San Lucas nos presenta a María Magdalena entre las mujeres de Galilea que seguían a Jesús y lo servían con sus bienes (8,2). Los evangelios la mencionan entre las mujeres que están al pie de la cruz, y hoy hemos escuchado la experiencia que ella tuvo del Señor resucitado y su misión ante los Apóstoles.
María Magdalena es aquella que, en la mañana del día de Pascua, corrió sola hacia la tumba, la encontró vacía, y suplicó al supuesto jardinero que le dijera dónde había puesto el cadáver de su Señor. Después, el que había tomado por el jardinero se dio a conocer como Cristo resucitado. Ella misma, como tocada por un rayo, cayó a sus pies, para levantarse luego llena de júbilo e ir a anunciar a los Apóstoles el increíble mensaje.
Esta experiencia de María Magdalena de ver a Cristo resucitado, es la misma que tuvieron los discípulos de Emaús, y luego la de todos los Apóstoles. Primero no reconocen a Cristo. La Magdalena creía que era el jardinero, los discípulos de Emaús creían que era un caminante más, y los apóstoles pensaron que era un fantasma. Luego viene un signo material por el que reconocen a Cristo: la palabra «María», la fracción del pan. Con los apóstoles fue algo más difícil: «Vean mis manos y mis pies, tóquenme, traigan algo de comer…» Y por último el testimonio. Jesús les dice a los apóstoles: «Ustedes son testigos de esto». Los discípulos de Emaús se regresan a Jerusalén, a unos 11 kms y de noche; pero es que no les cabe en el corazón el gozo y van a anunciar la Buena Nueva. A María Magdalena el Señor mismo le ordena: «Ve a decir a mis hermanos…» Los Padres antiguos hacían notar que la Magdalena había sido testigo de la resurrección para los mismos testigos oficiales. Por eso se le llegó a llamar «apóstol de los apóstoles».
María Magdalena llegó a ser la discípula más fiel del Señor, la mujer que cuidaba de Él durante sus peregrinaciones. Por el Señor abandonó su casa y su tierra; por Él se separó de amistades y parientes y se unió a los apóstoles, pescadores de lago de Genesaret, aceptando todas las inclemencias de los viajes, sirviéndolos a todos con verdadera humildad. Así como el Señor se había mostrado magnánimo con ella, su respuesta no se queda atrás.
Pediremos en esta Eucaristía por intercesión de Santa María Magdalena seguir el mismo proceso: Que reconozcamos siempre a Cristo en todas las formas en que se nos hace presente; que de ese contacto vital con el Señor saquemos siempre vida nueva y entusiasmo nuevo, y lo proyectemos en nuestro ambiente familiar, de trabajo, de comunidad.