Am 2, 6-10.13-16; Mt 8, 18-22
El profeta Amós era del sur, de Judea, y fue enviado por Dios al reino del norte, Israel. Por aquella época Israel gozaba de prosperidad y todo parecía funcionar bien. Un cambio hacia el norte ordinariamente hubiera sido deseable, pero no para Amós, pues él sabía que entre toda la riqueza del reino del norte había una gran corrupción. Dios lo llamó a predicar ahí el arrepentimiento, lo cual no era una tarea agradable. El tenía que proclamar ante el pueblo que su injusticia y su opresión de los pobres era una burla práctica contra la fe que profesaban. Ellos se consideraban como el pueblo escogido de Dios, pero Amós tuvo que recordarles que esa elección carecía de sentido, si no vivían de acuerdo con la ley de Dios.
Amós entra en escena alrededor del año 670 antes de Cristo, y con todo eso, es un profeta contemporáneo. Aun a pesar de las dificultades económicas de nuestro tiempo, podemos decir que nuestra sociedad es próspera. Y la prosperidad contribuye a hacer cómoda la religión. ¿Por qué no ser religioso, cuando todo parece cómodo? Además, la prosperidad puede contribuir a la autoprotección. Una vez que se han probado las comodidades de «la buena vida», uno no quiere desprenderse de ellas. Pero la autoprotección conduce también a la explotación de los demás.
Es muy probable que pensemos que nosotros no encajamos en este cuadro de la prosperidad y yo no soy Amós para convencerlos de lo contrario. Pero, seamos ricos o pobres, debemos escuchar el mensaje de Amós como un desafío a nuestras actitudes y a nuestras acciones. ¿Qué tanto valor les damos a las comodidades que podemos comprar con dinero? ¿En dónde tenemos puesto el corazón? ¿Nos conformamos con satisfacer las necesidades sencillas de la vida o buscamos siempre más? Si fuera necesario ¿querríamos imitar a Jesús, que no tenía en dónde reclinar su cabeza?
Es muy bueno que escuchemos las palabras de Amos. Así, no seremos culpables de injusticia o de opresiones, si vivimos según el mensaje fundamental del profeta, que consiste en esto: cumplir la ley de Dios y su voluntad es la única forma de vivir.