Martes de la VII Semana de Pascua

Jn 17, 1-11

Cuando vemos las estadísticas y comprobamos la cantidad de jóvenes que inician sus estudios, sobre todo de universidad, y los pocos que a veces logran concluirlos. Hoy hay muchos nini (ni trabajan, ni estudian)  Pero todavía la situación, se vuelve más tristes cuando este fenómeno lo podemos comprobar casi en todos los aspectos de la vida, en el trabajo, en los propósitos, en la familia, en el matrimonio.

Se inicia con grandes proyectos, se sueña, se idealiza y cuando aparecen las dificultades, empezamos a abandonar lo que habíamos propuesto.

Las lecturas de hoy nos invitan a mirar a Pablo en sus últimos días y a Jesús al final de su misión.  Pablo se despide de los presbíteros de la comunidad de Éfeso, haciendo una evaluación de su trabajo apostólico en medio de ellos y manifestando con orgullo su actuación: siempre a favor del Evangelio.  “No he escatimado nada que fuera útil para anunciaros el Evangelio”.  Una conciencia clara de lo que ha sido su misión, pero también una firme decisión ante el oscuro porvenir que se le presenta.  Sin embargo está firme y afirma: “quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir con el encargo que recibí del Señor Jesús”

Jesús, en la última cena, también puede afirmar con toda seguridad: “Padre, ha llegado la hora, Yo te he glorificado sobre la tierra y he acabado la obra que me encomendaste”.  Y vaya que si la ha cumplido y con creces.  Ha comunicado y vivido las palabras que le había encomendado el Padre y ahora puede afirmar que ha cumplido su misión.

Y nosotros, ¿cómo hemos cumplido nuestra misión? ¿La hemos dejado a la mitad?  ¿Vamos dejando tareas a medias, palabras a medias y misiones a medias?

El Evangelio exige una entrega total y una evidencia constante, no es para vivirse un día sí y otro no; no es para darse vacaciones y olvidarse del evangelio; no es un traje que hoy nos ponemos y mañana nos quitamos.  Vivir el Evangelio es una constante en la vida del discípulo.

Necesitamos hoy revisar nuestra fidelidad y nuestra constancia a nuestra misión.

Lunes de la VII Semana de Pascua

Jn 16, 29-33

Quien lee con atención el pasaje de este día tendría justa razón para inquietarse. Cuando los discípulos creen que han entendido todo y están muy contentos porque Jesús les habla claro y están convencidos de que todo lo sabe, entonces Jesús habla todavía más claro y les dice que están equivocados, que se dispersarán, que lo dejarán solo y que fracasarán. Y esto es muy cierto cuando el discípulo se atiene a su propia sabiduría, cuando se confía en sus estructuras, cuando trata de interpretar lo que dice Jesús y lo hace con autosuficiencia y orgullo… entonces se aleja más de Jesús y fracasa.

Esto es clarísimo a nivel personal y a nivel comunitario: cada vez que ponemos nuestra seguridad en nosotros mismos, aunque argumentemos que estamos interpretando a Jesús, fracasamos.

Es una llamada de atención muy fuerte para nosotros como personas y como Iglesia: siempre deberemos estar atentos a descubrir si no nos estamos predicando a nosotros mismos o si no hemos puesto nuestra confianza en algo distinto a Jesús. Pero Jesús siempre es grandioso y desconcertante. Después de haber cuestionado a sus discípulos, de sembrar la duda en las propias fuerzas, de anunciar los fracasos, pide que no se pierda la paz. Que se tenga mucha paz, pero en el Señor.

No es la paz de la apatía o de la indiferencia, sino la verdadera paz. No son las seguridades que proporcionan las fuerzas o los candados, sino la paz que brota del corazón… y esta paz nos la ofrece y la garantiza Jesús.

Y termina diciendo que tengamos mucho valor: no confiados en nuestra sabiduría o santidad, no argumentando nuestro poder o nuestras buenas obras, sino poniendo a Jesús como nuestra seguridad, porque Él ha vencido al mundo. Así el discípulo no puede ser un cobarde que tiemble ante los problemas, no puede esconderse frente a la adversidad, porque tiene toda su confianza en Jesús que ha vencido al mundo.

Que hoy en Jesús encontremos paz y valor para ir a nuevas fronteras.

