1 Cor 9, 16-19. 22-27
Oímos la lectura en la que Pablo aparece como el auténtico y ejemplar evangelizador.
El, podía decir «sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo». Vemos su entusiasmo -entusiasta quiere decir «lleno de Dios»-, predicar el evangelio es su misión, su finalidad y su recompensa. «Ay de mí si no anuncio el evangelio», dice Pablo.
Él quiere hacerse «esclavo de todos para ganarlos a todos».
Pablo recurre a la comparación de los deportistas. Los juegos atléticos en Corinto eran famosos. Eran bien conocidas también las privaciones y trabajos de los enfrentamientos, el interés por el premio.
Pablo es también modelo en este correr a la meta, hacia el premio «que dura para siempre».
No olvidemos que todos somos evangelizadores y evangelizados en proceso continuo.
Lc 6, 39-42
Las enseñanzas de Jesús en la lectura evangélica nos enfrenta a tres fallas en que puede incurrir quien se proponga como guía de otros y quien más quien menos, todos tenemos que ser en un momento dado guías, ayudas; todos más o menos influimos en los demás.
Las tres fallas son: Primero, falta de luz, es decir, experiencia, ciencia, prudencia; un ciego no puede guiar a otro ciego.
Segundo, no puede ser buen maestro aquel al que le falta conocimiento y pedagogía, guía y terreno; no puede ser buen guía o maestro aquel al que le falta autenticidad.
Tercero, el Señor usa la comparación extrema de una viga y una briznita de paja. Nos aparece el error de mirar desde un ángulo muy diferente los propios errores, las propias deficiencias, y las deficiencias y los errores de los demás.
Estas enseñanzas, además de llevarnos a revisar nuestras propias condiciones para poder guiar a los demás, también sirven para calibrar las características de los que nosotros querríamos tomar como guías. Hay maestros ciegos, inexpertos y falsos. Y los hay clarividentes, expertísimos y auténticos.
A la luz de estas enseñanzas vivamos nuestra Eucaristía y que su fuerza se haga vida en nosotros.