y valientes en la construcción del Reino de Dios entre nosotros.

Lc. 1, 46-56.

Hay días en que la liturgia con sus lecturas, salmos y antífonas tienen un tinte de alegría y gozo.  Hoy se nos presentan así.  Dese la primera lectura del libro de Samuel nos pone a contemplar a Ana que da gracias a Dios porque escuchó sus ruegos.  A la que era estéril le ha florecido un hijo y quiere ofrecerlo al Señor.  En el Salmo recitamos su mismo cántico, compuesto de oraciones bellas que retoma de la sabiduría hebrea, las hace propias y pronuncia con exaltación su alabanza al Señor.  En el evangelio de Lucas encontramos el cántico de alabanza que entona María, ese cántico que es conocido por todas las generaciones como el Magníficat y que expresa todo el pensamiento de un pueblo que se sabe amado, protegido y rescatado por Dios.

En labios de María se hace más comprensible esta alabanza, ya que ha mirado a la pequeña, a la sencilla.  A lo largo del cántico se nos muestra la manera de actuar del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.  Un Dios que cumple sus promesas y que se acuerda siempre de su misericordia; un Dios que no teme a los poderosos, sino que trastoca sus planes; un Dios que se hace cercano y acompaña a su pueblo.

Este bello cántico resume toda la teología de un pueblo que se siente acompañado de su Dios.  Dios libertador, Dios misericordioso, Dios salvador.

La Iglesia recoge este cántico y también lo hace suyo y lo expresa con todo su corazón.

En estos días de Adviento, ya tan cercanos a la Navidad, nosotros también tendremos que reconocernos acompañado, amados, protegidos por nuestro Dios.  Y tiene que brotar espontánea nuestra alabanza.  También nosotros hemos sentido su misericordia y se ha hecho presente en medio de nosotros su salvación.  También para nosotros ha sido la decisión que había prometido a Abrahán y a su descendencia para siempre.

Con gozo unámonos al cántico de María “mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador”

Feria Privilegiada 20 de Diciembre

Isaías 7, 10-14.

Los profetas ven la historia con los ojos de Dios. Por eso van mucho más allá de los acontecimientos meramente humanos.

El rey Ajaz se encuentra en un aprieto porque su reino está asediado por la alianza que han hecho sus enemigos.

El profeta Isaías ofrece a Ajaz la ayuda incondicional de Dios. Pero el rey Ajaz no es demasiado religioso y no cree que «Dios le va a sacar del apuro». Por ello, trata de aliarse con Asiria para liberarse de sus enemigos.

El profeta le indica que no lo haga. Sus enemigos tienen cabezas humanas como gobernantes, pero él tiene a Dios como protector y guía.

Y para que el rey Ajaz lo vea claramente, el profeta le dice que pida una señal a Dios (ya que no le cree a él, que es su enviado) y el Señor le dará una señal de que sus enemigos no arrasarán su reino. Pero Ajaz, bajo una falsa religiosidad, oculta su falta de fe en la intervención de Dios. Por eso dice que no pedirá ninguna señal.

Es ahora, en esta situación, cuando Isaías ofrece el mensaje de Dios, la profecía sobre el Mesías.

El profeta ve el nacimiento de un niño, del Enmanuel, como signo la presencia salvífica de Dios. Y junto a la profecía del Enmanuel, también ofrece el signo de la madre. Una maternidad que se entenderá, bien pronto, como una de las maternidades prodigiosas del Antiguo Testamento.

La «muchacha» que dará a luz al Enmanuel, será la «virgen» que hará presente al «Dios-con-nosotros», por la acción del Espíritu de Dios.

San Lucas 1, 26-38.

Muchas veces nos imaginamos que la vida de los grandes santos y grandes santas ha estado exentas de todo sufrimiento y de toda tribulación. Inventamos imágenes inalcanzables de estas personas. Ciertamente estas personas fueron privilegiadas por Dios de una manera especialísima, pero no por eso dejan de ser hombres. Hombres de carne y hueso.

El evangelio de hoy nos presenta la Anunciación del mensaje del ángel a María.

