
Sab 7,22-8,1
Después de esta vibrante definición de la Sabiduría divina, pocas cosas tendríamos que decir, y mucho que orar para que sea una realidad en nosotros.
Podemos ver, cómo la Sabiduría con su presencia en nosotros nos hace personas que piensan y actúan de modo diferente, por eso es que continuamente insistimos en que el cristiano, que por el bautismo ha sido inundado de esta Sabiduría divina, debe ser y mostrarse a los demás de una manera distinta. Sus juicios, sus acciones, sus palabras, en fin todo su ser, manifiestan la presencia de Dios y por ello es capaz de llevar su vida y sus asuntos de una manera distinta.
Esta Sabiduría, por ser producto de la gracia, no se adquiere en los libros sino en el trato íntimo con Dios. Es por ello que nos encontramos a lo largo de la historia con personas prácticamente ignorantes, pero que han sido capaces de fundar órdenes religiosas, de conducir a los pueblos, pero sobre todo, de construir en medio de su comunidad el Reino de los cielos.
Dios la da con abundancia a sus amigos, a aquellos que lo frecuentan, que lo toman en cuenta en sus decisiones, que están comprometidos con Él a crear una amistad sólida. Ojalá que el conocer todo lo que la Sabiduría divina hace en nosotros, nos ayude a desearla con todo el corazón, a pedirla y a recibirla con gozo.
Lucas 17, 20-25
El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.
Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.
Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera conmigo. Y Él sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.
¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema! Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra. Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa.










