Hech 6, 1-7; Jn 6, 16-21
Ayer en el evangelio veíamos a Jesús alimentando de forma milagrosa a cinco mil personas. Fue un milagro inspirado por la compasión, no distinta de la preocupación de los apóstoles, mencionada en la primera lectura, pero más profunda. Fue un signo del poder que tenía Jesús sobre los elementos materiales, el pan en particular. Es el mismo poder que Jesús actúa en la Eucaristía. En el evangelio de hoy vemos que Jesús realiza otro signo: camina sobre las aguas.
En el Antiguo Testamento el poder sobre el agua se consideraba como un signo de la divinidad. Basta recordar el poder de Dios, que dividió el mar Rojo para que pasaran los israelitas. Jesús «conquistó» las aguas, no solamente al caminar sobre las olas, sino también al apaciguar la tormenta. Aquel milagro fue un escalón en la revelación gradual de su verdadera condición de Hijo de Dios. Fue un signo del poder que Jesús tiene, como Dios, sobre su propio cuerpo.
Multiplicar los panes y caminar sobre las aguas, juntos, forman un solo signo relacionado con la Eucaristía. Muestran que Jesús tiene poder para multiplicar la presencia de su cuerpo bajo la apariencia del pan. Jesús se interesa por nuestro bienestar físico, pero le preocupa más profundamente nuestro bienestar espiritual. Los dos acontecimientos que nos relata el evangelio de Juan son invitaciones a tener fe en la Eucaristía, a creer que Jesús tiene poder para alimentarnos con su cuerpo y que nos ama tanto que anhela darnos el regalo de sí mismo de la manera más extraordinaria.