Sábado de la VI Semana de Pascua

Hech 18, 23-28; Jn 16, 23-28

Apolo, a quien se menciona en la primera lectura, es muy digno de admiración por su docilidad y sinceridad.  Se le reconocía como una autoridad en la Sagrada Escritura (en el Antiguo Testamento, puesto que aún no se había escrito el Nuevo Testamento).  Pero también estaba muy instruido «en la doctrina del Señor».  Sin embargo, sus conocimientos eran incompletos, sobre todo en relación con el bautismo.  Cuando Priscila y Aquila se lo llevaron a su casa para explicarle detenidamente las nuevas enseñanzas, Apolo no opuso resistencia.  Otra persona más orgullosa habría protestado: «¿Quién te crees, para enseñarme y darme instrucciones?».  La verdad es que Apolo estaba ansioso por aprender todo.

Jamás deberíamos presumir de saberlo todo acerca de nuestra religión.  Los grandes santos y los estudiosos de verdad han pasado la vida entera estudiando y meditando los misterios de la fe.  Pero, a fin de penetrar en esos misterios, no sólo es necesario estudiar y meditar; también se requiere el diálogo con otras personas de la misma fe y la oración.

Nosotros los católicos nos mostramos renuentes a hablar de nuestra religión; tenemos miedo de parecer piadosos o fanáticos.  Es cierto que muchos llegan a los extremos; pero cuando discutamos sobre religión, hemos de tratar de comprendernos mutuamente.  En vez de hablar continuamente sobre política o deportes, es muy conveniente que compartamos con los demás nuestras convicciones religiosas.

También es necesario que oremos, a fin de obtener una mejor comprensión.  Jesucristo nos ha asegurado que cualquier cosa que pidamos a su Padre en su nombre, nos será concedido.  Este tipo de oración no está limitada a peticiones de buena salud y otros beneficios.  También debe contener peticiones para comprender mejor y amar más nuestra fe.

Mientras estemos en este mundo, no entenderemos nunca los misterios de la fe.  Hemos sido llamados a recurrir a todos los medios que tengamos a nuestro alcance para crecer en nuestra religión.

San Matías

Hoy celebramos la fiesta de San Matías, Apóstol. ¿Qué se requiere para ser un apóstol? Era muy difícil la elección para sustituir a Judas. No solamente porque el puesto del traidor sería visto con dolor, sino porque para encontrar un verdadero discípulo se pondrían muchas condiciones.

Las dos lecturas de este día nos ofrecen las pistas para ser verdaderos discípulos de Jesús. Las condiciones que le ponen al substituto de Judas es que sea alguien que ha acompañado a Jesús durante toda su vida pública: desde que fue bautizado hasta su ascensión. Pero no sólo un acompañante, sino que tiene que ser un testigo de la resurrección de Jesús.

¿Cómo ser testigo de Jesús Resucitado? El testimonio que nosotros podemos ofrecer aparece claramente en el evangelio: reconocerse primeramente amado por Jesús, permanecer en ese amor y amar como ama Jesús. 

El amor que Jesús nos ofrece es gratuito. El amor que nosotros debemos ofrecer a los hermanos es también gratuito.

La elección de Matías tuvo por una parte una cuidadosa selección por parte de la comunidad, pero además se pusieron en oración y se confiaron a la providencia para que fuera elegido conforme al Espíritu. Quizás nos parezca hasta una forma infantil de hacer elecciones, eso de echar suertes, pero lo que quiere resaltar el libro de los Hechos, es la conciencia que tenía la comunidad de que todo era obra del Espíritu. Así queda muy claro que no es tanto por las cualidades y por los méritos propios, sino que es por la gratuidad del Espíritu que había sido elegido.

Cristo insiste en este aspecto al señalarnos que no somos nosotros los que lo hemos elegido, sino que es Él quien nos ha elegido. Así que no tendremos nada de que vanagloriarnos, ni por lo cual actuar como si fuéramos héroes a la hora de seguir a Jesús. Todo es gratuidad y sin mérito propio.

Ojalá que también hoy nosotros apreciemos este regalo de sabernos llamados por Jesús, de ser considerados de los suyos, de sus amigos y confidentes. Y así nos dispongamos a dar los frutos que Él espera de nosotros.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 16-20

¿Podrá alguien alegrarse cuando la persona amada va a alejarse de nuestra vida?  Claro que no, siempre la ausencia de las personas que queremos nos produce tristeza y nostalgia. Sin embargo, algunas veces aceptamos esa ausencia o separación cuando esperamos que produzca frutos mayores y el encuentro posterior estará colmado de mayor felicidad.

