Lc 1, 57-66
Es nuestro turno. ¿Cómo vivo mi condición de mensajero? ¿Qué mensaje estoy trasmitiendo? ¿Anuncio a Jesús o mi mensaje es confuso, nebuloso? ¿Es mi vida un testimonio auténtico de la verdad del evangelio? Hoy se precisa mucha luz evangélica, en medio de tanta tiniebla y desconsuelo. También es tiempo de reconocer a aquellos que fueron mensajeros para mí y me enseñaron el camino de Jesús. ¿Quiénes están siendo mensajeros en este momento de mi vida?
¿Qué va a ser este niño?
Cerca ya el nacimiento de Jesús, hoy se nos ofrece el otro nacimiento: el del precursor, el del mensajero del que nos habló Malaquías. Su llegada está rodeada de señales desconcertantes: madre con años de infertilidad, padre servidor del templo y con desconfianza ante el anuncio del ángel, su imposibilidad de expresarse con palabras… Todo parecen dificultades para que las cosas sean como se nos cuenta. Dios cumple su promesa y ese niño, Juan, llega a este mundo entre el asombro y la admiración. Él cumplirá su misión de anunciar al Mesías. Lo hará con sobriedad y exigencia; vivirá alejado de la sociedad y el desierto será su morada. Todos los hechos que se nos narran en este evangelio nos hablan de fenómenos extraordinarios, como ocurría en todo el Antiguo Testamento cuando se hablaba de alguien significativo en su historia. En esos fenómenos sus paisanos han querido ver la mano de Dios. De ahí la admiración y la sorpresa ante lo que está sucediendo. La pregunta que se formulan todos es la que suele acompañar la llegada de todo niño a este mundo: ¿Qué va a ser de este niño? La mano del Señor estaba con él.
La llegada de Juan manifiesta que Dios se ha acordado de su pueblo y envía a un mensajero que preparará el camino para la irrupción del tiempo definitivo. Él fue fiel a su condición de mensajero, no buscó nada ni usurpó el papel del Mesías. Se reconoció como la “voz que clama en el desierto”. Solo eso.
Cada uno de nosotros podemos dar respuesta a esa pregunta referida a nosotros mismos. ¿Qué fue de aquel niño que yo fui? Hoy, ante la inminente fiesta del Nacimiento del Hijo de Dios, podemos reflexionar la respuesta y podemos, también, encauzar nuestra propia realidad de acuerdo con ese examen. Es una buena forma de comenzar estas fiestas.
Dios nos muestra su amor incondicional en el esperado nacimiento de su Hijo. Nosotros debemos responder a ese amor. Solo necesitamos sentirnos, de verdad y en profundidad, amados por Él. Después, responder a ese Amor con magnanimidad. Es lo que se espera de todo creyente en la vivencia cristiana de las fiestas de Navidad.