Viernes de la XVI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 13, 10-17

Al leer este pasaje, las palabras de Jesús nos podrían hacer pensar: ¿Es que Dios hace diferencias? ¿Es que, como decían algunas herejías, Dios ha elegido a unos para el cielo y a otros para el infierno? La respuesta definitivamente es no.

No es que Dios haya cerrado los ojos y los oídos sino, como el mismo Jesús lo dice: Su corazón se ha hecho insensible, no tienen deseos de convertirse. La realidad que vivimos de comodidad y las exigencias que presenta el evangelio pueden hacer que poco a poco nuestro corazón se vaya haciendo insensible a la palabra de Dios. Hoy en día vemos, como lo dice el Papa, que la realidad del pecado se ha diluido… le hombre se ha hecho insensible a la maldad. Ya no es extraño en nuestra vida el oír sobre el divorcio por lo que para muchos de los jóvenes, ya desde el inicio de su matrimonio está ya en germen, al menos, la posibilidad de divorciarse y volver a comenzar.

Es tanto lo que el mundo nos ha metalizado que el matrimonio cristiano no se diferencia mucho más que el matrimonio civil… no deja de ser un contrato más. El corazón se hace insensible y deja de escuchar la palabra de Dios: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre». Por ello bienaventurados los ojos que ven y los oídos que no se cierran a la palabra de Dios pues en ello está la verdadera felicidad.

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