Muy difícil era para Jesús explicar su separación.  Nosotros, a veces, nos imaginamos un poco a Jesús como entre Dios y hombre, como si estuviera jugando con los dos aspectos: primero aparece como Dios y luego como hombre, para luego aparecer nuevamente como Dios.  Pero no es así.  Jesús asumió la plena humanidad y siente en su corazón la partida que se avecina, no es una aparente despedida.

Jesús ama a sus discípulos a las personas con las que comparte su vida, pero entiende que su despedida tiene la finalidad de enviar al Consolador y que fortalecerá el corazón de sus discípulos.

A nosotros nos pasa igual que a los discípulos, no somos capaces de comprender las ausencias de Jesús de nuestra vida.  Lo quisiéramos siempre muy visible y actuante en medio de nosotros.  No aceptamos ese “dentro de un poco no me veréis”.  Pero ojalá que ese deseo de que Cristo esté presente en medio de nosotros, se manifieste no sólo en desear su protección y sus cuidados, sino más bien en configurar nuestra vida con sus deseos, con sus mandamientos y sus recomendaciones.

Frente a la ausencia que se ya se avecina, Jesús hace una serie de recomendaciones a sus discípulos que harán que su presencia siga en medio de ellos: el amor entre los hermanos, el servicio de unos con otros, el lavarse los pies como Él lo ha hecho, la seguridad de su presencia cuando dos o más se reúnen en su nombre, la Eucaristía como signo de comunión con Él y con los demás, la permanencia en su amor al igual que una vid.  En fin, toda una serie de recuerdos, que no son sólo recuerdos sino memoria y presencia viva que lo hacen actuante y operante en medio de nosotros.

No veremos su rostro, pero será fácil descubrir que sigue actuando si hacemos lo que Él nos manda.  El problema muchas veces radica en que quisiéramos que siguiera en medio de nosotros no tanto para hacer lo que Él manda, si no para que Él hiciera lo que nosotros pretendemos.

En estos días que nos separamos para su ausencia, miremos si estamos cumpliendo sus últimas recomendaciones y deseos.

Miércoles de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 12-15

Cuando la oscuridad de la duda, se enciende en nuestro corazón, cuando no encontramos soluciones y respuestas para nuestros interrogantes más crudos: la muerte, la violencia, la injusticia, el mal, etc., entonces parece que todo está perdido y brota la tentación que nos pide abandonar la fe y la esperanza.

Hoy las dos lecturas nos previenen contra esta aparente solución y nos muestran que en esos momentos difíciles también está presente el Señor con nosotros.

San Pablo es capaz de descubrir, en medio de una multitud de dioses griegos, al verdadero Dios que ha acompañado a este pueblo sin que este pueblo pudiera reconocerlo con claridad pero que siente esa presencia también del dios desconocido.  Y san Pablo se lo muestra y trata de acercarlos a él y de dárselo a conocer.

Jesús en el ambiente de despedida, intimidad y nostalgia que envuelve la última cena, busca dar a sus discípulos razones de esperanza para los momentos difíciles.  Explica que serán momentos de incomprensión, que parecerá todo perdido, pero también anuncia que el Espíritu de verdad los irá guiando.

Y nosotros hoy, ¿qué estamos haciendo?  La vorágine de un mundo acelerado que parece ahogar toda presencia divina, los antitestimonios que desfiguran el rostro de Dios, la maldad que acaba con las legítimas esperanzas, muchos dicen no creer, sin embargo en medio de nosotros también se puede sentir la presencia de Dios y su amor.

Podríamos decir que también a nuestro mundo necesitamos ayudarle a descubrir que ese dios desconocido está presente en medio de nosotros y que muchos lo buscan y lo presienten aún sin saberlo. 

Cuando alguien está luchando por la verdad y la justicia, entonces está presente en medio de nosotros ese Dios; cuando se dan muestras de fraternidad, aún en medio de las limitaciones, entonces se puede descubrir ese rostro de amor; cuando se apuesta por la vida y por la naturaleza, cuando se defiende los derechos de todas las personas, cuando se comparte lo poco que se tiene, entonces se hace presente Dios en medio de nosotros.