No es difícil vivir el Adviento como el tiempo de María, si nos acercamos a ella y a todos los acontecimientos que estuvo viviendo en los días cercanos a dar a luz, encontraremos una buena pista para prepararnos también nosotros a este nacimiento.

Toda nuestra vida es una constante espera, el presente no sacia a nadie y el hombre siempre está proyectando aun cuando haya alcanzado alguna meta.

Todo el Antiguo Testamento es el tiempo de la espera, pero en los últimos días se convierte en la espera de María.  ¿Cómo se sostiene una mujer que se sabe frágil e indigna de ser la Madre de Dios? 

San Lucas, busca en los recuerdos de la primera comunidad y nos ofrece unas narraciones que más que historia buscan responder a estas preguntas acuciantes para todo creyente.

Resaltar en primer lugar la iniciativa de Dios que viene al encuentro de lo humano y que respeta su libertad.  Ya el saludo de Gabriel está cargado de contenido: ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!  Con esas palabras quiere san Lucas indicarnos que la espera de un pueblo por tantos años sostenida, ha culminado a tal grado, de transformarse de promesa en presencia.

María no está sola, y con María, la humanidad no está sola.  El Señor está cerca y es motivo de alegría y felicidad.

¿Qué pensaría María de estas palabras?  Seguramente intuía la grandeza de la misión, pero también lo delicado de la propuesta.  En ángel nos dice con toda claridad que toda la iniciativa parte de Dios y que el lugar de María está cercano al Hijo llamado Jesús.

El mensaje se centra en la presencia de Jesús que viene a salvarnos, pero al mismo tiempo, pone de relieve la necesidad de creer en la Palabra y aceptarla y actuar conforme a Ella.

Que la exclamación de María “he aquí la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”, sea también nuestra actitud.  Acerquémonos a María, preparemos con ella el nacimiento, mejor preparemos el corazón para recibir también nosotros la Palabra.

Feria Privilegiada 19 de Diciembre

Jueces 13, 2-7.24-25a.

Dios es desconcertante en muchas de sus actuaciones. Como las que se nos ofrecen en las lecturas de hoy.

El Señor hace que una mujer estéril dé a luz un hijo que ha de ser quien levante el ánimo a un pueblo que está dominado por el temor a otro pueblo más fuerte. Nos está indicando que Dios no necesita de nuestras fuerzas para llevar a cabo sus planes de liberación.

Dios utiliza lo humilde, lo poco valioso, lo que nosotros llamaríamos «inservible», para llevar a cabo su plan de salvación. El pueblo de Dios es infiel a la alianza con el Señor y, por ello, van a quedar a merced de un pueblo técnica y militarmente muy poderoso: los filisteos.

Pero ante la conversión del pueblo, Dios suscita de modo sorprendente, a quien había de ser su libertador: Sansón.

El señor saca vida de la esterilidad y da fuerza a la debilidad. Pero todo ello conduce a la liberación del pueblo de Dios.

San Lucas 1, 5-25

En esta semana las lecturas nos muestran el camino que sigue el Señor en todos sus proyectos.

Dos pasajes nos presentan dos mujeres estériles, ancianas y débiles: la madre de Sansón y la madre de Juan el Bautista.  Nadie esperaría que se convirtieran en madres de dos hombres que han marcado la historia.  Dios interviene en la historia a favor de su pueblo y manifiesta su poder y su misericordia por caminos insospechados, los débiles y despreciados se convierten en sus instrumentos favoritos.

Siguiendo los sueños de Isaías que hablaba de la fertilidad que tendría el desierto y del reverdecer del tronco seco, ahora las madres escogidas por el Señor, se convierten milagrosamente en senos fértiles que dan a luz en medio de la necesidad del pueblo.

Juan fue elegido por Dios para ir delante de Jesús a preparar su camino, y lo indicó al pueblo de Israel como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Juan se consagró completamente a Dios y a su enviado, Jesús. Pero al final, ¿qué sucedió?, murió por causa de la verdad, cuando denunció el adulterio del rey Herodes y de Herodías.

¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! ¡Cuántos hombres rectos prefieren ir contracorriente, con tal de no renegar la voz de la conciencia, la voz de la verdad! Personas rectas que no tienen miedo de ir contracorriente, y nosotros no debemos tener miedo.

Dios nos dice que no tengamos miedo de ir contracorriente. Cuando te quieren robar la esperanza, cuando te proponen estos valores que son valores descompuestos, valores como la comida descompuesta, cuando un alimento está mal nos hace mal.

Estos valores nos hacen mal por eso debemos ir contracorriente. Y los cristianos somos los primeros que debemos ir contracorriente. Y tener esta dignidad de ir precisamente contracorriente.

¡Adelante, seamos valientes y vayamos contracorriente! Y estemos orgullosos de hacerlo.

Se acerca la Fiesta del Nacimiento de Jesús, no dejemos pasar la oportunidad de crecer en la fe. No permitamos que nuestro activismo, propio de este tiempo, nos prive de la oportunidad para reflexionar y orar.

Feria Privilegiada 18 de Diciembre

Jr 23, 5-8

Antes de la venida de Cristo, el profeta Jeremías acusó a los reyes de Judá de no haber sabido guiar al pueblo y, por consiguiente, de ser responsables de que el pueblo hubiera sido desalojado de la tierra prometida.  Si Jeremías hubiera vivido entre nosotros, no habría echado la culpa a los gobernantes por nuestra falta de armonía.  En cambio, nos hubiera dicho: “Miren: Viene un tiempo, dice el Señor, en que haré surgir un renuevo del tronco de David: será un rey justo y prudente y hará que en la tierra se observen la ley y la justicia”.

Nos habría recordado que tenemos a Jesucristo, el Rey-Mesías, presente entre nosotros, no sólo para guiarnos en la vida, sino también darnos los medios de obtener la verdadera unidad por medio de la Eucaristía.  Jeremías nos hubiera predicado la misma doctrina que san Pablo: “El pan es uno, y también nosotros, aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues participamos de un solo pan”.  Si no vivimos en paz y armonía los unos con los otros, no podemos culpar a nadie sino a nosotros mismos, porque en la Eucaristía tenemos los medios para lograr vivir en paz y armonía.

Mt 1, 18-24

Si ayer San Mateo nos presentaba los antepasados de Jesús, hoy nos acerca a contemplar los protagonistas de su nacimiento: José, María y el actor principal: el Espíritu Santo.

Dios para realizar sus planes de amor y liberación se sirve de personas muy concretas, sencillas, que cumplen su voluntad, a veces de manera misteriosa. José aparece aquí como el hombre de fe humilde y de obediencia confiada. Si él ofrecía la bendición otorgada por la genealogía desde Abraham hasta Jacob, padre de José, es a María por obra del Espíritu Santo a quien se le da la bendición de engendrar al Mesías. Dios actúa en la pequeñez y debilidad humana.

María y José en medio de sus dificultades propias, dan un “sí” como respuesta a la propuesta de Dios. Parecería muy pequeña su aportación, pero es la aportación de los humildes la que hace posible la actualización y realización de la obra de la salvación. Así Dios, por estas respuestas misteriosas, confiadas y llenas de fe, inicia por obra del Espíritu Santo, la plenitud de la salvación.

Por otra parte, tanto en la primera lectura de Isaías, como en este pasaje, se ofrecen diversos nombres que nos indican la misión del Mesías. Isaías nos dice que se le llamará: “El Señor es nuestra justicia”, por otra parte, San Mateo nos dice que le pondrán por nombre Jesús porque “Él salvará a su pueblo de sus pecados”, y retoma la profecía de Isaías donde se afirma que se le dará el nombre de Emmanuel que quiere decir “Dios con nosotros”. ¿Contradicción? De ninguna forma, el nombre dado distintamente en cada momento, nos señala cada uno de ellos diferentes atributos del Mesías, reflejan la gran misión y la tarea que viene a realizar en cada uno de nosotros el Mesías.

