Lc 19,11-28
Jesús se dirige a Jerusalén y, para algunos, ese propósito indica que el reino de Dios está cerca. Él quiere persuadirlos de que esa llegada no es inminente y de que hay que seguir trabajando. Les expone una parábola en la que hay dos empleados que negocian bien con el dinero que el amo les confía antes de ausentarse, y éste, a su vuelta, los elogia y les encomienda otras responsabilidades mayores. Jesús da a entender que, en la coyuntura actual, más que preocuparse de la mayor o menor cercanía del reino, lo que importa es administrar bien lo que se ha recibido. Por eso, el que no ha negociado con lo que se le confió es censurado por el amo, que en adelante prescindirá de él y dará al primero lo que al otro le había anticipado.
La lección de la parábola sirve para todos los tiempos, aunque los contemporáneos de Jesús estuvieran persuadidos de que el fin llegaría enseguida. Se trata de emplear inteligentemente y sin demora los bienes que se poseen, que son un don de Dios, y de hacerlos fructificar. El que así obra es digno de elogio y el Señor se mostrará generoso con él; mientras que al negligente se le retirará en lo sucesivo la confianza que se había depositado en él.
Se nos han dado gratuitamente múltiples bienes: vida, salud, trabajo, fe, hermanos, bienes materiales,… ¿Qué hemos hecho de todo ese caudal recibido? ¿Lo hemos agradecido de buena gana y lo hemos puesto al servicio de los demás? ¿O nos hemos preocupado ante todo de lo que Dios nos va a dar y de ser los primeros en disfrutar de sus beneficios, incluso ya en este mundo?