Que el Espíritu de verdad nos ayude a descubrir cómo responder a ese amor, que nos abra los ojos y el corazón para ser conscientes de ese Dios que se nos revela a cada paso.  Dios está con nosotros, Dios camina con nosotros, no podemos estar desanimados o tristes, debemos luchar con mucha esperanza.

Martes de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 5-11

El Señor, en el Evangelio de hoy nos habla de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo que Jesús nos envía para no dejarnos solos. El mismo Jesús dice en este Evangelio a sus discípulos que no estén tristes. Que les conviene que Él se vaya porque entonces vendrá el Intercesor.

Las despedidas siempre nos producen tristeza, dolor, aunque sepamos que quien parte va en busca de un bien mayor, o que su partida nos puede traer algún bien.

Al despedirse Jesús de sus discípulos, obviamente se llenan de tristeza y no entienden que pueda abandonarlos.  Las palabras de consuelo de Jesús les lleva a asegurar la presencia del Espíritu Santo, el defensor, a quien muestra como el que viene a sostener a los discípulos, a esclarecer lo que han aprendido y fortalecerlos en el seguimiento.

Jesús no abandona a sus discípulos, ni tampoco nos abandona a nosotros, al contrario nos da una presencia y una luz que nos ayudarán a caminar con mayor seguridad.  El Espíritu Santo es esa luz.

Claro que algunos tenemos miedo porque ante la claridad que aporta una luz, aparecen más las deficiencias y los pecados.  Por eso también Jesús nos dice que cuando el Espíritu venga con su luz nos hará reconocer la culpa, y lo precisa en tres aspectos muy concretos, primero en materia de pecado: quien no reconoce a Jesús y su verdad está cometiendo un pecado, quien no acepta sus mandamientos y su proyecto, está cometiendo un pecado.

Segundo, en materia de justicia: Él ha venido del Padre y va al Padre.  Quien no reconoce la misión de Jesús que es darnos a conocer al Padre, quien desconoce a Dios como su Padre y quien niega a los hombres como sus hermanos, está cometiendo una injusticia y estorba a la misión de Jesús.

Tercero, en materia de juicio porque el Príncipe de este mundo ya está condenado.  Un juicio donde se da a conocer quién es el verdadero Señor del universo y que descubre las artimañas del mal que engaña a los hombres.  No puede prevalecer una cultura de muerte. 

La venida del Espíritu Santo nos ayudará con su luz a descubrir claramente esas culturas que se oponen a la luz.  La vida de Dios no puede ser vencida por la cultura de la muerte.

Pero también el Espíritu nos hará ver claramente cuál es nuestra postura ante la vida y nos descubrirá como es nuestro actuar.  Dejémonos iluminar por este Espíritu y pidamos dese el fondo de nuestro corazón: “Ven Espíritu Santo, ilumínanos con un rayo de tu luz, haznos comprender la grandeza del amor de Jesús que nos ama a pesar de ser pecadores.

Lunes de la VI Semana de Pascua

Jn 15, 26–16,4

Con frecuencia aparecen anuncios catastróficos que pronostican un muy cercano final del mundo o amenazas sobre determinadas regiones. Lo curioso es que fácilmente se provoca un sicosis colectiva y aparecen los miedos y las angustias a causa de lo que ya está por venir.

Si leyéramos con atención las palabras de Jesús creo que podríamos encontrar más paz y tranquilidad en nuestro corazón. Jesús es muy realista y conoce que la verdad predicada y vivida, siempre produce agresiones y contratiempos para quien la proclama. Previene a sus discípulos porque en su lucha por la verdad muchas veces se tendrá la sensación de que “los buenos van perdiendo” y que la injusticia y la violencia prevalecen sobre los pacíficos.

Jesús sabe muy bien de estas dificultades para quien anuncia el Evangelio y no pretende en ningún momento ocultar la verdad a sus discípulos. ¿Cómo sostenerse en esos momentos difíciles?  Las prevenciones de Jesús son muy claras, pero también lo es su promesa. En los momentos de dificultad estará presente en medio de sus discípulos “el Consolador”, “el Espíritu de Verdad”. 

Jesús busca poner paz en el corazón de sus discípulos anunciándoles que en las duras pruebas que sufrirán a causa de su nombre, su testimonio será apoyado por el testimonio del Espíritu de la Verdad. En un contexto de odio, en un clima de oposición, se deberá mostrar cuál es el temple de los discípulos.