Hoy necesitamos este Mesías que nos ofrezca su justicia, que nos traiga la salvación y que nos haga sentir su presencia en medio de nosotros.

Que hoy contemplando la misión de María y José, y los diferentes nombres del Mesías, también nosotros revisemos cuál es nuestra relación con el Salvador y cuál es nuestra misión y la tarea en nuestro mundo actual. No tengamos miedo, también con nosotros actúa el Espíritu Santo.

Feria Privilegiada 17 de Diciembre

Gn 49, 2. 8-10

Cuando nació Jesucristo, los judíos habitaban en una insignificante provincia del poderoso imperio romano.  Desde un punto de vista meramente humano, hubiera sido más lógico que Dios hubiera escogido otro pueblo para el nacimiento del Mesías. 

Pero Dios sabía muy bien lo que quería.  Escogió la tribu de Judá, los judíos, y de esa tribu, escogió la casa de David.  Dios había insistido en que, por medio de David y sus descendientes, el cetro de rey y el poder de gobernar, nunca se apartarían de la tribu de Judá.

La profecía relatada en la lectura de hoy tiene pleno cumplimiento en la persona de Jesucristo, nacido de la casa de David como el Rey-Mesías.

Dios no sólo sabía lo que quería; también sabía lo que estaba haciendo.  Estaba dando a entender que solamente Él era Dios.  Él no tenía que apoyarse en ejércitos poderosos para vencer el mal en el mundo.  No tenía que recurrir a la sabiduría del mundo para difundir su verdad.  Tampoco tenía que depender de ningún gobierno humano para establecer la justicia y la paz.  Dios hizo presente su poder salvador en un niño judío, Jesucristo: un acto que parece debilidad a los ojos de los poderosos de este mundo.  Dios hizo lo que hizo como una señal de que nosotros alcanzamos la salvación no por medio de nuestros propios esfuerzos humanos, sino por su don gratuito en Cristo Jesús.

Ninguna sabiduría humana, ningún poder humano puede suplantar a Dios.  Así pues, es justo y necesario que alabemos sólo a Dios, la obra de nuestra salvación.

Mt 1, 1-17

San Mateo nos ofrece esta larga lista de personas, que pertenecen a la genealogía de Jesús, con un propósito muy claro: demostrar que Jesús es el Mesías esperado.

Al presentarnos a sus antepasados, San Mateo nos enseña como Jesús pertenecía a un pueblo, el de Israel; a una descendencia, la de Abraham; y a una familia determinada, la del rey David; para demostrar que en Él se cumplen las Escrituras. Además, las tres series de catorce generaciones tienen claramente un significado simbólico de alcanzar la plenitud de la vida y de los tiempos. Así, con esta enumeración San Mateo ofrece un homenaje a Jesús como Mesías y Salvador.

Pero más allá de los nombres también quiere enseñarnos algo muy importante: Jesús al hacerse hombre, viene a participar en plenitud de la humanidad. Se inserta en la genealogía de personas muy concretas de carne y hueso, de triunfos y fracasos. Sólo asumiéndola puede redimirla. Cristo quiere, pues, participar del dolor, sufrimiento, alegrías y dolores de todos los hombres. Viene a hacerse hombre para poder hacernos hijos de Dios.

Ya estamos muy próximos a celebrar la Navidad, si Él participa de todo lo que nosotros somos, preparémonos también nosotros para participar de todo lo que Él nos ofrece.

Entre los antepasados de Jesús encontramos la grandeza y la caducidad humana, pero Dios es siempre fiel. Nosotros también nos reconocemos con grandes logros, pero también con crueles miserias. Este Cristo que se hace uno de nosotros, que toma nuestra carne y nuestra historia viene a redimirnos. Pero aun cuando la liberación es un precioso regalo, requiere la participación y respuesta humana.

Necesitamos reconocer a Cristo como uno de los nuestros, necesitamos aceptarlo en nuestras vidas y en nuestras luchas.

Que estos días de Adviento sean una verdadera preparación para participar del Emmanuel: Dios con nosotros.