Hoy también Jesús nos asegura la presencia de su Espíritu Consolador en medio de nuestras aflicciones y angustias. No debemos temer los malos augurios y mucho menos inquietarnos por futuras predicciones, pero sí debemos tener muy en cuenta que habrá oposiciones y dificultades para quienes buscan ser fieles al Evangelio y a la verdad.

También hoy los discípulos de Jesús están sometidos al clima de incomprensión y de hostilidad con los que fueron perseguidos los primeros discípulos. No debemos desalentarnos ni porque muchos han fracasado y han abandonado, ni porque las dificultades se multiplican. Debemos mirar en nuestro interior y descubrir la validez del Evangelio y la presencia del Espíritu Consolador en nuestras vidas.

Que hoy la promesa de Jesús se haga realidad y que podamos abrirnos a los nuevos y reconfortantes vientos del Espíritu.

Sábado de la V Semana de Pascua

Jn 15, 18-21

El evangelio de hoy, de san Juan nos habla de las relaciones del creyente con el mundo.

El “mundo” para Juan es, en este texto, el ambiente que rechaza a Jesús, no el conjunto de los seres creados o la sociedad sin más.

El discípulo de Jesús, que vive, como todos, en la sociedad, no participa, sin embargo, de este “mundo” que se rige por criterios contrarios a Jesús y su evangelio. En este sentido, el discípulo es un “separado”.

Si Jesús fue perseguido por este “mundo”, sus discípulos correrán la misma suerte: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán.

Hay una “persecución contra la Iglesia” que es fruto de nuestra incoherencia, de nuestro pecado, o de nuestra incapacidad para conectar con el mundo de hoy.

Pero hay otro tipo de persecución que se deriva del choque del evangelio con muchos de los criterios que hoy son vigentes. Esta segunda es un claro signo de autenticidad. Existirá siempre. Tenemos que estar preparados para afrontarla.

Pensaríamos que dentro de las cosas heredadas, esta sería una de esas enfermedades mortales que se tienen sin ser deseadas. Pero la realidad es que Dios en su infinita sabiduría, lo ha puesto como el vínculo más estrecho entre su Reino que espera. Y nosotros peregrinos buscamos siempre la forma de acercarnos más a Él. No temamos, pues, su brazo siempre está con nosotros. Debemos orar y confiar. Él ha vencido al mundo.

Viernes de la V Semana de Pascua

Jn 15, 12-17

De este Evangelio se pueden sacar muchas enseñanzas. Una es el verdadero amor. Otra, lo que es el verdadero amigo. El amor es más fácil de experimentar que de describir.  Es la esencia del mensaje de Jesús y todavía no lo hemos captado del todo.  Nos perdemos en las caricaturas del amor que nos ofrece el mundo.

En una ocasión una adolescente escuchando hablar a un sacerdote sobre el amor le dijo: “de eso sí no me va a enseñar usted, pues yo tengo mucho más experiencia.  Así como me ve de chiquita, a mis quince años yo ya he tenido más de diez novios”

Caricaturas del amor que nos distraen y que devalúan la palabra hasta convertir el amor en mercancía, manipulación y esclavitud.

San Pablo para hablar del amor prefiere describirlo: el amor perdona todo, el amor todo lo cree, el amor todo lo espera, el amor es siempre fiel, el amor no pasará jamás.  Este su precioso himno al mor.

Quizás, por nuestras limitaciones, al momento de entender el amor, Jesús prefiere más que decirnos qué es el amor, ponerse Él mismo como modelo y así nos manda: “amaos unos a otros, como yo os he amado”

Y ¿cómo nos ha amado Jesús?  Cuando éramos pecadores y esclavos de la maldad, Él ya nos amaba; cuando nos íbamos lejos, Él siempre nos amó; cuando estamos cerca también nos ama.

La medida del amor también nos la da a conocer: “nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.  La medida es el amor sin medida, hasta dar la vida.

Conviene que distingamos, como lo hace Jesús, entre esclavos y amigos.  Al esclavo lo utilizamos para nuestro provecho y así se disfraza de amor lo que es solamente capricho, placer y utilizar a las personas.

Jesús también nos dice que a los amigos se les da a conocer todo, es decir, hay diálogos sinceros, se descubre el corazón, no hay falsedades ni mentiras.

Finalmente, también nos asegura Jesús que Él es quien gratuitamente nos ha escogido como amigos, no hemos hecho nosotros nada para ser dignos de esa amistad, pero sí podemos corresponder a esa amistad y sí podemos cumplir su mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.